Un fruto del año de la misericordia

El año jubilar de la misericordia proclamado por el Papa Francisco está cerca ya de terminar. Antes de que llegue a su fin, me gustaría señalar un fruto del mismo que me ha alegrado en especial. Supongo que habrá dado otros frutos y espero que aún dé muchos más, pero creo que este bastaría para que el año jubilar haya resultado más que provechoso.

Se trata de algo muy sencillo, pero precisamente por eso más concreto, abarcable y evidente que otros frutos quizá más importantes pero también más difíciles de determinar. Me refiero a un hecho inaudito desde hace al menos medio siglo: gracias al año jubilar, la mayoría de los católicos han oído hablar de las obras de misericordia y muchos se las saben de memoria.

Puede parecer una minucia y es cierto que yo tiendo a alegrarme especialmente de las pequeñas cosas, pero creo que como mínimo constituye un signo muy esperanzador.

Las catorce obras de misericordia, estructuradas en siete corporales y siete espirituales, con sus maravillosas resonancias bíblicas, son una obra maestra de la catequesis. Una obra maestra que, como tantas magníficas iglesias del pasado, había quedado arrinconada y semiolvidada en las últimas décadas. Si antaño todos los niños estudiaban las obras de misericordia en el catecismo y se las aprendían de memoria, en el último medio siglo fueron abandonadas por tantos “expertos” en “pastoral” y despreciadas como una reliquia medieval. ¿Cómo no alegrarse de que haya vuelto a tomar carta de ciudadanía en la Iglesia gracias al año jubilar?

Sobre las obras de misericordia podrían escribirse (y se han escrito este año) libros y libros, así que me voy a limitar a señalar uno de sus grandísimos aciertos: su división en obras corporales y espirituales, que corresponde de forma admirable a la naturaleza corporal y espiritual de ese ser fantástico, siempre sorprendente y casi mitológico que llamamos hombre.

Las obras espirituales de misericordia son un recuerdo perenne para nosotros de que somos mucho más que materia. Es algo evidente pero particularmente relevante en una época materialista especializada en dar por supuesto de manera irracional que lo evidente es anticientífico, oscurantista y, probablemente, retrógrado.

También son una gran ayuda catequética para contrarrestar esa idea venenosa que se ha introducido en la Iglesia de la mano tanto del marxismo como del liberalismo capitalista: la idea de que lo “importante” es el bienestar material. Es una idea que, como si de un supervillano de historieta se tratase, gusta de rodearse de un séquito de tonterías que la acompañan como secuaces, esbirros, aduladores y lamebotas: el despropósito de pensar que la misión de la Iglesia consiste en primer lugar en luchar por la justicia social; el absurdo pelagiano de creer que nosotros podemos construir con nuestras fuerzas e iniciativas el Reino de Dios en lugar de recibirlo como una gracia; la locura de defender que el misionero debe dedicarse, ante todo, a las obras sociales y que sólo después podrá anunciar la fe a quien esté interesado, como si el hombre viviera sólo de pan más un pastelito de catolicismo los días de fiesta. Y un largo etcétera.

Las obras de misericordia espirituales ponen ante nosotros sin complejos el núcleo de la misión espiritual de la Iglesia, que ante todo consiste en anunciar el Evangelio a todas las criaturas y en entregarlas la vida sacramental, porque Jesucristo es lo único importante (no el pan, no unas leyes justas, no las obras de nuestras manos). En ese sentido, hay que recordar que las obras de misericordia espirituales están por encima de las corporales. Esto resulta escandaloso para la mentalidad pseudodemocrática y alérgica a toda jerarquía de nuestro tiempo, pero es un reflejo de nuestra naturaleza humana: cuerpo y alma forman una unidad, pero una unidad ordenada, en la que el alma es lo más íntimo y de más valor que tiene el ser humano (cf. Catecismo de la Iglesia Católica 363). Como cristianos, esto no debería sorprendernos. El mismo Jesucristo lo dejó muy claro: Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna; el que os dará el Hijo del hombre.

Hemos dicho que las obras espirituales de misericordia son superiores a las corporales, pero, paradójicamente, eso no quiere decir que sean menos importantes. Las obras corporales son igualmente importantes, siempre que estén en su lugar, con su propio valor específico e insustituible. La belleza inigualable de las obras corporales reside en su concreción e inmediatez, porque nuestra relación con los demás es espiritual, pero mediada necesariamente por el cuerpo.

San Juan dijo que si no amas a tu prójimo a quien ves, ¿cómo vas a amar a Dios a quien no ves? Del mismo modo, las obras corporales de misericordia nos gritan: si no alimentas a tu prójimo con pan, ¿cómo vas a alimentarlo con la Palabra de Dios? Si no te importa que se muera de hambre, ¿quién se va a creer que te importa que se muera por no tener a Dios en su vida? Si no vas a visitar al preso, ¿no será que te engañas cuando piensas que estás ayudando a liberar a otros del pecado con tus predicaciones, tus discusiones o tu blog? ¿No será más bien que lo que buscas realmente es alimentar tu vanidad?

