InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: General

20.01.24

La buena tristeza ante el estado de la Iglesia

A veces escuchamos que hay que ahuyentar cualquier tristeza, porque lo propio del cristiano es la pura alegría, mientras que la tristeza solo viene del demonio. Quizá por eso hay personas y grupos en la Iglesia que tienen como distintivo la sonrisa permanente y la consigna de que todo siempre va bien. Incluso angustian a pobres gentes diciéndoles que, si sienten tristeza, es porque no tienen suficiente fe o barbaridades por el estilo. Sin duda, los que dicen y hacen estas cosas tendrán buena intención, pero están confundiendo el cristianismo con algo que no es, influidos por el buenismo y el voluntarismo que hay en el ambiente.

Lo cierto es que, como enseña Santo Tomás, la tristeza no siempre es mala. Más aún, cierta tristeza es signo de virtud: “La tristeza inmoderada es una enfermedad del alma, pero la tristeza moderada pertenece a la buena disposición del alma, según el estado de vida presente” (ST I-IIae, q. 59).

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15.01.24

No, no podemos esperar que el infierno esté vacío

La existencia del infierno es uno de los grandes escándalos para la ideología posmoderna. Buenistas, relativistas y adolescentes perpetuos no pueden soportar la idea misma de un infierno, porque va contra su religión (que ni siquiera saben que tienen). Por eso, hoy en día, muchos, muchísimos “cristianos” progresistas simplemente no creen en el infierno. Han abandonado esa parte de la fe como si fuera un trasto viejo, estropeado e inservible, sin darse cuenta de que con la verdad y la fe no se negocia, es todo o nada. Como ya enseñaba Santo Tomás, no se pueden escoger algunas verdades o partes de la fe más agradables y rechazar otras, porque quien lo hace, en realidad, está abandonando la fe por completo y sustituyéndola por sus propias opiniones.

Esto está claro para cualquiera que conserve aún la fe católica. ¿Qué pasa sin embargo con esa idea que se ha ido extendiendo en ámbitos pretendidamente ortodoxos de que podemos, e incluso debemos, esperar que el infierno esté vacío? Es justamente lo que el mismo Papa Francisco acaba de afirmar al ser entrevistado en un programa de la televisión italiana: “Me gusta pensar que el infierno está vacío. Sí, es difícil imaginarlo. Esto que digo no es un dogma de fe, sino una cosa mía personal: me gusta pensar que el infierno está vacío. ¡Espero que así sea!”.

A primera vista, es una posibilidad admisible para un católico. A fin de cuentas, la Iglesia ha canonizado a muchos santos, asegurándonos que están en el cielo, pero no tiene “anticanonizaciones” para declarar que una persona concreta está en el infierno. Además, la Escritura enseña que Dios quiere que todos se salven, de modo que nosotros debemos desear lo mismo. ¿Qué persona razonable puede desear que alguien se condene? Por lo tanto, mientras defendamos la existencia del infierno como posibilidad, parece razonable y hasta encomiable esperar y confiar en que, en la práctica y por la misericordia de Dios, esté vacío, ¿no? No.

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12.01.24

Fiducia supplicans y la “moral geográfica”

Es muy difícil sacar conclusiones de la reciente declaración Fiducia supplicans del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, en la que se permite bendecir a parejas de personas en situación matrimonial irregular o del mismo sexo. A fin de cuentas, el documento no solo contradice la práctica universal anterior de la Iglesia y un documento del mismo Dicasterio de hace dos años, sino que incluso se contradice a sí mismo en varios puntos.

Esta naturaleza contradictoria parece haber sido buscada intencionadamente como “solución” al “problema” que se planteaba el Dicasterio: la doctrina y la práctica de la Iglesia no permiten bendecir parejas que solo son tales por un pecado grave, pero de hecho la sociedad y buena parte de los católicos y el propio Dicasterio quieren que se bendigan y se acepten esas parejas. Aparentemente, el Dicasterio rechazó desde el principio las dos soluciones lógicas al dilema: o bien cambiar heterodoxamente la doctrina para bendecir uniones inmorales o bien reafirmar católicamente esa doctrina y desechar las bendiciones.

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6.01.24

Cuento de Navidad

Hace tres años, por estas mismas fechas, hablábamos del magnífico cuento de Navidad de Natalia Sanmartín y, sin duda, es una época propicia para esos relatos, a veces tristes y a veces alegres, pero ante todo conmovedores. Este año, sin embargo, en vez de leer un cuento navideño me he encontrado con uno real inesperadamente.

Por razones que no vienen al caso, me ha tocado revisar los ingresos de InfoCatólica y, a diferencia de lo que esperaba, ha sido una labor preciosa. Primero, porque he podido palpar una vez más que InfoCatólica no es un medio como los demás: nació pobre y lo ha seguido siendo a lo largo de los años. Verlo de primera mano al comprobar los (más bien escasos) ingresos me lo ha recordado y ha avivado mi fe. Qué grande es Dios que ha querido regalarnos la pobreza. Así se cumple lo que dijo San Pablo: conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza. ¡Es verdad, yo lo he visto!

Siempre me ha parecido que InfoCatólica es como el establo de Belén: un portal (digital) desvencijado, con goteras, algo frío cuando sopla el viento y sin ninguna de las comodidades de la posada, pero en el que, sorprendentemente, el Niño Dios parece estar a gusto, San José arregla lo que puede cuando se lo pedimos y nuestra Señora, bueno, nuestra Señora convierte cualquier lugar en un palacio con su presencia, como Reina que es. No faltan la mula y el buey, que somos los que escribimos en el portal, más bien brutos, pero ahí estamos, mirando al Niño. Y todos los que acuden, por supuesto, que no lo hacen por el portal en sí mismo ni por nosotros, que no somos precisamente una atracción turística, sino para contemplar al Salvador de todos los pueblos.

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7.12.23

La espada rota

Pocos placeres hay comparables al de rebuscar entre muchos libros desconocidos y descubrir uno especialmente digno de ser leído, como el que halla a un nuevo amigo en medio de una multitud. Hace tiempo, en una librería, que, como tantas otras, estaba llena de libros prescindibles, encontré y compré uno de esos libros valiosos y dignos de ser leídos. El título es Japanese death poems.

Los japoneses tienen, desde hace siglos, la llamativa costumbre de escribir un breve poema cuando van a morir, con esa preciosa caligrafía que por sí sola ya constituye una obra de arte. La brevedad no resta profundidad a los poemas, sino que, al contrario, obliga a sus autores a concentrar la aventura inabarcable de la muerte en unos pocos versos, a veces solo tres o cuatro, como oro que se va refinando hasta que solo queda el regio metal más puro.

En el libro hay muchos versos interesantes por diversas razones, pero quizá el que más me gusta de todos sea este, del siglo XVI:

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