22.04.20

La estafa de Masiá es la estafa de la Compañía de Jesús y de la Santa Sede

Allá por febrero del año 2009 escribí un post titulado “Masiá no puede continuar ejerciendo el sacerdocio ni un minuto más”. La razón era que el jesuita había manifestado públicamente su apoyo a dejar morir a Eluana Englaro retirándole la comida y la hidratación.

Han pasado, pues, más de 11 años -más de seis millones doscientos mil minutos- y este señor sigue siendo sacerdote y jesuita. La lista de herejías y barbaridades que ha sostenido en público desde entonces no ha hecho sino crecer. Es proabortista radical, pro-eutanasia, pro-divorcio y gusta de arremeter contra los dogmas marianos.

Sin embargo, todo eso palidece ante lo último que nos ha revelado este señor. Resulta que ha presumido de dar los sacramentos a moribundos a través de un teléfono móvil. Lo ha hecho varias veces en los últimos años.

Ni que decir tiene que no hubo sacramento en ninguna de esas ocasiones. Y ahí es donde está el problema. Esos fieles, que estaban ante el trance de abandonar esta vida, fueron literalmente estafados por este sujeto, al que ni su orden religiosa ni la Santa Sede han tenido la decencia de retirar del ministerio sacerdotal a pesar de saber quién es, qué cree y qué difunde a través de los medios de comunicación. Ahora también saben lo que hace con los sacramentos. 

Creo sinceramente que el Señor no habrá dejado de su mano a esos fieles estafados. Supongo, aunque no lo sé con certeza, que se les podrá aplicar lo del bautismo de deseo pero en relación a esos sacramentos. Lo que sí es seguro es que cada minuto que pasa con este señor ejerciendo el sacerdocio, se ponen en peligro muchas almas. Y eso es responsabilidad directa tanto de la Compañía de Jesús como de la Congregación para la Doctrina de la Fe (que ayer recibió cumplida información de esta nueva hazaña de Masiá) como de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, al frente de las cuales están, respectivamente, el también jesuita Cardenal Luis Ladaria y el focolar Cardenal João Braz de Aviz.

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20.04.20

El Espíritu Santo y el cumplimiento de los mandamientos

Se dice, y no sin razón, que el Espíritu Santo es el gran desconocido para muchos cristianos. Como si fuera el invitado callado del gran banquete de la Redención. Y, sin embargo, sin Él nada entenderíamos, nada podríamos hacer para salvarnos.

Cristo mismo explicó a los apóstoles su papel:

… pero yo os digo la verdad: os conviene que me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si yo me voy, os lo enviaré.  Y cuando venga Él, acusará al mundo de pecado, de justicia y de juicio.
Jn 16,7-8

Y:

Todavía tengo que deciros muchas cosas, pero no podéis sobrellevarlas ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de la verdad, os guiará hacia toda la verdad
Jn 16,12-13

Es absolutamente necesario que los redimidos vivan no ya conforme a la carne sino al Espíritu:

Así pues, no hay ya ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús. Porque la ley del Espíritu de la vida que está en Cristo Jesús te ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. Pues lo que era imposible para la Ley, al estar debilitada a causa de la carne, lo hizo Dios enviando a su propio Hijo en una carne semejante a la carne pecadora; y por causa del pecado, condenó al pecado en la carne, para que la justicia de la Ley se cumpliese en nosotros, que no caminamos según la carne sino según el Espíritu.
Los que viven según la carne sienten las cosas de la carne, en cambio los que viven según el Espíritu sienten las cosas del Espíritu.  Porque la tendencia de la carne es la muerte; mientras que la tendencia del Espíritu, la vida y la paz.
Puesto que la tendencia de la carne es enemiga de Dios, ya que no se somete -y ni siquiera puede- a la Ley de Dios. Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.
Rom 8,1-8

¿Cuál es la diferencia entre vivir en la carne o en el Espíritu?

Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.

Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.

