Curso pontificio de educación afectivo-sexual
Me han pedido que analice brevemente el curso de educación afectivo-sexual que ha publicado el Pontificio Consejo para la Familia con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud. Este curso, titulado “El lugar del encuentro, la aventura del amor” se puede encontrar libremente en Internet, traducido a cinco idiomas, y se ha repartido a multitud de profesores de religión y catequistas de todo el mundo.
Comencemos diciendo que el curso tiene aspectos verdaderamente excelentes. Por ejemplo, la insistencia en la complementariedad entre hombre y mujer, en la objetividad del bien y en que el ser humano está formado por cuerpo y alma, de manera que no tenemos un cuerpo, sino que somos cuerpo y somos alma. El curso recuerda que, para que un acto sea moralmente bueno, tienen que ser buenos todos sus elementos (objeto, fin y circunstancias). También trata el tema del pudor, como virtud que ayuda a proteger la intimidad tanto del cuerpo como de los sentimientos. Asimismo, recuerda que “la verdadera libertad es una facultad para el bien” y que “el fin no justifica los medios” e incluye algunos testimonios emocionantes y conmovedores. Se explican las virtudes cardinales y las teologales (¡y con una cita de San Gregorio de Nisa!) y hasta se habla de la castidad y la pureza.
Todas estas cosas (y muchas otras) son muy buenas. En algunos casos, sorprendentemente buenas, porque no se encuentran en muchos otros cursos sobre el tema. A esto ha de añadirse, sin ninguna duda, lo oportuno de elaborar un curso sobre un tema tan importante y el reconocimiento de los esfuerzos y la buena intención de sus autores. A mi juicio, sin embargo, el curso muestra también algunas carencias graves que, si no se corrigen, podrían hacer bastante daño. Para mayor comodidad, he resumido esas carencias en siete puntos:

En el último post, un lector hizo una interesante consulta:
Cuando a alguien le ponen una multa por exceso de velocidad, la excusa que suele dar es que no se fijó en que había superado el límite. Pretendía ir al máximo de velocidad permitido, noventa o ciento veinte y, sin darse cuenta, aceleró a noventa y cinco o a ciento veintiséis kilómetros por hora. Justo en ese momento, por casualidad (¡ley de Murphy!), se cruzó un policía y ¡zas!, multa al canto. Es algo que, probablemente, nos ha sucedido a todos los conductores en alguna ocasión y que, por lo tanto, nos resulta muy comprensible. A fin de cuentas, sería imposible y también peligroso conducir constantemente mirando el velocímetro del coche.
Participante invitado: El P. Robert Longshanks es un antiguo anglo-católico que cruzó el Tíber hace cincuenta años. Conocido (a sus espaldas) por sus compañeros sacerdotes como Father “Battleaxe” Bob, se comenta que su propio obispo le tiene algo de miedo desde que le dijo que “el problema de Inglaterra ha sido siempre que sus obispos no están dispuestos a morir mártires”.
Una de las cosas que más me han gustado de la Exhortación Amoris Laetitia del Papa Francisco es un pequeño detalle que quizá a otros les parezca nimio: su llamada a utilizar un lenguaje adecuado al hablar de los temas de la familia y de los problemas y pecados relacionados con ella.



