Propuesta para el Sínodo (III): el matrimonio para toda la vida
Durante el último año, en las conversaciones relativas al Sínodo sobre la familia, se han presentado diversas propuestas “pastorales” que afectan de lleno a la indisolubilidad del matrimonio. Así, hemos visto a algunos Padres sinodales y a otros obispos proponer indisolubilidades disolubles, caminos penitenciales que terminan en la aceptación del pecado por el que se hace penitencia, segundas uniones civiles “tan indisolubles como las primeras”, la invención de nuevas prerrogativas papales para disolver lo indisoluble, una vuelta a la ley mosaica, adulterios que son un “acercamiento a Dios” y el acceso a la comunión de aquellos cuya vida contradice gravemente la ley de Dios.
Todas estas propuestas incluyen referencias a “mantener la indisolubilidad”, al menos en teoría, así como diferentes eufemismos para no usar la palabra divorcio, pero creo que es importante que no nos engañemos. Por mucho que se quiera evadir la cuestión principal, la lógica no miente. O el matrimonio es para toda la vida o no lo es. Tertium non datur, no existe una tercera opción. Si se introduce la posibilidad del divorcio en la Iglesia, desaparece el matrimonio indisoluble, porque ambas cosas son contradictorias entre sí.
A veces se presenta la introducción del divorcio como misericordia para los que quieren divorciarse, pero nadie parece acordarse de tener misericordia con los demás, porque es algo que no sólo nos afecta, sino que es un ataque despiadado contra nuestros matrimonios. Si el divorcio se aceptase en la Iglesia, aunque fuera por la puerta de atrás, inmediatamente nuestros matrimonios dejarían de ser indisolubles y para toda la vida. No hablo del matrimonio “en general”, si es que eso existe, hablo de mi matrimonio concreto, del de mis padres, del de mis hermanos y del de todos los católicos que estamos casados. Me quitarían, nos quitarían, algo que es más precioso que el oro (cf. 1P 1,7).

Más vale un día en tus atrios que mil fuera de ellos, canta el salmista. Al contrario que Santa María de Betania, que eligió la mejor parte “y no le será quitada", la
La Iglesia tiene como misión predicar la verdad: Id pues y enseñad a todas las gentes (cf. Mt 18,29). Si este encargo del mismo Cristo no se cumple, no sirve para nada el Sínodo, ni tiene sentido la Iglesia, ni merece la pena que yo escriba y los lectores lean este artículo. Proclamemos la verdad, enseñemos la verdad, disfrutemos de la verdad, no luchemos contra la verdad. El gran peligro del Sínodo es avergonzarse de la verdad, porque es el gran peligro de los católicos hoy. Nada hay peor que eso, puesto que avergonzarse de la verdad es lo mismo que avergonzarse de Cristo.
Hace unos días, el cardenal Kasper participó en una reunión del llamado “Cenáculo de los amigos del Papa Francisco” en el Centro Russia Ecumenica de Borgho Pio, en Roma. Se trata de un grupo que se reúne de vez en cuando para hablar de temas de actualidad y de doctrina católica y en el que, a pesar de su nombre, se mezclan afirmaciones ortodoxas con el rechazo de diversas enseñanzas de la Iglesia y del Papa sobre temas polémicos para el mundo de hoy.
Como no todo ha de ser criticar lo malo, traduzco hoy para el blog un texto excelente aparecido en








