Philip Trower, El alboroto y la verdad -17

El alboroto y la verdad

Las raíces históricas de la crisis moderna en la Iglesia Católica

por Philip Trower

Edición original: Philip Trower, Turmoil & Truth: The Historical Roots of the Modern Crisis in the Catholic Church, Family Publications, Oxford, 2003.

Family Publications ha cesado su actividad comercial. Los derechos de autor volvieron al autor Philip Trower, quien dio permiso para que el libro fuera colocado en el sitio web Christendom Awake.

Fuente: http://www.christendom-awake.org/pages/trower/turmoil&truth.htm

Copyright © Philip Trower 2003, 2011, 2017.

Traducida al español y editada en 2023 por Daniel Iglesias Grèzes con autorización de Mark Alder, responsable del sitio Christendom Awake.

Nota del Editor:Procuré minimizar el trabajo de edición. Añadí aclaraciones breves entre corchetes en algunos lugares.

Capítulos anteriores

Prefacio

Parte I. Una vista aérea

Capítulo 1. Reforma

Capítulo 2. Rebelión

Capítulo 3. El partido reformista - Dos en una sola carne

Capítulo 4. Nombres y etiquetas

Parte II. Una mirada retrospectiva

Capítulo 5. Los pastores

Capítulo 6. La Iglesia docta

Capítulo 7. El rebaño, parte I

Capítulo 8. El rebaño, parte II

PARTE III. LAS NUEVAS ORIENTACIONES

Capítulo 9. La Iglesia: de la sociedad perfecta al Cuerpo Místico

Capítulo 10. Pedro y los Doce

Capítulo 11. El laicado: despertar al gigante dormilón

Capítulo 12. La Iglesia y los otros cristianos

Capítulo 13. La Iglesia y las otras religiones

Capítulo 14. La Iglesia y nuestro trabajo en este mundo

PARTE IV. EL AGGIORNAMENTO Y EL AUGE DEL MODERNISMO

Capítulo 15. Los comienzos

Capítulo 16. Primeros síntomas de problemas

Capítulo 17. Aparece en escena el modernismo

La Biblia, la Palabra de Dios en lenguaje humano, no es como un manual de instrucciones, aunque a menudo ha sido tratada como tal. Aunque la mayor parte de ella es bastante sencilla, también hay muchos pasajes cuyo significado está lejos de ser inmediatamente evidente. Es por eso que el estudio de la Biblia tiene una historia que se remonta a los tiempos del Antiguo Testamento.

Las oscuridades son básicamente de tres tipos.

El primero se debe a errores de los copistas. En la transmisión de los manuscritos a lo largo de los siglos, a veces la atención de los copistas se desviaba o añadían comentarios al margen que luego se incorporaron al texto. Como resultado, los manuscritos supervivientes contienen numerosas lecturas variantes. El tipo de estudio que trata de determinar cuál de estas diferentes lecturas se acerca más al original se llama crítica textual. Es en gran medida una cuestión de comparar manuscritos para determinar cuál parece más confiable1.

Creo que no es difícil ver por qué Dios, en su providencia, permitió que los textos se corrompieran de esta manera. Si lo hubiera impedido, si se hubiera asegurado de que los miles de copistas que trabajaron durante dos o tres milenios nunca se hubieran equivocado, la Biblia sería tan obviamente una obra de origen divino que la fe ya no sería un acto libre. Las lecturas variantes nunca son suficientes para hacer incierta la sustancia principal de los libros bíblicos. Sólo afectan a oraciones o frases particulares.

Las oscuridades del segundo tipo fluyen de las limitaciones humanas y los rasgos de carácter de los autores humanos inspirados. Aunque se aseguró de que escribieran lo que Él quería, Dios lo hizo por medio de sus personalidades y estilos de escritura particulares y de los tipos de composición literaria característicos de su época. Dado que ellos escribieron hace mucho tiempo, no es sorprendente que usaran modos de expresión o se refirieran a eventos y cosas que a veces estuvieron más allá de la comprensión de lectores posteriores.

