InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: General

20.04.25

A cambio, solo bendición

Siguiendo la tradición inmemorial de este antiguo y olvidable blog, me alegro de felicitar la Pascua de resurrección a los lectores con unos versos pascuales.

Este año, el soneto es un canto a la maravillosa noche de la vigilia pascual, la noche gloriosa en que Cristo ha vencido a la muerte y del infierno retorna victorioso. Que Dios conceda a todos los lectores y a sus familias sobreabundantes bendiciones de Pascua.

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18.04.25

No hay santo sin cruz

Tenemos unas riquezas inmensas, que no nos merecemos, porque las desaprovechamos como niños malcriados. Una de esas riquezas es la maravillosa poesía religiosa en nuestra lengua, que ya quisieran para sí los demás pueblos de la tierra.

Como demostración, hoy, Viernes Santo, traigo al blog este sabio y precioso poema de Lope de Vega, muy poco conocido por los católicos. Vale, sin duda, por un buen sermón sobre la cruz. Y por un centenar de malos sermones, porque, desgraciadamente, se nos habla muy poco de la cruz, a pesar de que, como dice Lope, sin ella no hay gloria ninguna y su ausencia equivale al eterno llanto.

Si vivimos en una época blandita y hemos olvidado muchas cosas esenciales para un cristiano, dejemos que los cristianos de otras épocas nos las recuerden.

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27.03.25

Las primicias del día

El otro día, en uno de los salmos de laudes, el Salmista cantaba, lleno de gozo:

Dichosos los que viven en tu casa
alabándote siempre.

Con estas palabras se nos da una magnífica definición de lo que es un cristiano: el que tiene la gran fortuna de vivir dichoso en la Iglesia, alabando siempre a Dios. Laudes, la oración matinal de la Iglesia, significa en latín precisamente eso: alabanzas, porque estamos llamados a empezar cada día alabando a Dios.

La oración por la mañana, antes de que hagamos ninguna otra cosa, es muy especial y diferente de cualquier otro momento de oración del día. Antes de que salga el sol, antes de que empiecen los trabajos de la jornada, antes de que nos ocupemos de nuestros propios asuntos, nuestros ojos, nuestro corazón y nuestra mente se ponen en Dios, para que así se cumpla el primer mandamiento: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas.

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25.03.25

4.03.25

La muerte súbita

Un tío mío contaba una anécdota que siempre me llamó mucho la atención. En cierta ocasión, varios compañeros de trabajo se habían puesto a hablar y la conversación, de alguna manera, recayó en cómo le gustaría a cada uno morirse. Hablaron varios, que fueron comentando lo habitual con ligeras variantes, hasta que llegó uno que se limitó a decir: “yo le he pedido a Dios una muerte lenta y dolorosa, para que me dé tiempo a arrepentirme de mis pecados”. La conversación terminó ahí, claro, y todos se quedaron en silencio y con la boca abierta. A fin de cuentas, quien más, quien menos, si los demás le habían pedido algo a Dios era no morirse nunca.

Siempre me acuerdo de esta anécdota al hablar de la muerte, porque lo cierto es que se ha producido un cambio asombroso en la forma de considerar la muerte entre los católicos. Si hiciéramos una encuesta o preguntáramos al azar a los católicos que salen de Misa de doce, la respuesta más frecuente sería el deseo de una muerte rápida, sin darse cuenta, a ser posible durante el sueño y, por supuesto, sin ningún dolor. Es algo tan asumido y generalizado que no creo que nadie se sorprenda por ello.

Digo que el cambio ha sido asombroso, sin embargo, porque esa muerte ideal de los católicos actuales fue siempre la peor pesadilla de los católicos de épocas anteriores. Basta consultar misales o devocionarios antiguos para encontrar en todos ellos la petición clásica: a morte subitanea et improvisa, liberanos Domine. De la muerte súbita e imprevista, líbranos, Señor. ¡La muerte ideal del católico medio actual era uno de los grandes males de los que se pedía a Dios que nos librara!

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