Philip Trower, El alboroto y la verdad -y 23

El alboroto y la verdad

Las raíces históricas de la crisis moderna en la Iglesia Católica

por Philip Trower

Edición original: Philip Trower, Turmoil & Truth: The Historical Roots of the Modern Crisis in the Catholic Church, Family Publications, Oxford, 2003.

Fuente: http://www.christendom-awake.org/pages/trower/turmoil&truth.htm

Family Publications ha cesado su actividad comercial. Los derechos de autor volvieron al autor Philip Trower, quien dio permiso para que el libro fuera colocado en el sitio web Christendom Awake.

Copyright © Philip Trower 2003, 2011, 2017.

Traducida al español y editada en 2023 por Daniel Iglesias Grèzes con autorización de Mark Alder, responsable del sitio Christendom Awake.

Nota del Editor:Procuré minimizar el trabajo de edición. Añadí aclaraciones breves entre corchetes en algunos lugares.

Capítulos anteriores

Prefacio

PARTE I. UNA VISTA AÉREA

Capítulo 1. Reforma

Capítulo 2. Rebelión

Capítulo 3. El partido reformista - Dos en una sola carne

Capítulo 4. Nombres y etiquetas

PARTE II. UNA MIRADA RETROSPECTIVA

Capítulo 5. Los pastores

Capítulo 6. La Iglesia docta

Capítulo 7. El rebaño, parte I

Capítulo 8. El rebaño, parte II

PARTE III. LAS NUEVAS ORIENTACIONES

Capítulo 9. La Iglesia: de la sociedad perfecta al Cuerpo Místico

Capítulo 10. Pedro y los Doce

Capítulo 11. El laicado: despertar al gigante dormilón

Capítulo 12. La Iglesia y los otros cristianos

Capítulo 13. La Iglesia y las otras religiones

Capítulo 14. La Iglesia y nuestro trabajo en este mundo

PARTE IV. EL AGGIORNAMENTO Y EL AUGE DEL MODERNISMO

Capítulo 15. Los comienzos

Capítulo 16. Primeros síntomas de problemas

Capítulo 17. Aparece en escena el modernismo

Capítulo 18. Dramatis personae [los personajes del drama]

Capítulo 19. Creencias e increencias

Capítulo 20. La crisis

Capítulo 21. Tres movimientos relacionados

Capítulo 22. Aggiornamento [puesta al día] 1918-1958

CAPÍTULO 23. ¿QUÉ SIGNIFICA TODO? UNA INTERPRETACIÓN

Hemos regresado casi al punto donde comenzamos: el alboroto que estalló tras el Vaticano II, al cual comparamos con un tamiz que separa los elementos vivificantes de los tóxicos en el pensamiento moderno y en la agenda del partido reformista.

También podríamos compararlo con un filtro de agua. Desde el momento en que el Papa Juan anunció sus planes para un Concilio, los fieles fueron inundados con un torrente de ideas y opiniones de teólogos, académicos y escritores de todo tipo sobre lo que había que hacer, cómo debía volver a presentarse la fe o cuáles elementos del pensamiento moderno se podían incorporar con seguridad.

En la medida en que fueron canalizadas a través de los decretos conciliares, o las instrucciones posteriores de la Santa Sede sobre la forma en que debían entenderse los decretos, estas ideas podían considerarse “seguras para beber” o para nadar en ellas. Pero la mayor parte de la marea alta —transmitida ya sea en libros, artículos, conferencias, sermones o talleres— se desbordó alrededor y por encima de la planta de filtrado, arrastrando consigo a la mayor parte de los fieles occidentales a una vasta laguna ideológica y teológica inexplorada, donde la mayoría todavía está, espiritualmente, flotando o nadando. Como entidad visible, ellos se mantienen unidos por los límites de la parroquia y la diócesis, pero internamente sus creencias pueden variar tan ampliamente como las especies del reino animal, los insectos, los reptiles y las aves. Lo que creen como individuos depende en gran medida de qué grupo de teólogos o escritores religiosos independientes ha influido más en ellos.

Al examinar los orígenes de este estado de cosas, espero haber logrado arrojar al menos algo de luz sobre cómo y por qué sucedió todo.

