Benditas bendiciones
Conozco a un sacerdote que, siempre que escribe una carta o un simple correo electrónico, termina enviándote su bendición. Me parece una costumbre estupenda. Las bendiciones son algo precioso y, además, gratis, así que creo que sería bueno que los sacerdotes las dieran más a menudo. Lo que recibisteis gratis, dadlo gratis. La última vez que hice el Camino de Santiago, con un par de primos míos, cada vez que veíamos a un sacerdote, nos poníamos de rodillas y le pedíamos su bendición. Ponían cara de sorpresa, pero nos bendecían.
La liturgia está llena de bendiciones preciosas. Cuando hago de acólito, siempre pongo al sacerdote celebrante la bendición solemne propia del tiempo en el que estemos. Desgraciadamente, el pequeño esfuerzo de buscar la página y alargar medio minuto la celebración hace que estas bendiciones solemnes se usen poco, pero creo que merecen la pena, porque son textos magníficos que, además, podrían ayudarnos a rezar. Por ejemplo, la bendición solemne para la Cuaresma que hemos usado estos días es toda una catequesis:

El interesantísimo blog
Como ganador ¡en dos categorías! del I Concurso de Blogs Católicos Espada de Doble Filo, he entrevistado a D. Guillermo Juan Morado, sacerdote diocesano de la diócesis de Tuy Vigo. En su blog de InfoCatólica, la Puerta de Damasco, se tratan temas muy diversos y los lectores ofrecen sus comentarios, discuten, y entablan amistades que, a veces, rompen los límites del mundo virtual.
Hoy quiero proponer una buena idea para los párrocos. Ya sé que están muy ocupados, pero pueden encargársela a algún parroquiano aficionado a los ordenadores. Mi propuesta es crear un blog parroquial. Actualmente, un blog es muy fácil de crear. Hay multitud de herramientas sencillas para ello y de alojamientos totalmente gratuitos. A diferencia de lo que sucede con una página web, que es algo más complicado, todo el mundo puede crear un blog. Por otra parte, la mayoría de la gente tiene acceso a Internet, así que, una vez anunciado en la parroquia, el blog podría tener un número considerable de lectores.
Cuando tenía unos diez años, visité París por primera vez, con mis padres. Con aquella edad, me impresionaron Notre Dame, el Sagrado Corazón y pocas cosas más. Como es lógico, una de esas otras cosas fue la torre Eiffel, que para cualquier niño viene a ser como un Mecano o un juego de construcciones de tamaño gigantesco. Recuerdo que lo que más me gustó de la torre fue hacerme una foto con ella, desde cierta distancia, de manera que en la foto parecía que yo, como un gigante, la tenía entre mis manos. Algo tan tonto me hizo darme cuenta de la importancia de la perspectiva y del punto de vista desde el que se miran las cosas. Lo que es enorme visto desde cerca, puede ser pequeñísimo visto desde otro lugar.



