¿Qué hay que hacer en Navidad?
Hay tantos cantos preciosos de Navidad en la Tradición de la Iglesia que es difícil decidirse por alguno para ponerlo en el blog. He elegido uno muy cortito y muy bien cantado por un coro polaco. El himno se llama Omnis mundus jocundetur, es decir, “Alégrese el mundo entero”. No se preocupen, que además del texto latino incluyo una rápida traducción, para los que sean de Ciencias.
Me gusta especialmente este canto porque va a lo esencial, sin perderse por las ramas. ¿Que es lo que estamos llamados a hacer los cristianos en Navidad? A esta pregunta se responde, año tras año, en las homilías de cien mil parroquias del mundo entero, de las formas más diversas: ir a la Misa del Gallo, ser solidarios, ayudar a los pobres, evitar el consumismo, cuidar de la familia, llevar nuestras ofrendas al Niño, pensar en los demás… todas ellas cosas buenas e importantes, pero vistas así, de golpe, desaniman un poco. Parece que lo que se nos pide en Navidad es que seamos perfectos, que todo lo hagamos bien. Y, como nuestra experiencia de otras Navidades es que no somos en absoluto perfectos, tantos deberes navideños resultan pesados y agobiantes.


España o, mejor dicho, las Españas han estado siempre muy unidas al dogma de la Inmaculada Concepción. Mucho antes de que fuera declarada como dogma, la doctrina de la concepción inmaculada de Nuestra Señora ya estaba presente en la vida de los españoles.
Cuando tenía unos diez años, visité París por primera vez, con mis padres. Con aquella edad, me impresionaron Notre Dame, el Sagrado Corazón y pocas cosas más. Como es lógico, una de esas otras cosas fue la torre Eiffel, que para cualquier niño viene a ser como un Mecano o un juego de construcciones de tamaño gigantesco. Recuerdo que lo que más me gustó de la torre fue hacerme una foto con ella, desde cierta distancia, de manera que en la foto parecía que yo, como un gigante, la tenía entre mis manos. Algo tan tonto me hizo darme cuenta de la importancia de la perspectiva y del punto de vista desde el que se miran las cosas. Lo que es enorme visto desde cerca, puede ser pequeñísimo visto desde otro lugar.
En cierta ocasión, preguntaron a San Luis, Rey de Francia sobre su ciudad favorita de todo el país. El monarca se quedó pensando un momento y dijo: “Reims”. El cortesano que le había preguntado, queriendo marcarse un tanto, sonrió y le dijo: “Claro. Allí fue donde os coronaron, Majestad. Allí os convertisteis en el Rey de Francia. Fue un día que nunca olvidaremos". San Luis, sin embargo, dijo: “No es por eso por lo que Reims es mi ciudad favorita de toda Francia. La razón por la que tengo predilección por la bellísima Reims es por algo que sucedió muchos años antes. Allí fui bautizado. Allí me convertí en hijo de Dios”.