Las dificultades que surgen de esta segunda clase de causas se resuelven, en la medida de lo posible, mediante el estudio de las lenguas, la historia, la arqueología y las formas o géneros literarios (que no deben confundirse con la “crítica de las formas") antiguos. ¿Algunas palabras deben ser tomadas literal o metafóricamente? ¿Se pretende que cierto libro o pasaje sea historia en sentido estricto, o una alegoría o parábola, o es alguna combinación de las dos? Se busca lo que el autor humano pretendió decir y cómo. Esto se llama “el sentido literal".

Estas dos primeras formas de estudio de la Biblia simplemente preparan el terreno para lo que a los ojos de la Iglesia siempre ha sido la rama más importante: el estudio del significado religioso o teológico de los textos.

Las oscuridades en este campo se deben a la naturaleza misteriosa del asunto o, según San Agustín, son puestas allí deliberadamente por el mismo autor divino. “Los Libros Sagrados inspirados por Dios fueron entremezclados deliberadamente por Él con dificultades, tanto para estimularnos a estudiarlos y examinarlos con mucha atención, como para darnos una experiencia saludable de las limitaciones de nuestras mentes y así ejercitarnos en la debida humildad2.” Dios no revela el significado completo de lo que Él dice a la mera astucia o al ingenio agudo.

La mayoría de los problemas relacionados con estas tres ramas del estudio de la Biblia eran familiares para los eruditos del mundo antiguo, con la escuela de Antioquía concentrándose en el sentido literal y los de Alejandría en los posibles sentidos simbólicos o “espirituales". Tampoco el enfoque crítico era desconocido. Orígenes y San Jerónimo, por ejemplo, con base en la evidencia interna, dudaron de que la Epístola a los Hebreos fuera realmente de San Pablo3. Pero cualesquiera fueran los problemas, hasta hace 200 años el fin perseguido era siempre el mismo: fortalecer la fe, profundizar la comprensión y aumentar el amor de Dios.

Desde alrededor de 1800, por otro lado, el estudio bíblico “avanzado” ha seguido un curso marcadamente diferente con resultados exactamente opuestos. Al método crítico se le ha dado un lugar privilegiado sobre cualquier otro enfoque; la atención se ha centrado en cuestiones técnicas más que espirituales (cuándo y en qué circunstancias se escribieron los libros), y un alto porcentaje de quienes tratan de responder las preguntas pierden la mayor parte de sus creencias en el proceso. Éste es un hecho histórico claro que recibe sorprendentemente poca atención. ¿Significa que la Biblia no puede resistir un examen minucioso? No. Tenemos que distinguir entre el método y el espíritu en que se utiliza, o entre el método crítico y el movimiento crítico.

Que el método crítico, una vez formulado, se aplicaría a la Biblia estaba más o menos destinado a suceder, pero era claramente un asunto mucho más delicado que aplicarlo a otros documentos históricos, dado que estaba implícito en su uso la suposición de que el origen de al menos algunos de los libros resultaría no ser el que hasta entonces se había pensado.

El método también conlleva una serie de tentaciones. A los expertos les gusta ejercitar sus habilidades. Pero si un texto es obra de un solo autor, sin adiciones ni interpolaciones, y fue escrito cuando se pensaba que lo había sido, el crítico no tiene nada que hacer. Por lo tanto, el método, por su propia naturaleza, lleva dentro de sí una especie de sesgo contra la autoría única. Habrá una tendencia a ver cualquier texto antiguo como necesariamente un mosaico de fragmentos literarios reunidos por grupos de editores bastante tiempo después de los eventos descritos; lo cual es diferente de reconocer, como siempre se ha hecho, que los autores bíblicos, como otros escritores sobre hechos pasados, cuando no escribieron sobre hechos en los que ellos mismos habían participado, dependieron de fuentes externas. Podemos ver la tendencia operando en los estudios homéricos del siglo XIX, donde se dio más o menos por sentado que cualquier obra anterior al siglo V o VI AC debía ser de autoría compuesta. Se puso en duda la existencia misma de Homero, y la autoría de la Ilíada y la Odisea fue asignada a una multitud de poetas griegos que abarcaban varios siglos. Desde entonces los estudios homéricos han cambiado de rumbo. La mayor parte de las epopeyas se atribuye a un Homero real4. Pero no ha habido tal cambio de rumbo en el estudio bíblico avanzado.