Los síntomas de una renovación genuina en el mundo occidental, como mencioné antes, se ven principalmente en los “nuevos movimientos". Pero Cristo no pretendía que la Iglesia fuera una federación de movimientos. Los movimientos y las órdenes religiosas siempre han desempeñado un papel auxiliar –mediante la oración, la predicación, el ejemplo y las buenas obras– para elevar el nivel espiritual de la Iglesia en su conjunto. La renovación sólo despega plenamente cuando comienza a afectar a las diócesis y parroquias, y eso presupone una renovación del episcopado como la que se produjo en los siglos XVI y XVII a través de la acción de grandes santos como San Felipe Neri, San Carlos Borromeo y su primo Federico. Un ejemplo sorprendente de lo que puede lograr un obispo verdaderamente fiel a su vocación son las reformas llevadas a cabo por el Papa Juan Pablo II cuando era arzobispo de Cracovia. Si el número de sus imitadores o iguales en Occidente aún no es grande, la esperanza para el futuro reside en que haya cada vez más de ellos.

Los obstáculos que la Iglesia enfrenta inmediatamente son: la creciente presión para ordenar mujeres y hacer que la práctica homosexual sea moralmente admisible; un ecumenismo orientado casi exclusivamente hacia los protestantes liberales, que valora la unidad por encima de la verdad; y un resurgimiento de los planes frustrados por Pablo VI para reducir la autoridad papal y transferir la mayor parte de ella a las conferencias episcopales nacionales. Se piensa que entonces cada conferencia tendrá libertad para adaptar la fe a las exigencias de la mayoría local1.

Una Kulturkampf ("guerra cultural") emprendida por gobiernos liberales políticamente correctos parece otra posibilidad en el futuro no muy lejano2. Un artículo periodístico reciente se refería a una medida que estaba considerando el parlamento sueco que convertiría en un delito punible decir que la práctica homosexual es moralmente incorrecta. ¿Qué hace entonces un obispo o un maestro verdaderamente católico? Sin embargo, esta última eventualidad no sería en sí misma un obstáculo para la renovación. En verdad, podría tener el efecto contrario.

Queda entonces la pregunta: ¿qué significa todo esto? Admitiendo que Dios no estaba del todo satisfecho con nosotros como éramos en el período anterior al Concilio, y que Él exigía ajustes de algún tipo en nuestro comportamiento y pensamiento, ¿por qué permitió que se escribiera y presentara lo que Él quería que se dijera a su pueblo de una manera que casi con certeza induciría a error a un gran número de sus miembros? ¿Por qué permitió que un rebaño de teólogos heterodoxos se convirtiera en gran medida en los intérpretes más influyentes del Concilio y de sus nuevas orientaciones?

Supongo que la mayoría de mis lectores se habrán hecho esta pregunta alguna vez. Por mi parte, la única respuesta que puedo encontrar es que, en el misterio de los designios de Dios, el Concilio tenía un doble propósito.

Sugiero que el objetivo principal y a largo plazo fue establecer directrices para una eventual renovación que allanaría el camino para los recién llegados de todas las naciones y razas que se encontrarán con la Iglesia en los primeros siglos del tercer milenio. Estos recién llegados no se parecerán a ningún converso potencial que la Iglesia haya encontrado antes.

Permítanme explicarme. A través de sus formidables logros científicos, técnicos y académicos, Occidente está destruyendo rápidamente todas las demás culturas desde las raíces. Los atractivos del conocimiento práctico occidental y la riqueza que hasta ahora ha acompañado sus logros parecen resultar irresistibles para grandes masas de la población mundial. Pero adoptar un estilo de vida occidental, y más aún una educación occidental, es casi imposible sin absorber una buena medida de las ideas filosóficas y actitudes mentales de las que han dependido en gran parte los éxitos de Occidente.

Creo que, una vez que sus miembros estén expuestos al desarrollo industrial occidental y adopten una perspectiva de clase media occidental, entonces todas las religiones, incluido el Islam, tendrán una crisis modernista: y será mucho más difícil para ellas que para el cristianismo. No sólo las bases de la fe cristiana son más sólidas, sino que el cristianismo está mucho mejor equipado para hacer frente al espíritu occidental de investigación racional, en parte porque ayudó a engendrarlo y siempre ha estado feliz de usarlo.

