Un santo quemado
Como el otro día hablábamos de cajas de cerillas, me alegra celebrar hoy la memoria de San Antonio María Claret. Me explico: si las cajas de cerillas anunciaban que “la única iglesia que ilumina es la que arde”, San Antonio vivió toda su vida obsesionado por la necesidad de arder en el amor de Cristo y prender fuego a la tierra con ese amor.
Este santo es, sin duda alguna, el ejemplo que necesita nuestra Iglesia hoy, porque, si en algo destacó, fue en celo misionero. Predicó sin descanso, en todas partes. Predicó a los campesinos pobres de Cataluña en catalán, porque no entendían otra lengua, predicó hasta en los últimos rincones de las Canarias, predicó y protegió a los esclavos y a los indígenas en Cuba, predicó y confesó en la Corte de Madrid a la Reina Isabel II y a la aristocracia. Como el mismo San Pablo, se hizo todo a todos, para ganar, sea como fuere, a algunos.
Pueden leer, en Internet, algunas de sus obras, como su Autobiografía. Para empezar, lean estas líneas escritas por él, que he tomado de esta estupenda página, y podrán vislumbrar el entusiasmo que llenaba el corazón de un verdadero apóstol de Cristo.
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Al oír hablar, estos días, del barco abortista que ha venido a España, es difícil no sorprenderse de los extremos a los que puede llegar el ser humano: animar a las mujeres a dar muerte a sus hijos, haciendo terribles esfuerzos para saltarse los pocos obstáculos que pone la ley, incluso ayudando a las menores de edad a hacerlo sin permiso de sus padres. Desgraciadamente, a todo hay quien gane.
Todos los lectores conocerán ya, supongo, la noticia de que varias organizaciones proabortistas han estado repartiendo unas cajas de cerillas con la imagen de una iglesia católica ardiendo y el lema: la única iglesia que ilumina es la que arde. Como es lógico, la inmensa mayoría de las reacciones ante esta barbaridad han sido de rechazo, incluso pidiendo legítimamente que se tomen acciones legales contra ella.
Acabo de leer las curiosas declaraciones de Jesús Cotta, autor de una nueva antología de textos de Santa Teresa de Jesús titulada “Teresa, mon amour". Este escritor malagueño ha afirmado que intentaba “demostrar que Santa Teresa es natural y cercana, como una vecina; que es una mujer, no una santa”.
Este verano, volviendo de Galicia hacia Madrid, eché un vistazo al mapa del itinerario para buscar un sitio interesante donde mi familia y yo pudiésemos parar para comer. Decidimos visitar Astorga, sede episcopal, y así rezar un rato en la Catedral. No sabíamos el nombre del obispo de Astorga, pero eso era lo de menos. Queríamos rezar en la sede de un Sucesor de los Apóstoles, en el centro de la vida de la diócesis.








