La Cenicienta en tierras de Virginia
Hace poco estuve viajando por el estado norteamericano de Virginia. Es una zona muy bonita del país y en ella abundan los lugares históricos y campos de batalla, pero lo que más llamó mi atención fue una de las cosas más pequeñas que vi durante mi estancia: una Lamium amplexicaule.
El nombre científico suena a serpiente pitón o a algún bicho igualmente feroz, pero en realidad se trata de una inofensiva plantita que recuerdo con cariño de los paseos de mi niñez, en los campos de la sierra toledana. Aunque sus flores son muy bellas y de una gran delicadeza, suelen pasar inadvertidas, porque también son minúsculas, de poco más de un centímetro. En consonancia con su belleza y su pequeñez, en español la planta recibe un nombre a la vez humilde y nobilissimus: zapatitos de la Virgen. Las flores tienen cierta semejanza con unos zapatos de fiesta femeninos, así que la piedad popular, a menudo más sabia que los teólogos, se los atribuyó a Nuestra Señora.



Hace dos años, tuve la oportunidad de visitar el que quizá sea el monasterio más remoto de toda América: el monasterio contemplativo Mater Veritatis de Levicán (Chile). Nunca olvidaré los días que pasé allí, la belleza de la liturgia, la pobreza que hablaba de Cristo y la bienvenida y el cariño de la comunidad de Schola Veritatis. Era imposible no recordar las palabras de Pedro en el Tabor: Señor, qué bien se está aquí.
Como bien sabe todo epicúreo que se precie, hacer eses montando en bicicleta es uno de los grandes placeres de la vida. Algunos desdichados solo lo experimentan en la niñez y más tarde lo olvidan, bajo la presión de otros placeres más sofisticados y mucho menos placenteros. Lo cierto, sin embargo, es que puede disfrutarse a cualquier edad si uno conserva la capacidad de admiración común a niños, poetas, filósofos y santos.