Esto significa que un alto porcentaje de los hombres y mujeres del siglo XXI de origen no europeo van a ser hijos adoptivos de la Ilustración europea, y ser hijo de la Ilustración significa asumir un montón de ideas y actitudes cristianas desarraigadas de su suelo cristiano y replantadas en una tierra secular o atea. La Ilustración, surgida de una civilización cristiana centenaria, debe ser vista, en mi opinión, como una herejía cristiana secularizada. Debido a esto, ellos no van a ser como las personas que se encuentran con el cristianismo por primera vez. Van a ser casi excristianos sin siquiera saberlo. Con su educación occidental habrán absorbido no sólo las ideas cristianas desarraigadas y distorsionadas, sino también la incomprensión del cristianismo del secularista occidental típico, y también muchos de sus prejuicios contra él.

Creo que por eso fue necesario que la Iglesia se embarcara en el amplio aggiornamento que fue iniciado por el Papa Juan y recibió sus directrices por el Concilio Vaticano II. Fue necesario, aunque sólo fuera por esa razón, para que los no occidentales puedan comprender cuánto de lo que han absorbido de Occidente, y ahora dan por sentado, es compatible con la fe, cuánto entra en conflicto con ella y cuánto es en realidad de origen cristiano. También fue necesario por el bien de la mayoría de los occidentales contemporáneos, que ahora ignoran el origen de la mayoría de las ideas que rigen sus vidas y que ellos asumen como evidentes. En cuanto a los cristianos supervivientes, necesitan este conocimiento para equiparse para su tarea como evangelistas de estas huestes de cuasi excristianos.

Creo que éste fue el propósito principal o de largo plazo del Concilio, el que, pienso, no se entenderá plenamente hasta que la mayoría de los que participaron en él, y sus sucesores inmediatos, hayan fallecido.

Sería injusto y poco generoso no reconocer a los reformadores el mérito de haber visto que había que hacer el trabajo y de haber preparado el terreno para ello. Tampoco se puede culpar con justicia al partido en su conjunto por el hecho de que en el proceso una parte de ellos cayó en la herejía ni se puede usar eso como motivo para desestimar el trabajo, catalogándolo como innecesario. Pero, como los reformadores en general, en su afán por hacer prevalecer sus ideas, tendieron a exagerar la gravedad de los defectos que pretendían corregir y, como resultado, crearon nuevos desequilibrios, que han resultado ser mucho más peligrosos.

Pronto se hizo evidente que su principal debilidad era su admiración demasiado acrítica por las bellezas y virtudes de la modernidad. Pero fue precisamente sobre esta modernidad que, poco después de que terminara el Concilio, el propio mundo moderno comenzó a tener serias dudas: muchos de sus miembros más jóvenes abandonaron el compromiso político por la meditación trascendental y cambiaron la eficiencia occidental por la inutilidad hippie.

La falta de equilibrio de los reformadores al respecto es lo que a menudo los convirtió a ellos, y más aún a sus seguidores, en tan malos jueces de lo que era importante preservar de la vida y la cultura pasadas de la Iglesia, y también en lo que respecta a cuestiones de fe y moral. No es que uno quisiera que hubieran condenado la vida moderna in toto [en su totalidad], sino más bien que hubieran tenido un mayor sentido de proporción sobre ella.

Ésta, diría yo, es la razón por la que el Pueblo de Dios ha tenido que sufrir tan dolorosamente mientras estaba en la mesa de operaciones. La operación era necesaria. Pero el Cirujano Divino tuvo que utilizar instrumentos que —salvo algunas excepciones distinguidas— no eran suficientemente finos ni afilados. Parecen no haber visto que el “hombre eterno", que vive bajo la piel de cada hombre y mujer que ha existido o existirá jamás, nunca podrá estar satisfecho con la modernidad como tal, excepto de una manera superficial.

Es la voz del hombre eterno la que oimos cada vez que se cantan o recitan los salmos. Si no fuera así, no tendría sentido cansar con ellos los oídos de Dios; no podíamos hacer nuestras las palabras y sentimientos del salmista. Son los crímenes, las locuras y las miserias del hombre eterno sobre lo que leemos todos los días cuando tomamos los tabloides. Son esencialmente los mismos que los de los once hermanos de José y la esposa de Putifar. Karl Barth solía hablar del “extraño mundo de la Biblia". Pero la Biblia sólo les parecerá extraña a las personas que piensan que, con la modernidad, ha surgido una nueva clase de ser humano. Sólo una miopía similar por parte de los reformadores puede explicar el afán de tantos de ellos por tratar de alimentar a la fuerza al pobre hombre moderno con más y más del tipo de cosas que, en lo más profundo de su alma, ya odiaba a medias incluso mientras se revolcaba en ellas.

