¿Nos quiere Dios a todos lo mismo?
Quaestio quodlibetalis XVIII. Voy a intentar responder a una pregunta que me hicieron dos lectores, Alejandro y Helena, hace mucho tiempo. La pregunta fue: ¿nos quiere Dios a todos lo mismo? Supongo que a los lectores les pasará lo mismo que me paso a mí. Cuando uno escucha esa pregunta, instintivamente responde: pues sí, claro, ¿cómo no nos va a querer Dios a todos lo mismo?… Sin embargo si uno reflexiona sobre el tema, enseguida se ve que es más profundo de lo que parece. De hecho, es un tema tan amplio, que sólo voy a intentar dar unas pinceladas sobre él, para que los lectores puedan añadir sus vivencias y sugerencias.
¿Qué queremos decir nosotros cuando decimos que queremos a todo el mundo? Muy poca cosa. Nos estamos refiriendo a que tenemos una cierta benevolencia y que desearíamos que las cosas le fueran bien a todo el mundo, que no tenemos nada en principio contra nadie. No queremos decir, sin embargo, que queramos en sentido estricto a todas las personas del mundo, porque eso es imposible. No queremos ni podemos querer a una persona de un pueblo perdido de China, de la que nunca hemos oído hablar, cuyo nombre no conocemos y de la que no sabemos nada. Eso es imposible, porque no podemos querer a quien no conocemos.
Nosotros, a quien podemos querer es a los que tenemos cerca, a nuestros hijos, a nuestra familia, a nuestros vecinos y amigos y a las personas con las que nos encontramos personalmente por algún medio. El amor no es algo general, es algo concreto, se refiere a una persona real, con su propio nombre, a quien conocemos y a quien tenemos cerca, por lo menos cerca de forma espiritual o moral. Si hablamos en general, no hablamos de verdadero amor, sino de una simple benevolencia. Cuanto mas hablamos en general y más lejanos están de nosotros las personas a las que decimos que queremos, menos concreto es ese amor y menos se puede considerar verdadero amor. Por eso el planteamiento mismo de la pregunta es, en cierto modo, engañoso, porque Dios no nos quiere a todos en general, sino que nos quiere a cada uno en particular.


Hemos hablado ya varias veces del adulterio, como un tema tabú que no se suele tratar en catequesis ni homilías. Hoy vamos a comenzar con otro tema de moral que aún se suele tratar menos: la apertura a la vida y la anticoncepción.
He leído, en varios blogs norteamericanos, una noticia que me ha resultado curiosa. Electronic Arts, una marca de juegos de ordenador va a sacar al mercado un videojuego basado en la Divina Comedia. En el juego, Dante, un mercenario italiano, tiene que atravesar los nueve círculos del infierno para salvar a Beatriz. Como se trata de un juego de lucha y destrucción, se entiende que el infierno dantesco constituya un escenario perfecto para el mismo: monstruos, diablos, horrores, pecados personalizados y Lucifer en persona se enfrentan a Dante para evitar que salve a su amada.
El sábado estuve en el funeral y entierro del padre de un amigo mío, en el cementerio de Pozuelo. Es un cementerio municipal, como casi todos. En España, desde finales del s. XVIII, con Carlos III, José Bonaparte y la revolución “Gloriosa” de 1868, los cementerios se fueron separando de las iglesias y quedando, poco a poco, bajo control municipal.









