Ojalá César Vidal fuese más protestante
Me pide un lector que comente un texto de César Vidal y, Dios mediante, eso pienso hacer… en otro artículo. Antes de saltar a la refriega y a la discusión de argumentos y temas más concretos, quiero escribir algunas consideraciones sobre este periodista y escritor, que es, probablemente, el protestante español más conocido en España en la actualidad. Curiosamente, además, se da el hecho de que su popularidad ha crecido, en buena parte, en un medio perteneciente a la Conferencia Episcopal española, aunque indudablemente sean sus propios méritos la causa principal de dicha popularidad. En fin, todo esto hace que sea un personaje fascinante.
Es, sin duda alguna, un gran locutor de radio, con una habilidad especial para despertar el interés de sus oyentes sobre los temas que trata y para transmitir su mensaje con una claridad digna de envidia. En sus charlas se muestra como un verdadero comunicador, según el precioso significado etimológico de alguien que comparte las cosas valiosas que ha encontrado en su experiencia, reflexiones, estudios e investigaciones. Escritor infatigable, sus libros de divulgación histórica son amenos y sencillos. Además, mostrando una refrescante independencia de criterio, escribe a menudo sobre temas que muy poca gente quiere tocar, sin temor a defender un punto de vista diferente al de la historiografía oficial.
Como no se trata de escribir una hagiografía (en el mal sentido de la palabra), supongo que los lectores se estarán preguntando, a estas alturas, si hay algo que reprochar a tan augusto personaje. Y, como el que esto escribe es católico y lo hace en un medio de comunicación orgullosamente católico, probablemente piensen que lo que le voy a reprochar a César Vidal es su protestantismo.

Bono no es precisamente una autoridad en materia teológica (me refiero al cantante de U2, no al político español, aunque la frase serviría igualmente para ambos). Como hijo de una madre protestante y un padre católico y estudiante de un colegio “ecuménico", no es extraño que este irlandés tenga las ideas bastante confusas en ese aspecto. He leído, sin embargo, unas declaraciones suyas que me han gustado bastante, porque muestran que ha comprendido dos aspectos fundamentales del cristianismo que mucha gente no tiene claros.
Todos sabemos que las palabras no son lo más importante. Desde pequeños nos enseñan que obras son amores y no buenas razones. No es esa, sin embargo, toda la historia. El Génesis relata que la creación comenzó con unas palabras: “Y Dijo Dios, que sea la luz. Y la luz fue.” Las palabras tienen una fuerza creadora que resulta temerario olvidar. Las cosas que decimos modifican nuestro ser. Más aún, la forma en que decimos las cosas va cambiando nuestra forma de ser y de pensar. A fin de cuentas, pensamos con palabras, así que es muy probable que, si cambiamos esas palabras, cambiemos también, en mayor o menor medida, lo que pensamos.
Hace un par de semanas, viajé, por trabajo, a Alemania. Pasé un par de días en Munich y, entre interpretación e interpretación, pude dar una vuelta por la preciosa ciudad bávara. Creo que es muy sano, de vez en cuando, disfrutar tranquilamente de la belleza que mueve el corazón a bendecir a Dios.
Hace unos días, se aprobó definitivamente en el Senado la nueva ley del aborto, que no hace sino empeorar aún más, si cabe, la repugnante ley anterior sobre esa misma materia. Después de haber hablado tanto contra la barbarie del aborto, casi no me quedan ya indignación ni epítetos para calificar este despropósito.