Si la Iglesia, que se ocupa principalmente del hombre eterno, ha ajustado su tono de voz o su modo de expresión de vez en cuando a lo largo de la historia, es sólo para que su mensaje pueda penetrar más fácilmente el caparazón de modernidad en el que el hombre eterno está encapsulado para siempre y resonar en esas profundidades de su ser que nunca cambian. Ésta es la única razón por la que hay que tener en cuenta la “modernidad” como tal. En sí misma, la modernidad es siempre un fenómeno pasajero, siendo en su mayor parte una cuestión de caprichos y modas, como podemos ver por la velocidad con la que determinadas modas pasan de moda. Tampoco los aumentos de conocimiento alteran al hombre eterno. Pueden ampliar útilmente su comprensión de aspectos particulares de las cosas que estudia. Pero igualmente pueden llenarlo de ilusiones sobre sí mismo, que le ocultan las necesidades de su ser más profundo.

Con la evaluación de los reformadores sobre el “mundo moderno” sucedió con demasiada frecuencia lo mismo que con el “hombre moderno". El mundo moderno significaba, por supuesto, el mundo occidental industrializado; y, por las razones que acabamos de explicar, era importante aclarar el rol de la Iglesia en relación con sus objetivos y ambiciones. Desafortunadamente, muchos de los que participaron en el emprendimiento terminaron dando la impresión de que los objetivos y ambiciones del mundo moderno eran casi idénticos a los de la Iglesia. Como resultado, la visión de San Agustín de la historia, en el nivel más profundo, como una batalla entre las fuerzas del bien y del mal, prácticamente ha desaparecido de la conciencia de los fieles, para ser reemplazada por la convicción de que la salvación personal no tiene ninguna importancia, y no hay obstáculos serios para construir un mundo mejor junto con hombres que tienen puntos de vista radicalmente diferentes sobre lo que significa “mejor”3.

Son desequilibrios como éstos los que hasta ahora han retrasado la plena realización de lo que he sugerido que era el propósito a largo plazo del Concilio.

Pero primero éste debía tener un propósito inmediato o de corto plazo. Antes de que pudiera tener lugar la renovación deseada, Dios iba a someter a su pueblo a una prueba. Al soltar a un rebaño de teólogos y académicos heterodoxos que daban una interpretación alternativa de las enseñanzas del Concilio —una interpretación que difería en aspectos importantes de la de la Iglesia— se habrían de revelar los secretos de los corazones. ¿Qué quería su pueblo? ¿La versión divina de la enseñanza conciliar, mediada en última instancia a través de su Vicario, o una versión modernista o semimodernista?

Ésa ha sido la prueba para la mayoría de los católicos en todo Occidente. Pero, de una forma u otra, creo que todos nosotros estamos siendo puestos a prueba, independientemente de nuestro rango, inclinación o matiz de opinión.

Es correcto sentir aborrecimiento por la herejía. Éste fue la marca, como vimos observar a Newman, de los fieles del siglo IV en su resistencia al arrianismo. La fe tiene que ser defendida. Pero hay formas mejores y peores de hacerlo, y si no se tiene cuidado, el amor a la Iglesia y la fe pueden enredarse con la belicosidad natural o el espíritu de dominación. Podemos olvidar que nuestros oponentes necesitan oraciones más que maldiciones. En nuestro afán por detener un abuso o establecer una verdad, podemos estar sin querer exigiendo o requiriendo más de lo que la propia Iglesia exige, o denigrando algo que Dios quiere promover, incluso si no se hace siempre ni en todas partes de la manera que Él quiere. La gracia por la que más necesitamos orar es el don del discernimiento.

¿Cuándo terminará la prueba? Nadie puede decirlo. Lo único que sabemos es que, después del estallido de cualquier herejía importante en la Iglesia, es bastante habitual encontrar tanto a los católicos como a aquellos que han adoptado las nuevas ideas viviendo juntos en lo que parece ser el mismo redil durante varias generaciones, antes de que las cosas se arreglen solas. Ocurrió en el imperio romano en los siglos IV, V, VI, VII y VIII, y en Europa durante parte del siglo XVI; y en los siglos XX y XXI un estado de cosas comparable se ha venido dando durante casi cuarenta años. Ciertamente habrá un final para la situación, porque la Iglesia no podría sobrevivir si permitiera que la verdad y la falsedad tuvieran los mismos derechos en sus púlpitos y cátedras para siempre. Pero en la actualidad es imposible prever exactamente cuándo y cómo la unidad de fe y la estabilidad serán restauradas. La historia y la lógica parecen permitir una de dos posibilidades.

