La abuela de Santa Maravillas
Releyendo la más que recomendable vida de Santa Maravillas de Jesús escrita por el P. Iraburu y publicada por la Editorial Gratis Date, me he fijado en una frase que, en anteriores lecturas, no había llamado mi atención:
“Doña Patricia Muñoz, viuda, vive con ellos, ha hecho voto de pobreza, e influye mucho en la formación espiritual de su nieta Maravillas, le lee vidas de santos, le enseña a orar y a amar la pobreza y a los pobres”.
Supongo que es comprensible que no me fijara en estas líneas, porque la abuela no es uno de los “protagonistas” del libro y, si no recuerdo mal, no vuelve a mencionarse más en él después de esta breve aparición.
Creo que la referencia a la abuela de la santa, sin embargo, es más importante de lo que parece. Seguro que muchos pensarían que estaba loca. ¿Qué sentido tenía que una anciana viuda hiciera voto de pobreza y se consagrara a Dios? Además, ni siquiera había ganado la compañía y el apoyo de otras religiosas en un convento, sino que era un voto privado. ¿A quién beneficiaba eso? ¿Para qué podía servir? ¿No había hecho ya suficiente? ¿No era mejor que se dedicara a otras cosas, en lugar de tanto rezar, y que viviera lo más a gusto posible los pocos años que le quedaban de vida?

Actualmente está muy de moda afirmar que todas las religiones son lo mismo, que da igual ser budista que cristiano, porque sólo son formas distintas de vivir la espiritualidad y, en el fondo, complementarias. Por desgracia, no faltan incluso sacerdotes y religiosos católicos que lo digan. En mi opinión, esta idea tan extendida de que todas las religiones son iguales, junto con la presencia en nuestra sociedad de diversas religiones orientales y, especialmente, el budismo, nos obligan a plantearnos en serio porqué somos cristianos y no budistas. ¿O es que da igual ser una cosa que otra?
El otro día, un lector con el botánico nombre de Roblete dejó en el blog un comentario que me pareció clarividente y a la vez intrigante: “Quienes hemos estado apartados de la doctrina de la Iglesia y por gracia de Dios la hemos descubierto, sabemos por experiencia propia que los inmisericordes no son los que no nos daban la razón cuando estábamos errados sino los que nos reían las gracias para hacerse los buenos y comprensivos".
Abusando una vez más de la paciencia de los sufridos lectores de este blog, me permito hablarles del último libro que he escrito y que se acaba de publicar:



