Nostalgia del cielo
Leyendo el salmo 23, me ha llamado la atención un verso en el que nunca me había detenido: habitaré en la casa del Señor por años sin término. En los salmos, como decía Santo Tomás, está contenida la Escritura entera, y al leer la frase he tenido que detenerme para rumiarla tranquilamente cual estólido buey.
Obviamente, el salmo hace alusión a la vida eterna en el cielo. En ese sentido es casi trivial, porque no hace más que repetir algo que todo cristiano sabe al menos desde que tiene uso de razón: que nuestro fin es la vida eterna en el cielo. Me ha parecido especialmente llamativo, sin embargo, que el salmo hable del cielo como la Casa del Señor. El cielo es un Reino, un banquete, una patria, una Ciudad… pero también, y quizá ante todo, es una casa, un hogar.

Hace dos años, tuve la oportunidad de visitar el que quizá sea el monasterio más remoto de toda América: el monasterio contemplativo Mater Veritatis de Levicán (Chile). Nunca olvidaré los días que pasé allí, la belleza de la liturgia, la pobreza que hablaba de Cristo y la bienvenida y el cariño de la comunidad de Schola Veritatis. Era imposible no recordar las palabras de Pedro en el Tabor: Señor, qué bien se está aquí.
Por alguna extraña razón, las verdades más terribles de nuestra religión siempre me consuelan de una forma especial en mi debilidad. El pecado original, las infidelidades de Israel, la agonía y la muerte de Cristo, la traición de Pedro y los apóstoles, los innumerables pecados de clérigos y seglares en la historia de la Iglesia y el Juicio Final siempre han sido para mí una garantía de que la fe católica es cierta y no una teoría humana más o menos placentera, una mera ideología que somete la realidad a moldes estrechos y falsos.
El otro día, un lector con el botánico nombre de Roblete dejó en el blog un comentario que me pareció clarividente y a la vez intrigante: “Quienes hemos estado apartados de la doctrina de la Iglesia y por gracia de Dios la hemos descubierto, sabemos por experiencia propia que los inmisericordes no son los que no nos daban la razón cuando estábamos errados sino los que nos reían las gracias para hacerse los buenos y comprensivos".