Otra tentación será tratar de imitar a las ciencias exactas asignando una certeza a conclusiones que, por la naturaleza del tema, sólo pueden ser conjeturales5. No obstante, como ya hemos dicho, no hay nada objetable en el método en sí mismo. La Iglesia lo ha aprobado, y su uso por académicos bíblicos con fe y un sentido de la proporción ha arrojado luz sobre una serie de oscuridades bíblicas incidentales.

El movimiento crítico es otra cosa. Aunque precursores como el sacerdote oratoriano francés del siglo XVII Richard Simon y el médico francés del siglo XVIII Jean Astruc eran católicos, podemos tomar como punto de partida del movimiento la publicación de los Fragmentos de Wolffenbuttel (1774-1778) del dramaturgo y escritor luterano alemán Lessing. Los “fragmentos” eran en realidad extractos de un manuscrito inédito del erudito racionalista Reimarus, que Lessing fingió haber encontrado en la biblioteca real de Hannover en Wolffenbuttel. Unos años más tarde, Gottfried Eichorn, profesor luterano de lenguas orientales en Jena (y posteriormente en Gottingen) publicó sus Introducciones al Antiguo y al Nuevo Testamentos (1780-1783 y 1804-1812), y de allí en adelante el movimiento estuvo dominado por eruditos cuyas conclusiones sobre el momento y la forma en que los libros bíblicos fueron escritos estaban influenciadas tanto por suposiciones filosóficas y prejuicios culturales como por evidencias concretas.

Su suposición principal era que los fenómenos sobrenaturales como los milagros y la profecía son imposibles, y por lo tanto una gran parte de la Biblia debe de ser folclore. También tendían a ver a las personas del pasado como necesariamente inferiores, desinteresadas en la verdad objetiva e incapaces de transmitir los hechos con precisión, mientras que consideraban a los sacerdotes como engañosos por naturaleza e interesados sólo ​​en el mantenimiento de su autoridad colectiva. La evidencia de que el arte de la escritura fue practicado por los hebreos al menos desde la época del Éxodo, y de la capacidad de los pueblos analfabetos para transmitir oralmente las tradiciones religiosas de manera fiel durante largos períodos de tiempo, fue minimizada o ignorada6. En la mayoría de los casos, ellos ya habían hecho estas suposiciones antes de ponerse a trabajar.

El Pentateuco y los Evangelios fueron los principales objetos de atención. La pregunta crucial sobre la composición del Pentateuco no es “¿Cuándo se escribieron o se recopilaron los libros en la forma en que ahora los tenemos?” sino “¿La información que contienen, ya sea registrada por Moisés o por otros, fue transmitida con precisión a lo largo de los siglos?”

La pregunta crucial sobre la composición de los Evangelios es “¿Fueron o no escritos por testigos oculares, o por hombres con acceso más o menos directo a testigos oculares?”

Las conclusiones de los críticos tendieron hacia una respuesta negativa a ambas preguntas.

