InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Signos de esperanza

30.05.19

Solo un vaso de agua

Ayer tuve que traducir un texto en el que aparecía el subjuntivo del verbo satisfacer y me vino a la memoria, imparable como las magdalenas de Proust, el recuerdo de cuándo aprendí a conjugar ese verbo. Me acordé del día en que sucedió y del profesor que me enseñó a hacerlo, hace casi treinta años, explicándonos pacientemente que satisfacer provenía del verbo hacer (satis facere, hacer lo suficiente) y, por lo tanto, se conjugaba como él: haga, hiciera > satisfaga, satisficiera.

Es un detalle pequeño y podría decirse que insignificante, pero ha hecho que me quedara pensando en lo incalculables que son el bien y la verdad, en su fecundidad insospechada. Un sencillo bien hecho a una persona o la enseñanza de una pequeña verdad, quizá con la sensación de que no sirven de nada porque nadie los aprecia o nadie está prestando atención, pueden dar fruto un cuarto de siglo después.

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18.02.19

Pequeñas medallas y grandes milagros

—Me habría gustado poder despedirme de Tony —dijo el Sr. Crouchback—. No sabía que se iría tan pronto. El otro día busqué una cosa para él y quería dársela. Sé que le habría gustado tenerla: la medalla de Nuestra Señora de Lourdes que llevaba Gervase. La compró estando de vacaciones en Francia el año que estalló la guerra y siempre la llevaba. Me la enviaron después de que muriera [en la guerra], con su reloj y otras cosas. Tony debería tenerla ahora.

—No creo que haya tiempo ya para hacérsela llegar.

—Me gustaría haber podido dársela en persona. Enviarla por correo no es lo mismo. Es más difícil explicar.

—Bueno, a Gervase no le protegió mucho, ¿no?

—Claro que sí —respondió el Sr. Crouchback—, mucho más de lo que podría parecer. Me lo contó al venir a despedirse, antes de marchar otra vez al frente. El ejército está lleno de tentaciones para un muchacho. Una vez, en Londres, en la época en la que todavía estaba haciendo la instrucción, se emborrachó con algunos compañeros de su regimiento y, al final, terminó solo con una chica que habían encontrado en algún sitio. Ella empezó a tontear, le quitó la corbata y entonces encontró la medalla. En un instante, los dos se serenaron y ella empezó a hablar del convento donde había ido al colegio y después se marcharon cada uno por su lado, como amigos y sin que pasara nada. Yo diría que eso es estar protegido. He llevado una medalla toda mi vida. ¿Y tú?

—A veces. En este momento no tengo ninguna.

—Pues deberías, ahora que están cayendo bombas y todas esas cosas. Si te hieren y te llevan a un hospital, sabrán que eres católico y llamarán a un sacerdote. Me lo dijo una enfermera. ¿Te gustaría llevar la medalla de Gervase si Tony no puede hacerlo?

Evelyn Waugh, Hombres en armas, 1952

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15.01.19

Los tiempos en que nos ha tocado vivir

En estos tiempos de crisis y confusión en la Iglesia, se percibe a veces en los grupos, portales y blogs cristianos un cierto aire de tristeza y queja. Un aire, si somos sinceros, de desesperanza. Es más que comprensible, porque la situación de la Iglesia, como ya decíamos hace tiempo, es muy grave. Parafraseando el Stabat Mater, ¿qué hijo no sufriría al ver a su Madre la Iglesia en tanto suplicio? Sin embargo, entre el sufrimiento y la desesperación hay un abismo que no se debe cruzar.

La mejor forma de no cruzar ese abismo, a mi juicio, es aplicar el agere contra de San Ignacio y dar gracias a Dios por este tiempo que nos ha dado para vivir. Y hacerlo ahora, de forma real y concreta, con palabras y con todo el corazón, no como un reconocimiento intelectual de algo abstracto, sino como el niño que agradece a su padre un regalo. Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Dios no se ha equivocado al decidir que vivieras en esta época tan terrible para la Iglesia. Al contrario, te ha hecho un gran regalo.

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1.01.19

Año del Señor de 2019

Poco a poco hemos ido perdiendo muchas cosas sin darnos cuenta. Una a una, quizá parezca que no tenían importancia, pero lo cierto es que, en conjunto, ayudaban a vivir cristianamente y su ausencia dificulta la vida según la fe.

Estos días, por ejemplo, escuchamos (y decimos) por todas partes “feliz año nuevo”, “feliz año 2019”. Antiguamente, sin embargo, nunca se habría hablado del año 2019. Se habría dicho “año del Señor de 2019”, anno Domini, año del Nacimiento del Señor o algo similar.

¿Un simple detalle? Puede ser, pero era un detalle que volvía el tiempo de cara a Dios, que nos recordaba que los años, los siglos y los milenios no pasan porque sí, de forma impersonal y sin rumbo, sino que la historia del hombre y del universo tiene un principio, un final y, sobre todo, un centro: un niño pequeño nació pobremente en un pueblecillo desconocido, Dios se hizo carne, y ya nada será nunca igual.

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14.12.18

Cajas de seguridad

El otro día, vi una película en la que uno de los personajes abría su caja de seguridad del banco, porque había guardado en ella algunas joyas y otras cosas valiosas que tenían que ver con la trama de la película. Cuando pasó la escena, me quedé pensando en la caja de seguridad. Nunca he tenido una caja de ese tipo, pero ¿qué metería en ella si la tuviera?

Después de pensarlo un rato, llegué a la desalentadora conclusión de que no tengo absolutamente nada que pueda guardar en una caja de seguridad. Es curioso darse cuenta de que, después de años y años, uno no ha acumulado nada valioso. Paradójicamente, sin embargo, mi sensación principal fue de alivio y libertad.

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