De lo que nos quejamos

“Es vuestro deber tener claras las líneas [de la doctrina] en la mente y, si queréis traspasarlas, debéis cambiar de profesión. Es vuestro deber no solo como cristianos o sacerdotes, sino como hombres honrados. Existe el peligro de que los clérigos se creen una conciencia profesional especial que oscurezca una cuestión moral muy sencilla.
Aquellos que han traspasado estas fronteras en cualquier dirección suelen alegar que son sinceros en sus opiniones heterodoxas. En defensa de esas opiniones, están dispuestos a sufrir condenas y a perder ocasiones de promoción profesional. De esa forma, terminan por sentirse como mártires. Todo esto, sin embargo, nada tiene que ver con la cuestión que tanto escandaliza a los laicos. Nunca hemos dudado de que las opiniones heterodoxas sean sinceras: de lo que nos quejamos es que continuéis ejerciendo vuestro ministerio después de que hayáis adoptado esas opiniones heterodoxas.
Siempre hemos sabido que alguien que se gana la vida como agente asalariado del Partido Conservador puede cambiar sinceramente de opinión y convertirse sinceramente en un comunista. Lo que negamos es que pueda seguir siendo sinceramente un agente Conservador y continuar recibiendo dinero de un partido mientras apoya las políticas del otro“.
Dios en el banquillo, C.S. Lewis

Cualquiera que esté prestando atención se habrá dado cuenta ya de que, en el último siglo (y de forma acelerada en los últimos cincuenta años), se ha introducido en el catolicismo una especie de locura suicida. Millones de católicos, incluidos sacerdotes y religiosos, hacen todo lo posible por ser indistinguibles de los paganos, apuntarse a la última moda inmoral y destacar únicamente por su rencor contra todo lo que huela a catolicismo, tradición, moral o doctrina. Aunque nos quejemos de las leyes inmorales o anticatólicas que de vez en cuando se aprueban, lo cierto es que, en Occidente, no necesitamos que nos persigan, porque nos bastamos y sobramos para destruirnos a nosotros mismos.

Monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, Canciller de las Academias Pontificias de Ciencias y de Ciencias Sociales, se esfuerza siempre y en toda ocasión por elogiar al Papa. Es muy comprensible que un buen católico desee lo mejor al Papa, pero, por alguna razón, esos esfuerzos a veces parecen algo forzados y artificiales. Hasta tal punto de que tienen el resultado (sin duda no deseado por el propio obispo) de que, más que defender al Papa, dan la impresión de estar atacándolo.








