El Gran Torino
“I tried to save the Shire, and it has been saved, but not for me. It must often be so, Sam, when things are in danger: some one has to give them up, lose them, so that others may keep them.”
The Lord of the Rings. J. R. R. Tolkien
Casi siempre que he seguido un consejo sobre ir al cine a ver una película, me he arrepentido. En gran medida, los gustos son personales e intransferibles, así que es fácil no coincidir en ellos. Sin embargo, como ayer recibí un consejo de este tipo y me alegré de haberlo seguido, se lo transmito: si no lo han hecho ya, vayan a ver El Gran Torino, de Clint Eastwood.
Fui a ver la película a un cine del centro de Madrid, con una pantalla minúscula. Además, quizá porque uno de nosotros era un sacerdote y vestía de tal, nos dieron los peores asientos de todo el cine. Sólo les diré que había que imitar a un contorsionista de circo para evitar padecer el síndrome de la clase turista. Sin embargo, a pesar de estas condiciones poco favorables, disfruté de la película. Hacía mucho tiempo que no veía una película en la que los espectadores, al terminar, se quedasen sentados en silencio más de cinco minutos, sin que nadie se moviese, pensando en lo que había pasado.