Ha habido ocasiones en las que la mayor parte de quienes se adhirieron a una nueva herejía la abandonaron y fueron absorbidos de nuevo por la Iglesia. Tal fue el caso de los arrianos del siglo IV, de los monotelitas del siglo VII y de los iconoclastas del siglo VIII. Ésta es una posibilidad. Pero en los casos que acabamos de mencionar, el Estado, habiendo promovido primero la herejía, después de un cambio de gobernante ayudó a ponerle fin. Hoy ningún Estado considera que tenga tal deber.

La alternativa a la reabsorción es la separación. El dinamismo del que están imbuidas todas las herejías — difícilmente tendrían éxito sin él— termina por sacar a sus miembros de la Iglesia. Una vez que descubren que no pueden apoderarse de ella, se establecen más o menos permanentemente como una entidad separada, como hicieron los nestorianos y los monofisitas en los siglos V y VI, los valdenses en el siglo XII y los protestantes en el siglo XVI. Entonces la Iglesia romperá la comunión [con ellos]. Pero mucho antes de eso el cuerpo disidente habrá demostrado que no tenía ningún deseo real de comunión.

Hoy la situación es diferente. El mundo cristiano ya está dividido en tres grandes cuerpos (católico, ortodoxo y protestante), y en todos ellos el modernismo se ha establecido justo cuando empezaban a tratar de reconciliar sus diferencias. Sin embargo, en otros aspectos, las posibilidades para el futuro siguen siendo más o menos las mismas. O bien el liderazgo modernista cambiará de opinión y se dejará reabsorber en los organismos matrices, o continuará sus esfuerzos por apoderarse de ellos. En el caso de la Iglesia Católica, creemos que esta segunda alternativa nunca podrá tener éxito; y, por el momento, las jerarquías ortodoxas y los protestantes tradicionales parecen aún más resueltos en su determinación de no dejarse “dominar” [por los modernistas].

Por lo tanto, el futuro más probable parecería ser el surgimiento del modernismo como una “cuarta denominación” independiente, compuesta por protestantes liberales, excatólicos y cualquier otro con gusto por un “cristianismo” sin sustancia. Y esto es lo que parece estar sucediendo realmente. El Consejo Mundial de Iglesias ya actúa como una especie de sede central internacional modernista, mientras que mucho de lo que ocurre bajo el nombre de ecumenismo, en contraste con el ecumenismo genuino, parece una reunión no de cristianos para discutir sus desacuerdos, sino de modernistas que ya comparten las mismas creencias, aunque la mayoría de esas creencias consistan en negaciones. Una vez establecida públicamente como una institución y un sistema de creencias separados, se puede ver que esta nueva y cuarta denominación tendrá una larga carrera como protegida de los gobiernos seculares occidentales: una versión occidental de la iglesia patriótica china.

Pero todavía no hemos llegado a ese punto. Tampoco creo que sea probable que llegue pronto, aunque sólo sea porque, por razones ya explicadas, la Iglesia Católica se ha comprometido a una política de reconciliación a través del diálogo durante todo el tiempo que sea humana y sobrenaturalmente admisible4.

Siendo esto así, sugiero que cualquier persona mayor de cuarenta años hará bien en aceptar el hecho de que la confusa situación actual es aquella en la que tendrá que practicar su fe por el resto de su vida.

¿Esto debería ser un motivo de nostalgia y lamentos? Creo que no, si entendemos nuestra fe adecuadamente. La práctica del cristianismo nunca ha dependido de condiciones ideales, políticas, sociales o incluso eclesiásticas. Incluso en las condiciones menos prometedoras, nada impide a los cristianos hacer con más fervor las cosas necesarias: amar, alabar y agradecer a Dios en todo tiempo y en todo lugar; profundizar nuestra vida espiritual; cumplir más fielmente los deberes de nuestro estado; tratar de ser apóstoles en nuestro ambiente; aprovechar todas las oportunidades, que las circunstancias actuales ofrecen en abundancia, para pequeños actos de caridad, misericordia, perdón y penitencia. Y si estamos tentados a considerar que todo esto no logrará nada de importancia mundial, tenemos la enseñanza y el ejemplo de la última santa en ser nombrada doctora de la Iglesia, Santa Teresa del Niño Jesús, para recordarnos que es a través de nimiedades como éstas —o lo que el mundo considera nimiedades— que, si se hacen con suficiente amor, Dios obra grandes milagros como la salvación de grandes pecadores y la conversión de naciones enteras.

