Creo por la oficina de correos
Al ser traductor, tengo que ir frecuentemente a la oficina de correos de mi barrio, para enviar traducciones juradas a mis clientes. No hace mucho, fui a enviar una de estas traducciones y, como suele suceder, la oficina estaba abarrotada. Hacía calor y, como había pocos funcionarios y no se daban mucha prisa, los ánimos se habían caldeado bastante.
El calor favorecía que la tensión fuese aumentando cada vez más y el propio ambiente de tensión, en un círculo vicioso, ponía nerviosa a la gente, lo cual, a su vez, hacía que aumentara la tensión del ambiente. La gente se quejaba, unos en voz baja y otros de forma más que audible. Algunos discutían entre sí, por el puesto en la cola, por el uso de un bolígrafo o simplemente porque sí.
Como la impaciencia es de las enfermedades más contagiosas que existen, rápidamente me impacienté y empecé a quejarme yo también por lo bajo, refunfuñando por todo. Analicé la lentitud de cada funcionario en particular, las razones por las que deberían despedirle y las mil y una formas en que la oficina podría organizarse de forma más eficiente. Yo, que nunca miro la hora y ni siquiera llevo reloj, sentí la necesidad de saber qué hora era cada dos minutos.

A poco que uno preste atención, Dios siempre se sirve de algo para llevarte hacia él. Te manda ángeles, para que se cumpla su promesa del libro del Exodo: mi ángel marchará delante de ti. “Ángel” es, etimológicamente, una palabra griega, ἄγγελος (pronunciado anguelós), que significa simplemente “mensajero”, es un mensajero de Dios. El mismo sentido tiene el término hebreo del que es traducción la palabra ángel: מלאך (malaj).