Si Moisés existió, se sostuvo, poco podía saberse de él excepto que no era el autor del Pentateuco ni el legislador de Israel. El Pentateuco fue compilado después del Exilio a partir de cuatro colecciones de documentos y de tradiciones orales, la primera escrita cuatrocientos o quinientos años después de la muerte de Moisés, con los libros de la Ley al final. El Deuteronomio había sido compuesto en la época de la reforma religiosa del rey Josías (640-609 AC). El clero responsable fingió haber encontrado el libro en una parte del templo en reconstrucción. Antes de eso, los judíos no tenían leyes fijas. Vivían según una masa cambiante de reglas y regulaciones consuetudinarias. La mayor parte del Levítico, también obra de sacerdotes, fue escrita durante y después del Exilio. Pero a fin de convencer al pueblo judío de que estos dos códigos de leyes no eran las innovaciones que debieron parecer, el clero posterior al exilio los combinó con dos conjuntos de tradiciones orales y escritas ("Yahvista” y “Elohista") sobre la supuesta historia temprana del mundo y del pueblo judío, que ahora se encuentra en Génesis, Éxodo, Números y Josué.

La mayoría de estas ideas están asociadas con Julius Wellhausen (1844-1918). Pero mucho antes de que él naciera, Eichorn había sugerido que el Levítico, para el cual inventó el nombre de “código sacerdotal", tenía un origen diferente del de los otros cuatro libros del Pentateuco, mientras que entre 1802 y 1805 J. S. Vater había presentado la “teoría de los fragmentos” del sacerdote católico escocés suspendido Alexander Geddes. Según Geddes, el Pentateuco había sido compilado en el tiempo del exilio a partir de 39 fuentes separadas. En 1833, E. Reuss enseñaba que no se pueden encontrar rastros de la ley en los primeros escritos proféticos e históricos; en consecuencia, la ley no pudo haber existido en el período temprano de la historia judía. En un libro publicado en Gotha en 1850, Eduard Riehm atribuyó el Deuteronomio al reinado del rey Manasés.

Era más difícil descartar los milagros del Nuevo Testamento como mitos y los Evangelios como mosaicos de folclore. Entre la muerte de Cristo y la redacción de los Evangelios no hubo largos siglos durante los cuales los mitos pudieran formarse y la información transmitida oralmente pudiera ser distorsionada. Lo mejor que pudieron hacer los críticos fue fechar los Evangelios tanto tiempo después de la muerte de los últimos testigos oculares como fuera posible7. De esto, en cierto sentido, es de lo que se ha tratado siempre desde entonces una gran parte del estudio del Nuevo Testamento fuera de la Iglesia Católica.

Para Reimarus, los milagros del Nuevo Testamento se debieron a un engaño consciente. En el caso de la Resurrección, los apóstoles simplemente robaron el cuerpo y luego mintieron al respecto. (Reimarus también parece haber sido el primer erudito moderno en presentar a Cristo como un agitador político). Menos burdas fueron las teorías de críticos como Semler (m. 1791) y Paulus (m. 1803). Ellos atribuyeron los milagros a causas naturales malinterpretadas por los testigos. Los apóstoles pensaron que vieron a Cristo caminando sobre el agua cuando en realidad él estaba caminando sobre la orilla del lago. Pero si así comenzó el cristianismo (mentiras o mala vista), ¿cómo explicamos su fenomenal expansión y su posterior triunfo? Los esfuerzos para responder a esta pregunta tomaron una forma filosófica más sofisticada.

El líder de esta nueva escuela de pensamiento, Ferdinand Christian Baur, fundador de la escuela de Tubinga, eludió la pregunta de qué impulsó a los apóstoles a inventar los mitos, o a darles la forma que les dieron. Se concentró en la forma en que los mitos se desarrollaron. El surgimiento del cristianismo fue explicado en términos de la teoría de Hegel de que el progreso tiene lugar a través del choque de ideas contradictorias.

