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4.11.16

Luterándonos: los judíos

“A partir del planteamiento luterano, si somos coherentes, quedan solamente dos posibilidades entre las cuales optar en el curso de la historia: o el hombre se disuelve en su angustia y ya no es nada (y es la consecuencia del existencialismo ateo), o bien el hombre, basándose en esa misma angustia y corrupción, da un salto en el vacío y se autodefine superhombre (es la opción de Nietzsche). En el fondo Nietzsche regenera a Hobbes, en el sentido de que la “última ratio” del hombre es el poder. El dominio es posible solamente contra el amor, a partir de la contraposición, en el hombre, entre la razón y el corazón. Un tal poder, como “última ratio", implica la muerte de Dios. Se trata de un paganismo que, en los casos del nazismo y del marxismo, adquirirá formas organizadas en sistemas políticos” (Conferencia del P. Jorge Mario Bergoglio en Mendoza (Arg.), 1985, titulada: “Lutero: una “idea loca” que ha evolucionado en herejía y cisma”. La conferencia completa puede leerse aquí y fue republicada en un libro editado ya como Papa, en 2014; ver aquí).

Martín Lutero siempre se preocupó por el judaísmo y, aunque en un inicio intentó buscar su conversión, desistió de ello y se volcó a denigrarlos.

En los últimos años de su vida publicó cuatro opúsculos de una agresividad sin igual[1].

Veamos lo que decía:

Los judíos son un pueblo «abyecto y despreciable, es decir, no un pueblo de Dios, y su jactancia de linaje, su circuncisión y su ley deben ser considerados sucios» (…). Están manchados con «las heces del diablo (…) en las que se revuelcan como cerdos» (…). La sinagoga es una «novia impura, sí, una ramera incorregible, una mujerzuela impía». No se les debe mostrar ninguna piedad ni misericordia, ni facilitar protección legal alguna (…) «estos infectos gusanos venenosos» deben prepararse para el trabajo forzado o la expulsión definitiva» (…). «Seremos culpables de no destruirlos»[2].

 

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