En medio de una batalla
He decidido colocar como artículo independiente este comentario que Francisco José Soler dejó en el post anterior, porque su anécdota me ha parecido muy ilustrativa y, sobre todo, porque coincido plenamente con su análisis de la situación y sus conclusiones.
Es curioso que a un grupo de filósofos y científicos no les llame la atención que la inmensa mayoría de los filósofos y científicos de la Historia han creído en la existencia de Dios. Es curioso que en un grupo dedicado a hablar de prácticamente todo, no se pueda hablar de Dios, como si fuera algo vergonzoso u ofensivo. Es curioso que, en una argumentación supuestamente racional, se introduzca una censura totalmente arbitraria e irracional de una posible solución al problema.
Como dice Francisco José, nuestro mundo está inmerso en una batalla cultural entre modos diferentes de entender la realidad y al ser humano. Los cristianos no podemos quedarnos a la defensiva, buscando simplemente que se nos tolere. Tenemos que luchar por que la civilización que surja en el siglo XXI se beneficie de la luz de la Revelación y, para eso, es necesario vivir y anunciar el Evangelio sin complejos. Es necesario que la concepción cristiana de la vida se plasme en obras de arte, en tratados de Filosofía, en una forma más humana de entender el trabajo y las relaciones económicas, en una comprensión de la Ciencia que no cosifique al ser humano…
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Los aficionados a la pintura sabrán que no existen los colores aislados. Cada pincelada de un cuadro toma su color no sólo del tinte utilizado, sino de todos los demás colores que tiene a su alrededor. Un rojo es mucho más rojo cuando está rodeado de verdes. No es lo mismo utilizar un naranja en una puesta de sol, donde sólo será uno más entre los muchos tonos cálidos presentes, que introducirlo en el entorno gélido y azulado de un campo nevado, donde sobresaldrá de forma llamativa y resaltará con fuerza los demás colores.
Incluí ya en el blog, hace tiempo, la
Juan Carlos, lector de este blog, relató su conversión hace unos días en un comentario. Como su relato es largo y sustancioso, he creído oportuno convertirlo en un artículo independiente y publicarlo hoy.
El otro día, con ocasión del relato de la conversión de Natalia, muy relacionada con Juan Pablo II, prometí contar otro de los frutos del funeral de Juan Pablo II. A mi juicio, como ya dije ayer, no se trata simplemente de la ceremonia en sí, sino especialmente de los últimos años de sufrimiento y debilidad del Papa anterior, que, ofrecidos con generosidad a Dios, han dado frutos abundantes.



