Santa y feliz
Acabo de leer las curiosas declaraciones de Jesús Cotta, autor de una nueva antología de textos de Santa Teresa de Jesús titulada “Teresa, mon amour". Este escritor malagueño ha afirmado que intentaba “demostrar que Santa Teresa es natural y cercana, como una vecina; que es una mujer, no una santa”.
El propio Jesús Cotta me ha aclarado que considera que la frase no fue muy afortunada, pero me ha hecho pensar en lo increíblemente desconocida que es la doctrina católica sobre la santidad, sobre lo que son los santos. A menudo, la gente piensa que la santidad es algo raro o extraño que viene de otro planeta o que al menos está reservada a personas con cualidades excepcionales. Lejos de ser así, la santidad es la vocación a la que estamos llamados todos los cristianos y Dios no se conforma con ninguna otra cosa, porque sólo los santos son plenamente humanos. Santa Teresa fue una Mujer, así, con mayúsculas, porque fue una gran Santa, también con mayúsculas.
Quien piensa que un santo no es humano, no conoce, por ejemplo, el sólido sentido común de una mística como Santa Teresa, la simplicidad de un grandísimo teólogo como Santo Tomás, las meteduras de pata del Apóstol Felipe o las dudas del Apóstol Tomás, la dulzura de un obispo perseguido en su propia diócesis como San Francisco de Sales, la alegría constante de San Felipe Neri o incluso el mal genio de San Jerónimo. En una de las lecturas de la Misa de ayer, el Señor decía a Ciro: Te he llamado por tu nombre. Dios nos llama a cada uno por nuestro nombre. No nos convierte en autómatas, ni nos considera simples números en una gran lista.