16.01.23

Asomando la pezuña

Hay un tipo de persona que tiende a ver al demonio en todas partes, hasta el punto de que la actividad demoniaca se convierte para ella en una obsesión o, al menos, en una manía poco saludable. Los ámbitos más neutros se consideran plagados de tentaciones y asechanzas del demonio, se retuerce la realidad para encontrar pistas esotéricas de la presencia diabólica y cualquier objeción, por razonable que sea, se recibe como una prueba más de la influencia infernal.

Una obsesión de esta naturaleza, puede deberse a un carácter timorato o escrupuloso o incluso al gusto por lo morboso y esotérico. Otras veces, en cambio, es simplemente una reacción bienintencionada contra esta época materialista que prescinde por completo del demonio, cuando no niega su existencia. El problema es que esta mentalidad, inconscientemente y al margen de la buena intención, equivale a pensar que el demonio sería, en la práctica, más poderoso que Dios, que es justo lo que el propio Satanás desea que todos piensen. Como decían los antiguos, ne quid nimis. Nada en exceso es bueno y la preocupación excesiva por el demonio es tan perjudicial como cualquier otra desmesura.

En estos tiempos, sin embargo, los casos en que se da esa preocupación exagerada son poquísimos y lo frecuente es exactamente lo contrario: vivir como si los demonios no existiesen. La nuestra es una sociedad ingenua, que ha olvidado el pecado original y la existencia del demonio y piensa que, con un poco de buena voluntad, un chorrito de ciencia y un par de pizcas de democracia, se resolverían todos los problemas del mundo. Los hombres ya no son conscientes de que viven en medio de una lucha entre el bien y el mal y, como ciegos perdidos en tierra de nadie, no hacen más que recibir disparos sin enterarse de lo que está sucediendo en realidad.

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11.01.23

El cardenal Pell lo dijo claramente: el rey está desnudo

Antes de fallecer, el cardenal Pell escribió un artículo para el diario británico The Spectator. Esto, en principio, no debería tener nada de especial. Los obispos y sus colaboradores escriben infinidad de artículos, cartas pastorales, sermones, planes pastorales, declaraciones, notas de prensa y todo tipo de documentos, que prácticamente nadie lee.

Este artículo, sin embargo, es diferente. En efecto, el cardenal, quizá sintiendo la muerte cercana, decidió expresarse sin los habituales eufemismos y circunloquios episcopales y escribió lo que gran cantidad de obispos no se atreven más que a susurrar a sus amigos y colaboradores cercanos: el rey sinodal está desnudo.

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3.01.23

De Canterbury a Roma y de Roma a Canterbury

He tenido que reírme al leer que el “obispo” anglicano de Worcester, John Inge, decía esto en Twitter:

“Parece haber en general una preocupación por los anglicanos que se convierten al catolicismo. Recibe menos publicidad el considerable movimiento que hay en la otra dirección y que se debe a diversas razones”.

La afirmación del honorable Mr. Inge es, sin duda, un cómico ejercicio de la sutileza tan típica de los ingleses, porque las razones principales del (escaso) movimiento de católicos que se hacen anglicanos son muy conocidas y resulta muy comprensible que los propios anglicanos no les den publicidad, ya que generalmente no resultan muy ejemplares. En esencia y siendo claros, suelen reducirse al deseo de saltarse el celibato, el voto de castidad o la indisolubilidad del matrimonio, la búsqueda de aprobación de conductas inmorales o el intento de hacerse una religión a la medida, más en consonancia con los siempre cambiantes criterios del mundo.

No crean que esta observación es puramente de mi cosecha. De hecho, es un lugar común tanto para los católicos como (a regañadientes) para los anglicanos desde hace mucho tiempo. A fin de cuentas, el propio anglicanismo comenzó precisamente por esas razones. En cualquier caso, si quieren voces más autorizadas que la mía, escuchemos a dos antiguos pastores anglicanos que se convirtieron al catolicismo y que responden al “obispo” en Twitter.

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29.12.22

El jesuita que “perdona” a Benedicto XVI

Un conocido jesuita heterodoxo norteamericano, el P. Thomas Reese, ha aprovechado que Benedicto XVI está gravemente enfermo para publicar un artículo en que el que “perdona” al Papa emérito por haber corregido sus barbaridades y heterodoxias. Como el artículo en realidad es un ataque a Benedicto XVI que debe ser respondido y además muestra con claridad varias de las dolencias que han aquejado a la Iglesia durante medio siglo, me ha parecido oportuno traducirlo casi en su totalidad y traerlo al blog.

Mis comentarios, como siempre, están en rojo.

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Conocí al cardenal Joseph Ratzinger en 1994, cuando estaba investigando para mi libro “Dentro del Vaticano: la política y la organización de la Iglesia Católica” [Ya esto nos da un indicio de cuál es la visión de la Iglesia del P. Reese: una visión política en el peor sentido de la palabra]. Me estaba preparando para irme de Roma y él fue una de las últimas y más importantes entrevistas para el libro. Debido a una enfermedad, tuvo que cancelar nuestra primera cita y luego amablemente la reprogramó para un horario en el que la mayoría de los funcionarios del Vaticano estaban durmiendo la siesta.

Al final de la entrevista, le pedí su bendición, algo que solo hice con otros dos funcionarios del Vaticano, porque sentí que estaba en presencia de un hombre santo. [Es triste que un sacerdote que pretende ser teólogo no sepa que la bendición que imparte cualquier sacerdote es de Dios y no propia, así que resulta ridículo afirmar que solo se pide a los que uno considera santos, pero agrada (y sorprende) que llame “hombre santo” a Benedicto XVI] Pero también sabía que estaba en presencia de un hombre que, como jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe, había causado un daño irreparable a la discusión teológica en la iglesia [Ah, ahora se entiende. Lo que quería decir es que el Papa Benedicto es un “santito”, un hombre piadosillo pero tontorrón e ignorante, porque, el pobre, no está a la altura de teólogos como el P. Reese y, con su falta de capacidad intelectual, ha hecho un daño irreparable a la Iglesia. En fin, para mirar con esa suficiencia a Benedicto XVI hay que tener no solo una idea exageradísima de la propia valía, sino también ignorancia monumental].

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22.12.22

La nana del Niño Dios

Como todos los años, tengo el placer de felicitar las Navidades a los lectores con un villancico compuesto y cantado en familia. Esta vez lo grabamos en exteriores, así que la calidad del sonido deja bastante que desear. Como verán, vamos bien abrigados por el frío, uno de mis hijos está acatarrado, el viento se esfuerza por ahogar nuestras voces y hasta un tren a lo lejos y las campanas de una iglesia cercana contribuyen al barullo, pero, como siempre, eso es lo de menos. Lo que importa es alegrarse y cantar por el nacimiento del deseado de las naciones, la esperanza de Israel, el que tanto hemos esperado.

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