Papá, ¿me he hecho daño?
Voy a contarles algo que quizá les suene a los que tienen hijos o sobrinos pequeños. Mi hija Cecilia tiene ahora mismo algo menos de dos años, lo cual quiere decir que se pasa el día corriendo de un sitio a otro sin parar, normalmente sin mirar a dónde va. Su parecido con el correcaminos es sorprendente: un momento la ves y otro ya no sabes donde está.
Como aún no está muy familiarizada con las leyes de la física y el equilibrio, sus carreras a menudo terminan en el suelo. Tenemos en casa una buena provisión de tiritas con dibujos de perritos para ponerle si se hace un rasguño, de manera que pueda luego pasarse el día entero enseñándoselas a todo el mundo.

Entre ayer y antesdeayer, murieron en España tres personas bastante conocidas, pero con vidas muy distintas: un futbolista del Sevilla, un escritor de gran prestigio y una actriz veterana. Esos son los fallecimientos que salen en la televisión, pero, en esos dos días, debieron morir también en España otras 3.000 personas desconocidas para el público en general.
Como ya habrán supuesto los lectores, el título de este artículo hace referencia a la conocida novela de José María Gironella, “Un millón de muertos”. En ella, Gironella escribe sobre la última guerra civil española y da la mencionada cifra de víctimas mortales del conflicto, que se ha convertido en un número mítico. Esta cifra, según creen los historiadores, es muy exagerada y el número real de caídos en la guerra, de ambos bandos y tanto civiles como militares, debió acercarse más a los doscientos cincuenta mil.
Un tema que preocupaba mucho a los primeros cristianos era el de la incompatibilidad de ciertas profesiones con el cristianismo. Un catecúmeno, para poder bautizarse, tenía antes que renunciar a su trabajo si éste no era adecuado para un cristiano. Por ejemplo, varios trabajos de la antigüedad implicaban la necesidad de participar en el culto a los ídolos, cosa que un cristiano no podía hacer.
Hace años, cuando era catequista en la parroquia de un pequeño pueblo cercano a Madrid, el párroco decidió invitar a todos los catequistas a pasar el día en Guadalupe, como celebración del final de la catequesis de ese curso.



