InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Familia

21.12.18

El Niño perdido

Como ya es tradicional, me gustaría felicitar las inminentes Navidades a los lectores del blog con un villancico. Los lectores veteranos ya sabrán que, en mi familia, acostumbramos a componer un villancico nuevo cada año y a cantarlo juntos, con gran diversión, entusiasmo y algarabía, aunque la afinación sea mejorable, la coordinación cuasi-inexistente, la grabación aficionada y las voces las que tenemos.

Este año, el villancico contempla el misterio gozoso del Niño perdido y hallado en el templo. Es un misterio especialmente apropiado hoy, porque nuestro mundo hace tiempo que ha perdido al Niño. Conserva por inercia la fiesta de su nacimiento, pero se ha olvidado de lo que celebra y por eso su celebración tiene un aire fatigado y de desesperanza que no puede ocultar. Le falta el Niño y, sin Él, nada tiene sentido. Como dice el villancico: “mira que el mundo se muere porque no lo tiene, porque lo perdió".

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14.12.18

Cajas de seguridad

El otro día, vi una película en la que uno de los personajes abría su caja de seguridad del banco, porque había guardado en ella algunas joyas y otras cosas valiosas que tenían que ver con la trama de la película. Cuando pasó la escena, me quedé pensando en la caja de seguridad. Nunca he tenido una caja de ese tipo, pero ¿qué metería en ella si la tuviera?

Después de pensarlo un rato, llegué a la desalentadora conclusión de que no tengo absolutamente nada que pueda guardar en una caja de seguridad. Es curioso darse cuenta de que, después de años y años, uno no ha acumulado nada valioso. Paradójicamente, sin embargo, mi sensación principal fue de alivio y libertad.

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16.11.18

Pequeños monasterios

“La mayor contribución a la restauración del orden de la sociedad humana en su conjunto sería la fundación en cada ciudad, población y área rural de comunidades religiosas contemplativas, comprometidas con la vida de silencio consagrado, de modo que el silencio esté presente en nuestro trabajo y en nuestros días como el árbitro vigilante de un partido, para juzgar y medir todos nuestros ruidosos logros. La razón principal por la que el sexo se está despedazando a sí mismo en todas las violentas variantes de esterilidad intencionada es que muy pocos viven la virginidad consagrada y fecunda y la razón fundamental por la que nuestras discusiones y comités han llevado a la esterilidad del escepticismo es que aún hay menos personas que vivan el silencio fecundo y consagrado”.

John Senior, La restauración de la cultura cristiana, 1983

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13.11.18

Lo más importante

Mi hijo menor, el cuatroañero, sabe apreciar el silencio, una habilidad que bastantes nonagenarios se mueren sin haber conseguido aprender. Cuando vamos en coche, a menudo está callado durante mucho tiempo, pensando en sus cosas, hasta que, repentinamente, dice algo que permite vislumbrar sus elucubraciones.

El otro día, yendo por la mañana hacia el colegio, preguntó, sin ningún tipo de introducción: “Mamá, ¿a que ir al colegio no es lo más importante?”.

A pesar de lo temprano de la hora, mi esposa ni siquiera pestañeó. El pequeñajo ya nos tiene acostumbrados a las preguntas más curiosas, desde las relativas al concepto de infinito (que a él le fascinan y que mi mujer directamente suele responder con “eso se lo preguntas a tu padre”) hasta temas bastante más complejos (el otro día preguntó con total seriedad: “Mamá, ¿por qué papá se casó contigo?”, quizá intuyendo que la pregunta complementaria, sobre por qué ella se casó conmigo, superaba la limitada capacidad de la razón humana).

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26.10.18

La juventud

Una lectora, Manoletina, me pide que dedique un artículo a la juventud, con ocasión del Sínodo sobre ese tema. Como no tengo tiempo estos días para hacerlo, he pensado publicar este viejo poema, que aparece en Carmina catholica.

La juventud es como el perfume de nardos con el que María Magdalena ungió los pies de su Señor: está hecha para derramarse y derrocharse sin medida en búsqueda de la belleza, la verdad, la alegría y, sobre todo, ad maiorem Dei gloriam. Por eso los antiguos decían que los elegidos de los dioses morían jóvenes. Y también por eso nuestra época, que no tiene apenas jóvenes que quieran derramar su juventud para Gloria de Dios, se muere de vieja y agoniza miserablemente.

Esa misma malsana obsesión con la juventud que caracteriza a nuestro tiempo no es más que una señal de que hemos perdido la verdadera juventud, intentando cerrar herméticamente el frasco de perfume y atesorarlo en una caja fuerte para no perderlo. Y así, el Único que podría darnos la juventud eterna pasa de largo sin que cubramos de lágrimas sus pies y los sequemos con nuestros cabellos. Y nos morimos, nos morimos. Quien guarda su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mi causa, la encontrará.

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