Una voz de hoy en el desierto

Un lector me envía la referencia de unos sacerdotes, seminaristas y laicos de Alcalá que, con el apoyo de su obispo, han creado un grupo musical de música moderna llamado “La voz del desierto”. Me decía que tiene curiosidad por conocer la opinión de los lectores sobre este grupo. Yo también tengo curiosidad, así que aquí tienen una de sus canciones, para que puedan juzgar por ustedes mismos:

También pueden ver una entrevista que les hicieron en Telemadrid, pero, como suele suceder, la presentadora no tiene el más mínimo conocimiento de la Iglesia y del cristianismo, así que sólo pregunta las tonterías que piensa que sus telespectadores quieren oír (no sea que vayan a escuchar algo que pueda cambiar sus vidas).

Yo no entiendo mucho de música y no voy a tratar de evaluar sus méritos musicales. Mi mujer, que pasó junto al ordenador mientras escuchaba el vídeo para escribir este artículo, dice que le gustan las canciones y que el vídeo está muy bien hecho.

En lo que yo me he fijado más es en las letras. Hay que reconocer que son “sustanciosas”. No son las típicas letras pastelosas de cristianismo light que tantas veces se escuchan. Frases como “para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir”, “Dios se ha hecho carne”, “Dios ya no es nombrado”, “Cristo es olvidado”, “ven, Espíritu de Dios” o “bebe de la fuente de la verdad” no denotan precisamente un cristianismo superficial y sentimentaloide. Una de sus canciones se titula “Santos Justo y Pastor” (los patronos de Alcalá), que no es un título ni un tema precisamente moderno en el mal sentido de la palabra. (que le gustó especialmente a mi mujer y que tiene un ritmillo pegadizo) relata el emocionante Libro bíblico de Ester, en el que la fidelidad de la Reina Ester al Dios de sus padres, arriesgando su vida, constituye la misión para la que el Señor la había traído al mundo.

Por supuesto, no son canciones para cantar en la liturgia, así que no deben ser juzgadas como tales. Una buena parte de la música religiosa del pasado tampoco estaba destinada a la liturgia, como los villancicos o algunas “misas” polifónicas que harían que una misa real fuera interminable. En ese sentido, tampoco hay que considerar estos grupos como una alternativa o un sustituto de la música religiosa tradicional, son cosas diferentes, para ámbitos y momentos distintos.

En mi opinión, además de divertirse cantando y componiendo (que también es sano), lo que intentan es evangelizar por medio de la música. No son los únicos: otros grupos similares, muchos de ellos con algunos sacerdotes o seminaristas como participantes, surgen por todo el mundo y, en particular, existen varios en España.

Es algo que ha sucedido en todas las épocas de la Historia de la Iglesia y constituye un signo de cristianismo sano, profundo y universal. Cuando la vida está empapada del Evangelio, antes o después también lo estará la cultura, en todos sus aspectos, incluida la música, desde la más culta y “elevada” hasta la más popular.

Por supuesto, el peligro en todas estas cosas consiste en que el componente de “cultura”, “música”, “marcha” o “juerguecilla” terminen por convertirse en lo principal o en prácticamente lo único, en detrimento de la dimensión cristiana. Sin embargo, no parece que este grupo haya caído en ese peligro. Al contrario, sus canciones muestran claramente qué es lo esencial para ellos, sin respetos humanos ni adaptaciones a lo políticamente correcto.

Si no recuerdo mal, Paul Claudel, el famoso escritor francés, se convirtió escuchando unas vísperas cantadas en la Catedral de Notre Dame. Salvando las distancias, no me extrañaría nada que Dios se sirviera también de estas canciones para tocar el corazón de alguien. Cantad al Señor con cítara y arpa… o con guitarras eléctricas, que eso es lo de menos, pero cantadle.