Según Baur, un partido judío conservador bajo San Pedro y Santiago (tesis) entró en conflicto con el partido de orientación gentil bajo San Pablo (antítesis). El resultado final fue un compromiso (síntesis) del cual surgió la Iglesia Católica. Los evangelios de San Mateo y San Marcos representan la visión conservadora, el evangelio de San Lucas y las epístolas de San Pablo la de los innovadores, y los “escritos joánicos” (que no provienen de la pluma de San Juan) el punto de vista del partido del compromiso. Baur atribuyó la mayor parte del Nuevo Testamento a finales del siglo II. Él fue también uno de los primeros críticos en considerar a los Evangelios principalmente como un registro del pensamiento colectivo de los primeros cristianos en lugar de un registro de eventos y hechos. Sin embargo, fue al menos lo suficientemente honesto como para admitir que si los Evangelios fueron escritos por testigos oculares o amigos de testigos oculares, sus teorías se derrumbaban.

Pero, ¿cómo, preguntó Bruno Bauer, otro crítico de la época, una conciencia colectiva puede producir una narración conectada? Una buena pregunta. Sin embargo, Bauer (con “e") fue incluso más radical que Baur (sin “e"). Para Bruno Bauer, el cristianismo se originó con el autor del Evangelio de San Marcos, un italiano que vivió en la época del emperador Adriano, quien nunca pretendió que su libro fuera nada más que una obra de ficción. No obstante, surgió la idea de que el héroe era una persona real, se formó una secta de admiradores, y siguieron los otros libros del Nuevo Testamento. Bauer finalmente perdió su puesto de profesor.

Tales fueron, a grandes rasgos, los comienzos del movimiento crítico bíblico. La Biblia, al parecer, es como un reactor atómico. Cualquiera que trabaje en él sin el revestimiento protector de la oración y la reverencia quemará su fe rápidamente convirtiéndola en cenizas.

Éste no es el lugar para considerar a cuántas de las teorías que hemos estado describiendo la erudición contemporánea aún les atribuye peso. Aquí sólo nos preocupan los resultados inmediatos.

A primera vista, puede parecer que no importa mucho cuándo o por quiénes fueron escritos los libros bíblicos, siempre que todavía se crea que son inspirados por Dios, en el sentido que Él quiso. Es verdad, sin embargo, que la mayoría de los hombres y mujeres, con o sin razón, asumirán que cuanto mayor sea el lapso de tiempo entre la ocurrencia de un evento y su registro por escrito, menos probable es que el registro sea verdadero8. Por lo tanto, no pasó mucho tiempo antes de que los lectores de Reimarus, Eichorn y sus sucesores creyeran que también la Biblia era en gran parte una obra de ficción, siendo la inmensa erudición de los críticos el principal factor que les permitía triunfar. Sus lectores incluían un número creciente de pastores luteranos, quienes simultáneamente estaban siendo expuestos a la idea de Kant de que la existencia de Dios ya no podía probarse a partir de sus obras.

Dado que, como luteranos, ellos no creían en una Iglesia infalible ni en una tradición complementaria a la Escritura, ya no parecía haber ninguna base confiable para la fe. La religión parecía estar en su último suspiro, y para muchos de hecho lo estaba. La mayoría de los padres del ateísmo alemán moderno, como Feuerbach, el precursor de Karl Marx, comenzaron su vida como estudiantes de teología luteranos.

Sin embargo, los hombres pueden querer con razón seguir creyendo en Dios incluso cuando son incapaces de responder a las objeciones formales a la fe, y así sucedió a menudo en este caso. Para las pobres víctimas del escepticismo de Reimarus, las dudas de Eichorn y el agnosticismo de Kant la situación fue salvada —o así lo creyeron— por el teólogo luterano Friedrich Schleiermacher.

***

Schleiermacher (1768-1834), una figura destacada del movimiento romántico alemán, también vio cómo Eichorn y Kant socavaban su fe en la confiabilidad de la Escritura y el valor de la teología natural, pero pensó que había descubierto una salida a su impasse [callejón sin salida].

