InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Moral

1.08.16

Vivir en los límites de la ley

Cuando a alguien le ponen una multa por exceso de velocidad, la excusa que suele dar es que no se fijó en que había superado el límite. Pretendía ir al máximo de velocidad permitido, noventa o ciento veinte y, sin darse cuenta, aceleró a noventa y cinco o a ciento veintiséis kilómetros por hora. Justo en ese momento, por casualidad (¡ley de Murphy!), se cruzó un policía y ¡zas!, multa al canto. Es algo que, probablemente, nos ha sucedido a todos los conductores en alguna ocasión y que, por lo tanto, nos resulta muy comprensible. A fin de cuentas, sería imposible y también peligroso conducir constantemente mirando el velocímetro del coche.

Por otro lado, al dar esa excusa no estamos teniendo en cuenta una solución muy sencilla: si el límite está en ciento veinte kilómetros por hora, para no pasarnos de ese límite por un descuido basta conducir a ciento diez. De esa forma, cuando apretamos un poco más el acelerador inconscientemente o vamos cuesta abajo o hay que acelerar un poco para adelantar a alguien, nuestro coche avanzará a ciento doce o a ciento quince o a ciento dieciocho, pero será mucho más difícil que nos pongan una multa por exceso de velocidad.

Cuando uno intenta mantenerse justo en el límite, resulta muy fácil traspasarlo casi sin darse cuenta, al menos en algunas ocasiones. Todos lo sabemos, pero el problema está en que, en realidad, nos gustaría ir más rápido. Querríamos ir a ciento treinta o ciento cuarenta y, si no lo hacemos, es porque no nos atrevemos por si la ley nos penaliza. Por eso nos quedamos en el máximo posible que nos permite evitar la multa. Es exactamente lo mismo que nos pasa a los cristianos.

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25.04.16

Fr. Longshanks: la tiranía de los casos particulares

Participante invitado: El P. Robert Longshanks es un antiguo anglo-católico que cruzó el Tíber hace cincuenta años. Conocido (a sus espaldas) por sus compañeros sacerdotes como Father “Battleaxe” Bob, se comenta que su propio obispo le tiene algo de miedo desde que le dijo que “el problema de Inglaterra ha sido siempre que sus obispos no están dispuestos a morir mártires”.

Actualmente ejerce la cura de almas en una pequeña parroquia de Sussex.

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13.04.16

No adulteremos... el lenguaje

Una de las cosas que más me han gustado de la Exhortación Amoris Laetitia del Papa Francisco es un pequeño detalle que quizá a otros les parezca nimio: su llamada a utilizar un lenguaje adecuado al hablar de los temas de la familia y de los problemas y pecados relacionados con ella.

Confieso que, durante los últimos años, no pocos documentos de la Iglesia me han escandalizado ligeramente por el tipo de lenguaje, algo irrespetuoso, que utilizan para tratar estos asuntos. El lenguaje que usamos es importante, porque revela lo que pensamos y, sobre todo, lo que cree la Iglesia. De lo que rebosa el corazón, habla la boca, dijo el Señor (Lc 6,45). Por otro lado, además, nuestra forma de hablar debe manifestar la caridad salvadora de Cristo, que se ofrece a todos los hombres.

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19.02.16

Dos clarificaciones necesarias: el virus Zika y la unión de las «Iglesias»

Una de las características de nuestro tiempo es la valoración de la inmediatez sobre la precisión. Lo importante es la últimísima noticia, que se consume y traga a toda prisa, para pasar con rapidez a la siguiente, sin tiempo para evaluar su veracidad o su error, digerirla y asimilarla con tranquilidad.

En este contexto, me ha parecido oportuno reflexionar sobre dos declaraciones recientes del Papa que algunos no entienden bien, sino que las interpretan en el peor de los sentidos posibles, de manera ajena a la enseñanza de la Iglesia. La primera de las intervenciones corresponde, además, a una entrevista, un género literario que se presta mucho a la imprecisión de lo que dice el entrevistado y a una comprensión superficial por parte de los lectores.

En su último viaje en avión, un periodista preguntó al Papa Francisco acerca del virus Zika y la doctrina católica sobre la anticoncepción.  Por supuesto, el periodista sabía perfectamente que la doctrina católica sobre ese tema está contenida en el Catecismo de la Iglesia Católica, pero, tristemente, ya estamos acostumbrados a que lo único que busquen los periodistas sea un titular sensacionalista.

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16.02.16

Antonin Scalia, católico y juez del Tribunal Supremo de los Estados Unidos

El sábado pasado murió D. Antonin Scalia, juez del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, hijo de inmigrantes sicilianos, católico y padre de nueve hijos, uno de ellos sacerdote. La noticia ha pasado sin pena ni gloria por la mayoría de los medios de lengua española, pero tiene una gran relevancia. A diferencia de lo que sucede en España, en Norteamérica, el puesto de miembro del Tribunal Supremo (equivalente a grandes rasgos a nuestro Tribunal Constitucional) es importantísimo, porque es vitalicio. En ese sentido, los jueces del Tribunal Supremo estadounidense pueden constituir un verdadero tercer poder judicial estable, que haga de contrapeso al ejecutivo y al legislativo. 

El fallecimiento inesperado del juez Scalia ha revolucionado el escenario político norteamericano, porque deja una vacante que el Presidente Obama intentará llenar (si el Senado le deja), cambiando por completo la orientación del Tribunal Supremo para muchos años. De hecho, la BBC escribió que la muerte de Scalia “podría definir el destino político de los Estados Unidos". 

Es de suponer que, si el Presidente Obama consiguiera nombrar a un nuevo juez para el Tribunal, su candidato ideal sería alguien opuesto en todos los sentidos a Scalia. El juez Antonin Scalia era, en efecto, el principal defensor de la cordura, el sentido común y la independencia judicial en un Tribunal Supremo politizado y convertido en una herramienta al servicio de la reingeniería social.

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