4.07.08

Qué hace falta para volver a la comunión con la Iglesia

Es del dominio público que Mons. Fellay, principal líder de la Sociedad San Pío X fundada por Marcel Lefebvre, rechazó, hace unos días, la generosa oferta de la Santa Sede para volver a la comunión con la Iglesia.

La Sociedad San Pío X exige que, antes de cualquier negociación, se anulen las excomuniones que pesan sobre todos los obispos lefebvrianos, por haber sido ordenados en contra de la prohibición expresa del Vaticano. En mi opinión, no cabe duda de que esta condición es totalmente desproporcionada, ya que equivale a pedir que la Iglesia apruebe formalmente la gravísima desobediencia de un acto cismático. A mi juicio, aceptar algo así implicaría el peligro constante de que se volviese a romper la comunión con nuevos actos cismáticos, en cuanto el Papa tomase alguna otra decisión que no gustase a Mons. Fellay y sus seguidores. De alguna forma, este grupo ha ido colocando sus propios criterios por encima de los de la Iglesia, hasta el punto que resulta imposible una obediencia sincera sin un cambio radical.

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3.07.08

Una catequesis con ocho siglos de antigüedad

Una cosa que me llamó bastante la atención en el viaje que realicé hace poco tierras danesas y que no mencioné en un artículo anterior sobre el tema es que muchas iglesias y catedrales protestantes de Dinamarca son hoy más católicas que nunca.

Como sucedió en otros países, con el triunfo del Protestantismo que rechazaba las imágenes y el culto a la Virgen o a los santos, se destruyeron o vendieron las imágenes y retablos de las iglesias y se cubrieron de pintura los frescos. Los teólogos protestantes, que creían que la naturaleza humana era totalmente depravada y no podía hacer nada bueno por sí sola, desconfiaban de las imágenes y las asociaban a la idolatría. Esa es la razón (junto con la ausencia del Santísimo) por la que las iglesias protestantes suelen ser tan tristes, con las paredes totalmente desnudas.

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2.07.08

¿Son sectarios los movimientos? y otras preguntas

Quaestio Quodlibetalis 8. Un comentarista (Hipólito) me ha planteado varias preguntas interesantísimas. Lo cierto es que me encanta cuando los lectores no se limitan a aceptar lo que digo, sino que plantean objeciones, porque eso siempre permite profundizar en las cuestiones. La vida cristiana es como una mina de metales preciosos: cuanto más se profundiza, más tesoros se encuentran.

Las tres preguntas, resumidas, son las siguientes:

1. ¿Qué añadiría a mis obras pertenecer a grupos y movimientos?
2. ¿Y qué mueve a un laico normal y corriente a hacerse miembro de un movimiento determinado?
3. ¿Por qué estos grupos han ido despertando sospechas de sectarismo y prácticas inaceptables de diversos tipos dentro y fuera de la Iglesia?

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1.07.08

¿Sobran los grupos y movimientos en la Iglesia?

Quaestio Quodlibetalis 7. Al hilo de un artículo sobre el Camino Neocatecumenal, una lectora me planteó el otro día una pregunta que me resultó muy interesante, porque iba a la raíz misma no ya del Camino Neocatecumenal, sino de todos los grupos y movimientos de la Iglesia. La pregunta, resumida y tal como la he entendido, venía a ser la siguiente:

Los distintos grupos y movimientos eclesiales tienen que enseñar y vivir lo mismo que toda la Iglesia, porque, de otro modo, no serían católicos. Entonces, parece que no son necesarios y no sirve para nada pertenecer a ellos. ¿No es así?

En efecto, la Iglesia ha recibido en Cristo la plenitud de la Revelación, a la que no hace falta añadirle nada. De hecho, si un grupo pretendidamente católico enseñase cosas diferentes de las que enseña la Iglesia, deberíamos huir de él como de la peste. Como decía San Pablo: Si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, ¡sea anatema!

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Quaestiones Quodlibetales

En la alta Edad Media, que en bastantes aspectos era una época más civilizada que la nuestra, existía la noción de que todo profesor de Teología o de Filosofía debía someter sus tesis y afirmaciones a la discusión pública. Sin esta prueba de resistencia a los argumentos contrarios, ninguna postura filosófica o teológica se podía considerar “mayor de edad”. No bastaba afirmar las cosas, había que argumentarlas razonadamente (en contra de la absurda idea de que, en la Edad Media, todo se decidía por el argumento de Autoridad).

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