Signos de la Fe (IX): el testimonio de un lector
Algunas veces pido que cuenten su experiencia a los lectores que encontraron por primera vez el camino hacia Jesucristo y la Iglesia (o de vuelta a ella después de haberse alejado). Creo que los relatos personales de conversión nos ayudan a todos a ser conscientes de las maravillas que hace Dios en nuestras vidas a poco que se lo permitamos.
Como verán, en esta historia personal que me ha enviado desde México un lector de este blog, José Huerta, el Señor escuchó las oraciones de una madre (como hizo con San Agustín y tantos otros). Además, se sirvió de algo que, a primera vista, parece absurdo: la presencia de misioneros no católicos en México. Así actúa Dios, yendo siempre más allá de cuanto podemos imaginar.

Ya he hablado varias veces de cómo los conversos tienen la gracia especial de comprender muy claramente la enorme diferencia que hay entre estar fuera de la Iglesia y estar dentro de ella (mientras que los cristianos “de siempre” a menudo no somos conscientes de esa gran diferencia).
La semana pasada, el nuevo embajador de Nicaragua en el Vaticano presentó sus credenciales ante el Papa. Como es habitual, en sus palabras al embajador nicaragüense, Benedicto XVI pasó revista a algunos de los problemas más acuciantes en el país centroamericano: el huracán Félix, la corrupción, el hambre, la pobreza, el analfabetismo, etc.
Siempre es algo bueno, creo yo, que surja un nuevo periódico: ideas diferentes, nuevos articulistas y un punto de vista especial para analizar los asuntos. Debo confesar, sin embargo, que “Público”, que acaba de aparecer, me ha caído gordo desde el principio.
Normalmente, al levantarme, después de rezar, suelo encender el ordenador y echar un vistazo mientras desayuno a los mensajes recibidos durante la noche. Algunos días, pocos, recibo insultos o descalificaciones con motivo de algún artículo que no haya sido buen recibido, otros correos me resultan interesantes, porque son el comienzo de una discusión, mientras que, finalmente, los hay también que contribuyen a alegrarme el día.








