Cuando tenía jardín escribía poesía…

Una lectora bien conocida por sus interesantes comentarios, Palas Atenea, ha tenido la gentileza de enviarme dos de sus poesías para publicarlas en el blog. Hace dos o tres artículos, Palas despertó nuestra curiosidad con estas líneas tan evocadoras:
“Yo tuve un jardín escondido en mi vieja casa (ahora tengo una nueva pero sin jardín y nadie entiende mi nostalgia porque la casa es mucho mejor). Cuando tenía jardín escribía poesía…”
Entiendo a la perfección lo que dice Palas, porque yo también tengo un jardín, que es una gran fuente de pequeños momentos de felicidad. Confieso que me hace ilusión que mis lectores lean y, sobre todo, escriban poesía. Estoy firmemente convencido de que la poesía es una de las cosas que más acercan a Dios, tanto natural como sobrenaturalmente. Como dijo Aristóteles, el principio de la filosofía es la admiración. Y, sin que haya ninguna casualidad en ello, la admiración también es esencial para la poesía y para la fe. Para comprender el Ser, cantar la Belleza o adorar a Dios, valga la redundancia, primero hay que admirarse ante su misma existencia, que se recibe como un don inmerecido.




Leyendo el salmo 23, me ha llamado la atención un verso en el que nunca me había detenido: habitaré en la casa del Señor por años sin término. En los salmos, como decía Santo Tomás, está contenida la Escritura entera, y al leer la frase he tenido que detenerme para rumiarla tranquilamente cual estólido buey.



