Ante la muerte de Fidel Castro
En la época cristera, los católicos mexicanos rezaban a San Judas Tadeo para pedirle la muerte del tirano Calles, su cruel perseguidor; con los bríos propios del pueblo azteca, decían:
- “Diosito: ¡que se muera Calles, aunque se convierta…!”.
Pues bien; ha fallecido hace horas un tirano; no el más grande; no el mejor de ellos, pero sí quizás el último de los dinosaurios comunistas; el hombre que –títere incluso de los intereses liberales–ha esparcido el mal intrínseco del marxismo como lo había profetizado la Virgen en Fátima.
Y ahora vendrán días de duelos proceratos hipócritas a diestra y siniestra. Y algunos se alegrarán (en secreto) y otros en público; y otros –pocos– lo llorarán.
Y vendrá el cliché del pensamiento único que reza: “la muerte no se le desea a nadie” o “no se puede alegrar uno con la muerte de alguien…”, etc.
Porque es “política” e “históricamente” correcto hacerlo. ¡Sandeces!
Eso no es católico; porque lo políticamente correcto no es católico: es mundano.