Budismo y cristianismo, como la noche y el día
Actualmente está muy de moda afirmar que todas las religiones son lo mismo, que da igual ser budista que cristiano, porque sólo son formas distintas de vivir la espiritualidad y, en el fondo, complementarias. Por desgracia, no faltan incluso sacerdotes y religiosos católicos que lo digan. En mi opinión, esta idea tan extendida de que todas las religiones son iguales, junto con la presencia en nuestra sociedad de diversas religiones orientales y, especialmente, el budismo, nos obligan a plantearnos en serio porqué somos cristianos y no budistas. ¿O es que da igual ser una cosa que otra?
¿Por dónde empezar? Claramente no por los pequeños detalles. Las religiones son realidades humanas amplísimas, que afectan al pensamiento, la moral, la organización social, la vida familiar y a miles de otros aspectos de la vida humana. Esta amplitud nos desborda y resultaría ridículo, por ejemplo, comparar el color naranja de las túnicas de los monjes budistas y el color negro, gris o blanco que visten los sacerdotes católicos, para sacar de ahí algún tipo de conclusiones. Lo que sí se puede hacer es buscar el núcleo de una religión, para conocer bien su esencia, cuál el mensaje fundamental que la caracteriza y que permite entender, en un contexto adecuado, todas sus características secundarias.

Un lector que ha pasado algunos años en Marruecos me ha enviado un correo sobre su experiencia allí, con relato de un ¿pequeño? milagro incluido. Me ha parecido tan interesante, que lo he convertido en un artículo independiente.
El año jubilar de la misericordia proclamado por el Papa Francisco está cerca ya de terminar. Antes de que llegue a su fin, me gustaría señalar un fruto del mismo que me ha alegrado en especial. Supongo que habrá dado otros frutos y espero que aún dé muchos más, pero creo que este bastaría para que el año jubilar haya resultado más que provechoso.
Durante los últimos meses, los medios de comunicación no han dejado de hablar de la llamada “crisis de los refugiados” en Europa, desencadenada por el enorme número de refugiados de Oriente Medio y otros lugares que se han dirigido a los diversos países europeos, tratando de huir de las guerras en sus países de origen o intentando conseguir un futuro económicamente mejor. Como Europa tiene la normativa sobre refugiados más generosa del mundo, la entrada masiva de refugiados ha despertado la desconfianza de muchos ciudadanos de a pie, que temen que el resultado sea la desaparición o desnaturalización de las culturas europeas. De hecho, los partidos que defienden la limitación drástica de la inmigración han logrado éxitos electorales sin precedentes en varios países.
Cuando a alguien le ponen una multa por exceso de velocidad, la excusa que suele dar es que no se fijó en que había superado el límite. Pretendía ir al máximo de velocidad permitido, noventa o ciento veinte y, sin darse cuenta, aceleró a noventa y cinco o a ciento veintiséis kilómetros por hora. Justo en ese momento, por casualidad (¡ley de Murphy!), se cruzó un policía y ¡zas!, multa al canto. Es algo que, probablemente, nos ha sucedido a todos los conductores en alguna ocasión y que, por lo tanto, nos resulta muy comprensible. A fin de cuentas, sería imposible y también peligroso conducir constantemente mirando el velocímetro del coche.