Su mensaje fue más o menos éste: “Ánimo. No todo está perdido. La religión no necesita una evidencia externa para justificar su existencia. La religión no es conocimiento, ya sea en forma de credos, de doctrinas o del contenido de libros sagrados. Tampoco necesita una reflexión filosófica. La esencia de la religión es la piedad, y la piedad es un sentimiento. Si tienes un sentimiento de dependencia de Dios, tienes todo lo necesario para hacer de ti un miembro de la ‘comunión de los santos’ o compañía de los verdaderamente religiosos del mundo. Las creencias y prácticas separadas de las diversas religiones dispersas en el tiempo y el espacio son simplemente formas diferentes, todas más o menos válidas, de cultivar y expresar este instinto o actitud fundamental, que por sí solo es suficiente9.”

Tal fue el tenor del libro que hizo famoso a Schleiermacher: Sobre la religión - Discursos a sus despreciadores cultivados (1799).

Equiparar religión y sentimiento, por supuesto, había sido durante mucho tiempo una característica de ciertos tipos de protestantismo, particularmente el de los hermanos moravos, a una de cuyas escuelas había asistido Schleiermacher cuando era niño. Pero hasta entonces ningún profesor de teología había negado a la Biblia y a los credos todo valor objetivo, ni había hecho del sentimiento —aunque fuera un sentimiento de dependencia absoluta de Dios— la única sustancia del cristianismo.

En 1811, a Schleiermacher, que había enseñado en Halle, se le ofreció la cátedra de teología en la recién fundada universidad de Berlín, cargo que ocupó hasta 1830; y en 1821 y 1822 él publicó en dos partes el otro libro sobre el que su fama descansa principalmente, La fe cristiana.

En La fe cristiana, a pesar de su título, Schleiermacher no se retracta de su posición anterior. El cristianismo sigue siendo sólo una de las muchas expresiones del sentimiento de dependencia o “conciencia de Dios". Pero él trata de mostrar por qué es la mejor expresión hasta el momento: Cristo fue el hombre en quien la conciencia de Dios alcanzó la intensidad más alta. Cristo no era Dios. No fundó una Iglesia. Pero los seguidores que naturalmente se reunieron alrededor de un hombre tan notable recibieron la impronta de su personalidad, su manera especial de sentir la dependencia de Dios, y más tarde, constituyéndose en una comunidad permanente, pudieron transmitir su manera especial de sentir o su personalidad a lo largo de los siglos. No sabemos cuántas de las palabras atribuidas a Cristo por los Evangelios provienen realmente de él, si es que hay alguna [que lo haga]. Pero cada cristiano recibe la impronta del modo de sentir de Cristo, viviendo y experimentando el sentido de dependencia absoluta dentro de la comunidad cristiana.

Lo que distingue la conciencia religiosa cristiana de otras formas de conciencia religiosa, y la hace superior a ellas, es el sentido de haber sido redimidos del pecado por Cristo. Esto no significa que Cristo pagó la deuda por los pecados de la humanidad con su muerte en el Calvario. Tal noción linda con la magia. La redención significa que, al recibir la impresión de la personalidad de Cristo, el cristiano es más capaz de vencer al pecado (o a cualquier obstáculo para el sentimiento de dependencia absoluta) y de alcanzar el nivel más alto de conciencia de Dios del que es capaz.

Uno se inclina a estar de acuerdo con Karl Barth un siglo después en que una nota característica de Schleiermacher es una asombrosa seguridad en sí mismo. Schleiermacher es el verdadero padre fundador del modernismo. Con Schleiermacher ha llegado todo lo esencial del modernismo. El estudio bíblico radical destruye la fe. A continuación se produce un intento desesperado de construir un refugio religioso barato y de mala calidad a partir de las ruinas con la ayuda de alguna forma de subjetivismo filosófico moderno. Esto a su vez conduce a la postulación de las dos tesis modernistas fundamentales. En primer lugar, dado que no existe una fuente externa confiable de conocimiento religioso, éste sólo se puede encontrar en la experiencia personal (los primeros modernistas se inclinaban a enfatizar la experiencia individual, los modernistas de hoy la experiencia comunitaria). En segundo lugar, las doctrinas —al menos aquellas que se consideran “difíciles” o, como se diría hoy, “faltas de credibilidad"— no deberían ser consideradas como declaraciones de hechos, sino como expresiones simbólicas de la experiencia personal. Los acontecimientos sobrenaturales, como la división de las aguas en el Mar Rojo o la Resurrección, tienen lugar en la mente o la imaginación de las personas, nunca en el mundo real.

