InfoCatólica / Espada de doble filo / Archivos para: Agosto 2016

11.08.16

Curso pontificio de educación afectivo-sexual

Me han pedido que analice brevemente el curso de educación afectivo-sexual que ha publicado el Pontificio Consejo para la Familia con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud. Este curso, titulado “El lugar del encuentro, la aventura del amor” se puede encontrar libremente en Internet, traducido a cinco idiomas, y se ha repartido a multitud de profesores de religión y catequistas de todo el mundo.

Comencemos diciendo que el curso tiene aspectos verdaderamente excelentes. Por ejemplo, la insistencia en la complementariedad entre hombre y mujer, en la objetividad del bien y en que el ser humano está formado por cuerpo y alma, de manera que no tenemos un cuerpo, sino que somos cuerpo y somos alma. El curso recuerda que, para que un acto sea moralmente bueno, tienen que ser buenos todos sus elementos (objeto, fin y circunstancias). También trata el tema del pudor, como virtud que ayuda a proteger la intimidad tanto del cuerpo como de los sentimientos. Asimismo, recuerda que “la verdadera libertad es una facultad para el bien” y que “el fin no justifica los medios” e incluye algunos testimonios emocionantes y conmovedores. Se explican las virtudes cardinales y las teologales (¡y con una cita de San Gregorio de Nisa!) y hasta se habla de la castidad y la pureza.

Todas estas cosas (y muchas otras) son muy buenas. En algunos casos, sorprendentemente buenas, porque no se encuentran en muchos otros cursos sobre el tema. A esto ha de añadirse, sin ninguna duda, lo oportuno de elaborar un curso sobre un tema tan importante y el reconocimiento de los esfuerzos y la buena intención de sus autores. A mi juicio, sin embargo, el curso muestra también algunas carencias graves que, si no se corrigen, podrían hacer bastante daño. Para mayor comodidad, he resumido esas carencias en siete puntos:

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3.08.16

¿Una cosa es ser bueno y otra ser tonto?

En el último post, un lector hizo una interesante consulta:

“Con respecto a la frase tan manida “una cosa es ser bueno y otra ser tonto”, siempre tengo dudas. Está claro que hay que ser paciente y perdonar siempre, pero, ¿qué pasa cuando alguien cercano, y para colmo también perteneciente a la Iglesia, tiene comportamientos maliciosos o mezquinos que no cambian? ¿Cuál es la frontera entre la paciencia y aguantar una toxicidad que encanalla la fraternidad o directamente la destruye? La única respuesta que he encontrado es que el perdón requiere al menos la voluntad de cambiar por parte del agraviador, con lo que siempre hay que ofrecer la paciencia y el perdón, pero con la colaboración del que parece empeñado en ofender”.

Es una buena pregunta. A mi entender, en este caso de aparente conflicto de deberes, antes de hablar de la paciencia, conviene hablar de la caridad, que es superior a ella. Por lo tanto, debemos partir de que Cristo nos enseñó a amar a los enemigos. Cuando alguien “tiene comportamientos maliciosos o mezquinos que no cambian", eso lo único que quiere decir es que continúa siendo tu enemigo. Y, por lo tanto, sigue siendo de aplicación la regla fundamental: amar a los enemigos. Por eso dice San Pablo en la primera carta a los Corintios que el amor cristiano, la caridad, todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, soporta todo, no se acaba (1Co 13,7-8).

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1.08.16

Vivir en los límites de la ley

Cuando a alguien le ponen una multa por exceso de velocidad, la excusa que suele dar es que no se fijó en que había superado el límite. Pretendía ir al máximo de velocidad permitido, noventa o ciento veinte y, sin darse cuenta, aceleró a noventa y cinco o a ciento veintiséis kilómetros por hora. Justo en ese momento, por casualidad (¡ley de Murphy!), se cruzó un policía y ¡zas!, multa al canto. Es algo que, probablemente, nos ha sucedido a todos los conductores en alguna ocasión y que, por lo tanto, nos resulta muy comprensible. A fin de cuentas, sería imposible y también peligroso conducir constantemente mirando el velocímetro del coche.

Por otro lado, al dar esa excusa no estamos teniendo en cuenta una solución muy sencilla: si el límite está en ciento veinte kilómetros por hora, para no pasarnos de ese límite por un descuido basta conducir a ciento diez. De esa forma, cuando apretamos un poco más el acelerador inconscientemente o vamos cuesta abajo o hay que acelerar un poco para adelantar a alguien, nuestro coche avanzará a ciento doce o a ciento quince o a ciento dieciocho, pero será mucho más difícil que nos pongan una multa por exceso de velocidad.

Cuando uno intenta mantenerse justo en el límite, resulta muy fácil traspasarlo casi sin darse cuenta, al menos en algunas ocasiones. Todos lo sabemos, pero el problema está en que, en realidad, nos gustaría ir más rápido. Querríamos ir a ciento treinta o ciento cuarenta y, si no lo hacemos, es porque no nos atrevemos por si la ley nos penaliza. Por eso nos quedamos en el máximo posible que nos permite evitar la multa. Es exactamente lo mismo que nos pasa a los cristianos.

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