19.06.25

Pagolismo para el Corpus

A veces se publican cifras sobre el porcentaje de católicos que cree en la Presencia real de Cristo en la Eucaristía en un país u otro y nos llevamos las manos a la cabeza. ¿Cómo puede ser que tantísimos católicos no crean en una doctrina tan básica de la fe de la Iglesia? ¿Qué ha llevado a esta situación?

No parece muy difícil responder a esa pregunta. A modo de ejemplo, voy a comentar una homilía escrita por D. José Antonio Pagola para la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo de este año, en la que, como es habitual en sus homilías, el cristianismo queda reducido a una especie de filosofía humana progresista, con un leve barniz religioso. Recordemos que Pagola ha sido durante años vicario general de su diócesis, profesor en el Seminario y en la Facultad de Teología del Norte de España, y aun hoy sigue publicando libremente sus homilías semanales.

Como siempre, el texto original está en negro y mis comentarios en rojo.

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16.06.25

¿Ha pasado el tiempo de la parroquia territorial?

Desde hace tiempo, en los países occidentales el modelo parroquial ha cambiado sustancialmente. Quizá no en cuanto a la normativa, pero indudablemente en la práctica.

Antiguamente, lo habitual era que cada persona acudiera principalmente a la parroquia que le correspondía y en ella transcurriese el grueso de su vida cristiana. Si se mudaba a otro domicilio, cambiaba su parroquia territorial y a partir de entonces esa era su parroquia a todos los efectos, aunque pudiese asistir puntualmente a otros lugares de culto. La definición teórica y también práctica de la parroquia era territorial.

Ahora, en cambio, al menos en las ciudades, pero cada vez más fuera de ellas, a efectos prácticos la parroquia ha dejado ser territorial. Tu parroquia es donde vayas habitualmente y no la que corresponda territorialmente a tu casa. Cada uno elige dónde quiere asistir por criterios muy variados.

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14.06.25

El sermón infrabólico

Cuando se lee el sermón de la montaña, inmediatamente tendemos a defendernos de él, en lugar de acogerlo con alegría, como una buena noticia. Es instintivo y automático en el hombre caído, porque lo que dice el sermón nos parece algo imposible e incluso inhumano. Como nos da vergüenza taparnos los oídos, que es lo que nos gustaría hacer, nos apresuramos a buscar razones, excusas, interpretaciones alternativas o lo que sea menester para convencernos a nosotros mismos de que eso no va con nosotros y no se supone que de verdad debemos hacer lo que dice el Señor.

La más frecuente de esas excusas que buscamos consiste en asegurar, con aire de sabiduría y erudita hermenéutica, que en realidad se trata de un texto hiperbólico, es decir, una exageración literaria para hacer más impresión. A los hebreos, dice la excusa, les gustaba mucho exagerar, pero todo el mundo entendía que no era más que eso, una exageración. Del mismo modo que, cuando una madre le dice a su hijo “te voy a matar”, nadie, empezando por el mismo niño, cree que le vaya a matar de verdad.

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11.06.25

Date prisa

La liturgia de la Iglesia está repleta de cosas extrañas y maravillosas. Miremos, por ejemplo, cómo empieza la Iglesia todos los días su oración oficial de laudes, oficio de lecturas, hora intermedia, vísperas y completas (excepto la primera hora del día):

-Dios mío, ven en mi auxilio.

-Señor, date prisa en socorrerme.

Muchos lectores habrán repetido tantísimas veces esas palabras que su cerebro ya ni siquiera las procesa al pronunciarlas, pero lo cierto es que resultan muy llamativas. Todos los días (y varias veces cada día) empezamos nuestra oración diciendo a Dios que se dé prisa. ¿No son demasiadas prisas? Alguna vez sería comprensible, por tratarse de una urgencia especial, como una enfermedad terminal, extrema necesidad o un peligro de muerte, pero ¿todos los días? ¿Una urgencia habitual? Parece un poco exagerado.

Como suele suceder, sin embargo, la exageración viene de que estamos exageradamente faltos de fe y no de que la Iglesia no sepa lo que nos conviene. En efecto, la oración oficial de la Iglesia hace, con su jaculatoria inicial, un preciso retrato de quiénes somos y lo que necesitamos.

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6.06.25

Algunas ideas para no sobredimensionar el papado

Quizá uno de los mayores logros del pontificado del Papa Francisco haya sido demostrar sin lugar a dudas y de forma algo traumática que, en los últimos dos siglos, se ha producido un sobredimensionamiento práctico del papado, hasta adquirir en ocasiones tintes casi idolátricos. A veces parece incluso que el Papa sea la Iglesia, como si no hubiera nada más en ella o no se necesitase otra cosa.

Me pide un lector que escriba sobre lo que se podría hacer para evitar caer en ese error práctico (porque, desde el punto de vista de los principios, la doctrina sobre el papado del Concilio Vaticano I está muy clara). Me gustaría atender su petición, pero, como la cuestión es espinosa y mis luces intelectuales son más escasas aún que mi atractivo físico, en lugar de dar mi opinión me ha parecido más oportuno traer al blog el sermón que pronunció hace varios siglos sobre este mismo problema el ilustre predicador Fray Eusebio de Rocatajante, en presencia del papa de la época, Narciso IV.

Fray Eusebio, además de ser un santo varón y maestro de la oratoria, tenía la laudable costumbre de dedicar sus sermones a lo que necesitaban escuchar sus oyentes y no a lo que les gustaría escuchar, lo que le granjeó problemas sin cuento y un par de visitas amistosas de la Santa Inquisición. Dicen los historiadores que al papa Narciso no le agradó mucho este sermón en concreto, pero nuestro predicador consiguió salir con bien de su atrevimiento gracias a que, por oscuras razones genealógicas, era a la vez sobrino y tío del papa.

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