La ayuda que prestamos al prójimo con las obras corporales es, de por sí, menos valiosa que la ayuda espiritual, como es menos valiosa la vida terrena que la vida eterna. Las obras de misericordia corporales son actos más humildes, más pequeños y sencillos, pero, como hemos dicho tantas veces, a Dios le gusta lo pequeño. Cualquiera que os dé de beber un vaso de agua, por razón de vuestro nombre, ya que sois seguidores de Cristo, en verdad os digo que no perderá su recompensa.

Asimismo, las obras de misericordia corporales nos recuerdan que la caridad y la misericordia se deben ante todo al prójimo concreto. Por eso hablan de dar posada al peregrino y no de crear un orden social en el que se cumpla el derecho a una vivienda digna. Este segundo empeño, sujeto a consideraciones prudenciales, puede ser una obligación derivada para el cristiano, pero el significado primario de la obra de misericordia es el personal y directo: dar tú (no el Estado) posada al peregrino concreto (no a la idea abstracta de los derechos humanos). El amor se muestra y se debe siempre principalmente al cercano (que es lo que significa prójimo).

También aquí las obras corporales tienen la virtud de pinchar el globo de nuestros autoengaños. Si no has dado nunca posada al que lo necesitaba, si no has alimentado al hambriento que se presentaba a la puerta de tu casa, si no has visitado a ese anciano vecino que ahora está en una residencia, de nada te aprovechan todos esos discursos políticos y votar al partido “correcto”. No tiene sentido decir que quieres mucho a los chinitos de la China y a los africanitos de África si no te importa el pobre de la puerta de la Iglesia. Te estás engañando.

Concluyo animando a todos los lectores a que se aprendan de memoria las obras de misericordia. Verán que son una gran ayuda para su vida cristiana, como tantos otros tesoros que, por la misericordia de Dios, nos ha legado la Tradición de la Iglesia.

11 comentarios

  
Bruno
Ya que hablamos de este tema, no olvidemos una de las grandes exclusivas arqueológicas de nuestro tiempo:

Descubierta una nueva obra de misericordia (exclusiva de InfoCatólica)
03/10/16 4:35 PM
  
monchito
Sí, amar a Dios no es predicar, no es escribir y saber y conocer muchas cosas, no es abrir la boca para decir algo que no sentimos en nuestro corazón; nuestra conciencia, si es que no la hemos perdido, nos delata.- La misericordia une a los seres humanos, son profundamente humanas porque miran al bien del hermano, pero el hombre no siempre se siente hermano, de ahí que habrá que rogar y pedir la ayuda de lo alto, para que los corazones endurecidos entiendan de la importancia de obrar el bien.-
03/10/16 5:49 PM
  
perallis
Una obra de Misericordia espiritual que estamos a tiempo de realizar es rezar por vivos y muertos, especialmente en el próximo mes de Noviembre, visitando a nuestros familiares difuntos en los cementerios, en los primeros 8 dias y obteniendo indulgencia plenaria.

"Cristo dijo que si no amas a tu prójimo a quien ves, ¿cómo vas a amar a Dios a quien no ves? ".
Puntualizar que, si no me equivoco, esto lo dijo San Juan en su primera Epistola.
03/10/16 6:08 PM
  
Bruno
"Puntualizar que..."

Ups. Corrijo inmediatamente, gracias.

Esto me pasa por escribir en el metro.
03/10/16 6:15 PM
  
Bruno
Perallis (II):

"rezar por vivos y muertos"

Estuve a punto de ponerme a hablar de esa obra de misericordia, pero no quise alargar aún más el artículo.

Hablé de ella hace tiempo en:

Nadie rezará por nosotros cuando hayamos muerto
03/10/16 8:03 PM
  
Maria-Ar
Muy buen post!
+
04/10/16 12:56 AM
  
Luis Fernando
la mayoría de los católicos han oído hablar de las obras de misericordia y muchos se las saben de memoria.

Muy optimista me parece eso de que se las saben de memoria. Pero al menos han oído hablar de ellas.
04/10/16 1:41 AM
  
rastri
El año jubilar de la misericordia proclamado por el Papa Francisco está cerca ya de terminar
________________

Yo creo que la verdadera obra de misericordia que el Papa Francisco debiera habernos procurado a los católicos consiste en no complicar la espiritualidad de nuestras conciencias con sus misericordiosas confusiones terrenales del todo vale para ser católico.


Francisco: "Como Papa, acojo a los homosexuales y transexuales. Es lo que haría Jesús".....
04/10/16 10:21 AM
  
Santiago
Me acabas de dar una buena idea, y he hecho el pequeño esfuerzo de memorizarlas. No lo había hecho nunca, ¡gracias por la idea!
04/10/16 12:29 PM
  
Bruno
Santiago:

Fantástico. Ya ha merecido la pena el post, por muy pocos comentarios que haya tenido.

Gracias por decírmelo.
04/10/16 2:39 PM
  
Juan Andrés
Es quizás cierto lo que afirmas Bruno pero hay que ver, por lo menos en mi parroquia, las interpretaciones o aplicaciones "modernas" de cada una de ellas en sus folletines. En algún momento pensé en escanearlas para tenerlas en la computadora pero me produjo cierto hastío...
04/10/16 4:24 PM

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