Una de las dos únicas cosas que sabemos con certeza sobre el futuro es que, antes de que Cristo regrese, el Evangelio debe ser predicado a todas las naciones; ¿y quién puede decir que eso ya le ha sucedido a la mayoría de los pueblos de Asia, excepto en forma rudimentaria? Ellos son las ‘islas’ a las que se refiere la Escritura, que todavía están esperando la luz de Cristo y su ley, y de la manera que acabo de describir podemos contribuir a llevarles esa luz y esa ley, incluso si vivimos en el Bronx o en Bermondsey. Entonces, en verdad, “muchas islas se alegrarán". (FIN).

Notas

1. Véase “Battle for the Keys” [La batalla por las llaves], Inside the Vatican [Dentro del Vaticano], Junio-Julio de 2002. Los “planes” han sido esbozados en una serie de cuatro artículos en la revista clerical italiana Rocca [Roca o Fortaleza], escritos por un influyente periodista italiano, autor y “experto en el Vaticano", Giancarlo Zizola.

2. La Kulturkampf de Bismarck (1871-1878) incluyó la expulsión de órdenes religiosas y el encarcelamiento de varios sacerdotes y obispos.

3. En el Sínodo para Europa de 1999, el Cardenal [Antonio María Rouco] Varela de Madrid hizo una conexión directa entre la crisis de la Iglesia y la interpretación de la fe “de manera secular como una estrategia para organizar mejor las cosas de este mundo” (Challenge [Desafío], Canadá, Diciembre de 1999).

4. En el siglo IV, nadie pudo haberse preocupado más por la fe ni haber sufrido más a manos de los arrianos que San Atanasio. Pero como Newman se esfuerza por demostrar en los últimos capítulos de su Arians of the Fourth Century [Arrianos del siglo IV], el santo se destacó en sus esfuerzos por facilitar al máximo el regreso a la Iglesia de sus antiguos oponentes en el episcopado.


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4 comentarios

  
Daniel Iglesias
Gracias a Dios he terminado la traducción de este libro, después de casi un año completo de labor. A Él le encomiendo los frutos.
23/01/24 10:12 PM
  
Daniel Iglesias
Dios mediante, próximamente publicaré el libro entero en un solo archivo PDF, que se podrá descargar gratis.
24/01/24 11:21 AM
  
Marta de Jesús
Muchísimas gracias por su trabajo. He leído todas las entregas, creo. Muy divulgativo para las personas que nacimos ya en revuelo.

Personalmente no veo posible "la cuarta rama cristiana'". Si casi no se ve cristianismo en muchas de las personas bautizadas, me parece surrealista que esas personas de esa supuesta nueva rama se creyeran cristianos. No lo digo por la moral sexual o cosas concretas del día a día, sino fundamentalmente por la ausencia actual del sentido de pecado y de la necesidad de Redención/conversión. Dónde está Cristo en esas vidas? Más bien creo que habrá unión de los cristianos ortodoxos de las tres ramas. Hoy día tenemos más en común con parte de los #hermanos separados# que con muchos católicos. Los que llama liberales, o recuperan la Fe y 'vuelven', o no creo que tarden mucho en perderla del todo, se llamen como se llamen. Quizá solo sea mi propio anhelo personal...

###Una de las dos únicas cosas que sabemos con certeza sobre el futuro es que, antes de que Cristo regrese, el Evangelio debe ser predicado a todas las naciones### Cuál sería la otra certeza?

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DIG: Seguramente la otra es que los poderes del mal no prevalecerán contra la Iglesia.
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###Siendo esto así, sugiero que cualquier persona mayor de cuarenta años hará bien en aceptar el hecho de que la confusa situación actual es aquella en la que tendrá que practicar su fe por el resto de su vida.### Pues Dios nos dé paciencia y nos permita perseverar.

Gracias de nuevo.
25/01/24 5:36 PM
  
Birlibirloque
Acabo de terminar de leerlo. Un libro fascinante.
Nuevamente, mil gracias Daniel por su generosidad.
27/01/24 1:44 PM

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