InfoCatólica / Espada de doble filo / Archivos para: 2018

13.11.18

Lo más importante

Mi hijo menor, el cuatroañero, sabe apreciar el silencio, una habilidad que bastantes nonagenarios se mueren sin haber conseguido aprender. Cuando vamos en coche, a menudo está callado durante mucho tiempo, pensando en sus cosas, hasta que, repentinamente, dice algo que permite vislumbrar sus elucubraciones.

El otro día, yendo por la mañana hacia el colegio, preguntó, sin ningún tipo de introducción: “Mamá, ¿a que ir al colegio no es lo más importante?”.

A pesar de lo temprano de la hora, mi esposa ni siquiera pestañeó. El pequeñajo ya nos tiene acostumbrados a las preguntas más curiosas, desde las relativas al concepto de infinito (que a él le fascinan y que mi mujer directamente suele responder con “eso se lo preguntas a tu padre”) hasta temas bastante más complejos (el otro día preguntó con total seriedad: “Mamá, ¿por qué papá se casó contigo?”, quizá intuyendo que la pregunta complementaria, sobre por qué ella se casó conmigo, superaba la limitada capacidad de la razón humana).

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9.11.18

Por qué no entendemos las parábolas (II)

En el artículo anterior sobre este tema, veíamos que una de las razones por las que no entendemos las parábolas es que las confundimos con cuentecillos que ya conocemos y que, por lo tanto, no hay que tomar en serio. Cuando queremos tomárnoslas más en serio, sin embargo, lo que conseguimos es… engañarnos también, pero de forma más seria. Las parábolas no pueden ser meros cuentecillos, nos decimos, porque eso no es serio ni provechoso. Tienen que ser algo más “religioso” y, condicionados por años de considerar que “religioso” equivale a “moral", consideramos que las parábolas son cuentecillos pero con moraleja. Es decir, fábulas, como la de la zorra y las uvas.

Esta tendencia es muy comprensible. A fin de cuentas, la humanidad lleva milenios componiendo fábulas como forma de transmitir enseñanzas morales. El mismo refranero es una expresión minimalista de esta tendencia, reducida a las puras moralejas. Acostumbrados a los cuentos, refranes y fábulas que hemos escuchado desde niños, al escuchar una historia, esperamos que termine con una moraleja, una aplicación moral de la historia. Y si la historia no termina con moraleja, la inventamos.

De este modo, una multitud de cristianos “comprometidos” y respetables, están convencidos de que el significado de las parábolas es su moraleja, el principio moral que revelan. La parábola de los talentos significa que hay que aprovechar los dones que tiene cada uno; la del trigo y la cizaña que no es realista aspirar a la perfección; la del sembrador que cada uno debe hacer todo lo que puede; la de las vírgenes sabias y necias que tenemos que ser previsores, la del deudor que hay que tratar a los demás como queremos que nos traten, la del juez y la viuda que debemos ser persistentes y no desanimarnos y la del pobre Lázaro que hay que cuidar de los pobres.

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5.11.18

Segundo Gran Concurso de Poesía Espada de doble filo

En la Iglesia estamos en tiempo de crisis, de problemas y de lucha. Como diría San Esteban, cuando las cosas se ponen difíciles, hay que mirar al cielo. Ante todo para rezar, como es lógico, pero también para contemplar la Verdad, el Bien, la Belleza que reconfortan el corazón y reavivan la esperanza. Creo pues, que el momento oportuno para convocar el Segundo Gran Concurso de Poesía Espada de Doble Filo. El anterior se celebró hace nueve años y, como es sabido, solo los grandes acontecimientos de fama transcontinental tienen una periodicidad novenaria.

El tema del concurso será amplio, como corresponde a los variados talentos de los lectores de este blog: la poesía católica, en toda su inmensa amplitud. El tipo de estrofa y rima queda a elección del poeta (se permite incluso el verso libre, que, a mí personalmente, me gusta poco). Por lo tanto, nadie tiene excusa para no participar, porque admitiremos hasta pareados.

La única condición es que se trate de poemas originales de los lectores que los presentan. Algunas sugerencias concretas de temas: la creación, la gracia, la fe, pasajes del Antiguo Testamento, Jesucristo, la oración, el amor cristiano, la Eucaristía, nuestra Señora, el pecado y la conversión, la vida cristiana, los santos, la Pasión de Cristo y su Resurrección, la muerte, etc. A veces pienso que los católicos no tenemos excusa para no escribir poesía, porque no hay nada más bello, asombroso y poético que los misterios de nuestra fe.

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1.11.18

Halloween: no es para tanto

Preveo que algunos lectores no estarán de acuerdo, pero me gustaría señalar que, a mi juicio, las críticas “católicas” que se hacen contra Halloween son bastante (por no decir totalmente) exageradas. Todos los años por estas fechas, hay quien critica la fiesta norteamericana, tachándola de pagana, anticristiana o incluso demoniaca. Otros, con muy buena intención que Dios premiará sin duda, buscan “alternativas cristianas” a Halloween, como “Holywins”, que es una simple copia de la primera pero con trajes de santos.

La realidad, como sabe cualquiera que haya vivido un tiempo en Estados Unidos, es que Halloween no es pagana, anticristiana ni demoniaca por la sencilla razón de que no tiene calado suficiente para serlo. Es una fiesta completamente superficial, sin ninguna pretensión de significado. Los que critican esos supuestos significados perversos hacen, a mi entender, más un ejercicio de fantasía que de análisis de la realidad.

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26.10.18

La juventud

Una lectora, Manoletina, me pide que dedique un artículo a la juventud, con ocasión del Sínodo sobre ese tema. Como no tengo tiempo estos días para hacerlo, he pensado publicar este viejo poema, que aparece en Carmina catholica.

La juventud es como el perfume de nardos con el que María Magdalena ungió los pies de su Señor: está hecha para derramarse y derrocharse sin medida en búsqueda de la belleza, la verdad, la alegría y, sobre todo, ad maiorem Dei gloriam. Por eso los antiguos decían que los elegidos de los dioses morían jóvenes. Y también por eso nuestra época, que no tiene apenas jóvenes que quieran derramar su juventud para Gloria de Dios, se muere de vieja y agoniza miserablemente.

Esa misma malsana obsesión con la juventud que caracteriza a nuestro tiempo no es más que una señal de que hemos perdido la verdadera juventud, intentando cerrar herméticamente el frasco de perfume y atesorarlo en una caja fuerte para no perderlo. Y así, el Único que podría darnos la juventud eterna pasa de largo sin que cubramos de lágrimas sus pies y los sequemos con nuestros cabellos. Y nos morimos, nos morimos. Quien guarda su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mi causa, la encontrará.

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