InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Liturgia

20.08.19

Un toque de gloria

El sábado por la mañana fui a una parroquia cercana a confesarme.  Mientras esperaba, vi a un grupo que rezaba el rosario, claramente con la costumbre de hacerlo a aquella hora, en la que normalmente no hay nadie en la iglesia.

Más que un grupo se trataba de un grupito. Apenas eran media docena de viejecillas y un anciano tan encorvado que parecía estar en continua adoración. Sentados en los últimos bancos de la Iglesia, repetían palabras que debían de haber dicho innumerables veces, gastadas suavemente como el brocal de un pozo por el roce persistente de la cuerda. En el templo vacío y silencioso, daba la impresión de que estaban solos en el mundo, sin necesidad ni deseo alguno de tener espectadores a los que dar buen ejemplo, sin fines prácticos, sin preocupaciones ecológicas, políticas o filantrópicas. Un acto de pura adoración, solo para Dios, de la mano de nuestra Señora.

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19.04.19

18.04.19

Notre Dame y la Semana Santa

Un lector me ha invitado a escribir un poema sobre el incendio de Notre Dame de París, cuyas imágenes tanto han conmovido al mundo. En concreto, me ha sugerido el tema de la fotografía en que se ve la cruz brillando entre las ruinas de la maravillosa catedral gótica.

Como me ha parecido un tema apropiado para estos días de Semana Santa y como no suele hacer falta que me animen mucho para escribir versos, me he puesto gustoso a la tarea. Aquí tienen, estimados lectores, el soneto resultante. Y, si no son muy aficionados a la poesía en general o a mis pedestres versos en particular, mediten la imagen, que es una catequesis por sí misma.

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18.02.19

Pequeñas medallas y grandes milagros

—Me habría gustado poder despedirme de Tony —dijo el Sr. Crouchback—. No sabía que se iría tan pronto. El otro día busqué una cosa para él y quería dársela. Sé que le habría gustado tenerla: la medalla de Nuestra Señora de Lourdes que llevaba Gervase. La compró estando de vacaciones en Francia el año que estalló la guerra y siempre la llevaba. Me la enviaron después de que muriera [en la guerra], con su reloj y otras cosas. Tony debería tenerla ahora.

—No creo que haya tiempo ya para hacérsela llegar.

—Me gustaría haber podido dársela en persona. Enviarla por correo no es lo mismo. Es más difícil explicar.

—Bueno, a Gervase no le protegió mucho, ¿no?

—Claro que sí —respondió el Sr. Crouchback—, mucho más de lo que podría parecer. Me lo contó al venir a despedirse, antes de marchar otra vez al frente. El ejército está lleno de tentaciones para un muchacho. Una vez, en Londres, en la época en la que todavía estaba haciendo la instrucción, se emborrachó con algunos compañeros de su regimiento y, al final, terminó solo con una chica que habían encontrado en algún sitio. Ella empezó a tontear, le quitó la corbata y entonces encontró la medalla. En un instante, los dos se serenaron y ella empezó a hablar del convento donde había ido al colegio y después se marcharon cada uno por su lado, como amigos y sin que pasara nada. Yo diría que eso es estar protegido. He llevado una medalla toda mi vida. ¿Y tú?

—A veces. En este momento no tengo ninguna.

—Pues deberías, ahora que están cayendo bombas y todas esas cosas. Si te hieren y te llevan a un hospital, sabrán que eres católico y llamarán a un sacerdote. Me lo dijo una enfermera. ¿Te gustaría llevar la medalla de Gervase si Tony no puede hacerlo?

Evelyn Waugh, Hombres en armas, 1952

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1.01.19

Año del Señor de 2019

Poco a poco hemos ido perdiendo muchas cosas sin darnos cuenta. Una a una, quizá parezca que no tenían importancia, pero lo cierto es que, en conjunto, ayudaban a vivir cristianamente y su ausencia dificulta la vida según la fe.

Estos días, por ejemplo, escuchamos (y decimos) por todas partes “feliz año nuevo”, “feliz año 2019”. Antiguamente, sin embargo, nunca se habría hablado del año 2019. Se habría dicho “año del Señor de 2019”, anno Domini, año del Nacimiento del Señor o algo similar.

¿Un simple detalle? Puede ser, pero era un detalle que volvía el tiempo de cara a Dios, que nos recordaba que los años, los siglos y los milenios no pasan porque sí, de forma impersonal y sin rumbo, sino que la historia del hombre y del universo tiene un principio, un final y, sobre todo, un centro: un niño pequeño nació pobremente en un pueblecillo desconocido, Dios se hizo carne, y ya nada será nunca igual.

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