Cristianos de ayer y de hoy (IX): Fray Bruno, a solas con Dios
Hoy quiero hablarles de mi santo: San Bruno. Nació en Colonia, en Alemania, en el siglo XI. Se ordenó sacerdote y fue profesor de teología, Canciller de la diócesis de Reims y maestro espiritual para muchas personas, entre otras el futuro papa Urbano II. Llegaron a ofrecerle el cargo de Arzobispo de la ciudad, pero lo rechazó y decidió emprender una vida de oración, uniéndose a los monjes cistercienses que estaban comenzando a crear su orden. Sin embargo, Bruno tenía deseos de una soledad aún mayor y marchó a buscar un lugar donde cumplir esa vocación.

Algunas veces pido que cuenten su experiencia a los lectores que encontraron por primera vez el camino hacia Jesucristo y la Iglesia (o de vuelta a ella después de haberse alejado). Creo que los relatos personales de conversión nos ayudan a todos a ser conscientes de las maravillas que hace Dios en nuestras vidas a poco que se lo permitamos.
Ya he hablado varias veces de cómo los conversos tienen la gracia especial de comprender muy claramente la enorme diferencia que hay entre estar fuera de la Iglesia y estar dentro de ella (mientras que los cristianos “de siempre” a menudo no somos conscientes de esa gran diferencia).
La semana pasada, el nuevo embajador de Nicaragua en el Vaticano presentó sus credenciales ante el Papa. Como es habitual, en sus palabras al embajador nicaragüense, Benedicto XVI pasó revista a algunos de los problemas más acuciantes en el país centroamericano: el huracán Félix, la corrupción, el hambre, la pobreza, el analfabetismo, etc.
Siempre es algo bueno, creo yo, que surja un nuevo periódico: ideas diferentes, nuevos articulistas y un punto de vista especial para analizar los asuntos. Debo confesar, sin embargo, que “Público”, que acaba de aparecer, me ha caído gordo desde el principio.