La experiencia personal es, por lo tanto, el juez ante el cual tendrá que justificarse toda declaración objetiva de la fe, ya sea de la Biblia, de los credos o de cualquier otra fuente. Si una enseñanza encuentra un eco en la experiencia personal puede ser aceptada, si no, debe ser dejada de lado o rechazada. Por eso, en La fe cristiana, Schleiermacher relega la Trinidad a un apéndice: “Lo que no está dado directamente en la conciencia cristiana", como lo expresa un admirador contemporáneo de Schleiermacher, “no es de interés primordial para la fe". Podemos tener un sentimiento de pecaminosidad (concupiscencia), o de haber recibido el perdón de nuestros pecados (redención). Estas ideas son, por lo tanto, “significativas", pero que haya tres personas en el Dios Único no lo sentimos más que que haya cuatro, cinco o seis.

Schleiermacher se encuentra en el punto de inflexión en la historia del protestantismo donde las certezas feroces de Lutero, Calvino y los otros patriarcas de la reforma comienzan a desmoronarse, y la doctrina o cualquier declaración de fe clara llega a ser vista como algo repulsivo, algo que, en lugar de dar luz a la mente, pesa sobre ella como un saco de cemento que la mente quiere arrojar afuera.

A medida que avanza el siglo XIX, este alejamiento de la doctrina se convertirá primero en una huida, luego en una estampida y finalmente en una avalancha gadarena [cf. Mateo 8,32], hasta que a mediados del siglo XX golpea las rocas en el fondo del acantilado en el agnosticismo condescendiente de Bultmann. y la incredulidad apenas disimulada de Tillich. Los católicos arrastrados a la estampida suelen expresar su disgusto por la certeza religiosa con el lamento “¡Oh, no! Otra doctrina infalible no".

La única característica interesante de la teología de Schleiermacher, desde el punto de vista católico, es su cambio de atención de la Biblia a la “comunidad cristiana". Lo que Schleiermacher quiso decir con ese término no es lo que quieren decir los católicos. No obstante, él reintrodujo en el protestantismo en su conjunto una conciencia de la Iglesia como un factor en el cristianismo de al menos la misma importancia que la Biblia. La Biblia podría no ser digna de confianza. Pero la comunidad cristiana con sus experiencias personales era un hecho pasado y presente indiscutible. (CONTINUARÁ).

Notas

1. El término “alta crítica” fue reservado para el análisis de textos, ya fueran bíblicos o profanos, a fin de dilucidar su autoría, fecha y significado. Los altos críticos consideraban a la crítica textual como una rama inferior de la ciencia.

2. Citado por Pío XII, Divino Afflante Spiritu, 47.

3. Para las dudas de Orígenes, véase Eusebio, Historia Eclesiástica, 6,25,11-13. Para las de San Jerónimo: Eph. 129, CSEL 55169.

4. Véase Geschichte der Griechischen Literatur [Historia de la literatura griega], Franke Verlag, Bern, 1963 (traducción al inglés de 1966 por Albin Lesky, profesor de Griego, Universidad de Viena).

