Por qué no entendemos las parábolas (I)
No entendemos las parábolas. Estoy convencido de que, si de verdad las entendiéramos, la mitad de los bancos se vaciarían cuando el sacerdote comienza a decir “Lectura del Santo Evangelio…”. Solo la insinuación de que ese día iba a leerse una parábola bastaría para dejar la iglesia medio desierta, porque los fieles huirían como alma que lleva el diablo. Y buena parte de los que se quedasen se taparían los oídos, aterrorizados por lo que podrían escuchar.
¿Qué es una parábola? Una especie de cuento, respondería la mayor parte de la gente. Gran error. Como un explorador corto de vista que acaricia la cabeza de un león pensando que es un manso gatito, confundimos las parábolas con cuentecitos inofensivos y vagamente morales, que ya nos sabemos de memoria. Cuando se leen en Misa, tendemos a pensar en nuestro interior: “Ah, esa ya la conozco”. Y desconectamos, porque en nuestra insensatez creemos que ya nos sabemos la historia o la moraleja o el mensaje. Y lo cierto es que no entendemos nada de nada. Ni siquiera comprendemos lo que es una parábola.
Veamos una historia real que muestra lo peligrosa que es una parábola. Dios la incluyó en la misma Biblia hace unos tres mil años, para que pudiéramos escarmentar en cabeza ajena y empezásemos a vislumbrar la terrible realidad de las parábolas.

Leyendo el salmo 23, me ha llamado la atención un verso en el que nunca me había detenido: habitaré en la casa del Señor por años sin término. En los salmos, como decía Santo Tomás, está contenida la Escritura entera, y al leer la frase he tenido que detenerme para rumiarla tranquilamente cual estólido buey.
Hoy, un post breve.
Como llevamos varias semanas de artículos polémicos, necesarios pero fatigosos, creo que es buena idea traer al blog palabras de aliento, de gracia y de esperanza, así que he traducido para los lectores parte de un texto del Beato John Henry Newman. Se trata de uno de los sermones parroquiales que pronunció cuando aún era anglicano. Uno no puede evitar pensar que ojalá muchos sacerdotes católicos predicaran al menos como el Newman anglicano.