5. Algunos ejemplos ayudarán a ilustrar la dificultad de evaluar la importancia de las diferencias estilísticas. (a) Los dos relatos del Dr. Johnson de su viaje a las Islas Occidentales —uno en cartas escritas en el lugar, el otro en forma de libro publicado después de su regreso— son tan diferentes en estilo que, en opinión de Macaulay, si no supiéramos lo contrario nos resultaría difícil creer que fueron escritos por el mismo hombre. (b) Los superiores de la mística del siglo XVII Santa Margarita María Alacoque le ordenaron que escribiera sus memorias. El resultado fue considerado demasiado tosco para el público destinatario, por lo que [las memorias] fueron reescritas en un estilo adecuado al Grand Siècle [el período de la historia de Francia entre 1610 y 1715, durante los reinados de Luis XIII y Luis XIV]. ¿Deberíamos inferir a partir de esto que Santa Margarita María no tuvo nada que ver con ellas? © Hay versiones de Chaucer en inglés contemporáneo. Si sólo éstas sobrevivieran, ¿qué conclusiones se sacarían sobre su autoría? El estilo de un texto puede pertenecer a un período posterior al del autor, mientras que el contenido sigue siendo esencialmente su producto.

6. Véase Ricciotti, History of Israel [Historia de Israel], vol. 1, Milwaukee 1955, que cita una sucesión de casos en los que textos de enorme extensión se han transmitido oralmente, aparentemente con poca o ninguna alteración, durante siglos. Véase también William Dalrymple, City of Djinns [Ciudad de Djinns], HarperCollins, 1996. Según este autor, en la India todavía existen hoy “bardos” que pueden recitar de memoria todo el Mahabharata, una epopeya más larga que la Biblia.

7. Al adoptar esta línea, los críticos hacían, incluso según sus propios estándares, una inferencia ilegítima; a saber, que los libros del Nuevo Testamento se formaron necesariamente de la misma manera que los del Antiguo Testamento, como si la composición literaria y la cultura no hubieran cambiado entre el período de Senaquerib o Ciro y la era de los primeros Césares. De hecho, después de dos siglos de debate, no parece haber ninguna razón convincente para no aceptar la ya antigua tradición consagrada en la Historia de Eusebio de Cesarea (264-340), de que los Evangelios fueron escritos por los cuatro evangelistas aproximadamente en el momento y en la forma que siempre se creyó. Justino Mártir (100-165) los llama las “Memorias de los Apóstoles". El Vaticano II afirma tanto su “origen apostólico” como su “historicidad” (Dei Verbum 18 y 19). ¿Cómo pudo San Juan haber recordado largos discursos como el de Nuestro Señor en la Última Cena? Sólo tenemos que recordar hazañas de la memoria similares por parte de Macaulay y Mozart para darnos cuenta de que eso es completamente posible incluso sin una asistencia divina especial.

8. Ahora es común, en los grupos de estudios bíblicos y los comentarios populares católicos, escuchar los milagros del Éxodo descritos como meros recursos literarios usados por el autor para transmitir la idea del poder de Dios. Véase, por ejemplo, A Catholic Guide to the Bible [Una guía católica de la Biblia], Oscar Lukefahr C.M., Liguori Publications, Liguori, MO.

9. Livingston, Modern Christian Thought [Pensamiento cristiano moderno], Macmillan, Nueva York, 1971, pp. 96-113.


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2 comentarios

  
Lohengrin
Lo que dice de lo poco fiable de llegar a conclusiones a partir del estilo literario de los autores es muy cierto. Si no tuviéramos otros elementos, a partir del solo estilo nunca sabríamos que el autor de Persiles y Sigismunda, La Galatea y el Quijote son una misma y única persona. Sobre todo porque en esta última obra se burla de la forma de escribir en que usan las otras dos.
02/09/23 12:18 AM
  
Marta de Jesús
Muy interesante toda la serie, y este tema de hoy en concreto. Sin embargo, así como me interesa saber el camino que nos ha traído a esta apostasía, no me quita el sueño esto de "la fiabilidad". No digo que no sea importante. Sencillamente creo que no es lo mío esto de profundizar en este tipo de estudio. Me parecen tan absurdas las teorías sobre el robo del cuerpo de Jesús, pej, como lo de atribuir los milagros a la imaginación de sus discípulos... Simplemente doy gracias a Dios por la Fe de los sencillos.
06/09/23 1:48 AM

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