Gal 5,19-25

Se engañan todos aquellos que creen que pueden salvarse si viven en una vida de pecado sin arrepentimiento. No hacen caso a la advertencia del apóstol San Juan:

Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo. El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.
1 Jn 3,7-9

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19.04.20

La meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas

Hoy he atendido a la celebración de la Misa por parte del P. Jorge González Guadalix, que la ha retransmitido en directo desde su cuenta de Facebook. Ha sido una Misa según el rito Novus Ordo ad orientem. Pueden verla ustedes haciendo click en este enlace.

En su homilía, D. Jorge ha destacado especialmente la frase final de la segunda lectura de hoy, Domingo de la Divina Misericordia:

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor, Jesucristo, que, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva; para una herencia incorruptible, intachable e inmarcesible, reservada en el cielo a vosotros, que, mediante la fe, estáis protegidos con la fuerza de Dios; para una salvación dispuesta a revelarse en el momento final.

Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un Poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas.
I Pedro 1,3-9

Como bien ha predicado D. Jorge, nada hay más importante en esta vida que alcanzar la salvación eterna. A ello debe dirigirse principalmente nuestro proceder así como la acción de la Iglesia. Todo lo demás, sin dejar de ser importante, es absolutamente secundario.

Por más que vivamos una larga vida, pongamos que 90-100 años, es infinitamente menos tiempo que un parpadeo de ojos comparado con la eternidad sin fin que nos espera tras abandonar este mundo. Dice la Escritura (Heb 9,27) que al hombre se le ha dado una sola vida y después de ella, el juicio. Nuestro destino eterno se determina mientas vivimos. No hay segundas oportunidades. O nos salvamos (cielo o purgatorio del que se sale siempre al cielo) o nos condenamos (infierno). Y tan eterno es el cielo como el infierno.

¿Cómo salvarme? es la pregunta que todo hombre debería hacerse. Vemos cómo responde Cristo sobre lo que hay que hacer para alcanzar la vida eterna

Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios».
Ellos le preguntaron: «Y ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?».
 Respondió Jesús: «La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado».
Jn 6,27-29

La fe es un don de Dios que nos lleva a creer en Él. Y sin fe, como también dice la Escritura, no se puede agradar a Dios (Heb 11,6). Mas para que no caigamos en el error solafideísta, la epístola de Santiago nos advierte que “la fe, si no tiene obras, está muerta por dentro” (St 2,17) y que “el hombre es justificado por las obras y no solo por la fe” (Stg 2,24). De hecho, el propio San Pablo, a quien como dice San Pedro “los ignorantes e inestables tergiversan como hacen con las demás Escrituras para su propia perdición” (2 Ped 3,16), Dios “pagará a cada uno según sus obras: vida eterna a quienes, perseverando en el bien, buscan gloria, honor e incorrupción; ira y cólera a los porfiados que se rebelan contra la verdad y se rinden a la injusticia. Tribulación y angustia sobre todo ser humano que haga el mal, primero sobre el judío, pero también sobre el griego; gloria, honor y paz para todo el que haga el bien…” (Rom 2,6-10).

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14.04.20

Creyeron en Dios, ayunaron y se vistieron de saco

Parte del episcopado sigue negando las Escrituras y la Tradición diciendo que Dios nunca castiga. El último en hacerlo ha sido el cardenal Antonio Marto, obispo de Leira-Fátima (Portugal), que ante la mera sugerencia de que la actual pandemia sea un castigo de Dios ha dicho:

«Esto no es cristiano. Sólo lo dice quien no tiene en su mente o en su corazón la verdadera imagen de Dios Amor y Misericordia revelada en Cristo, por ignorancia, fanatismo sectario o locura».

No me negarán ustedes que tiene su gracia que diga eso el obispo donde está el Santuario de la Virgen de Fátima, que en uno de sus mensajes dijo a Jacinta:

«Es preciso hacer penitencia. Si la gente se enmienda, Nuestro Señor todavía salvará al mundo; mas si no se enmienda, vendrá el castigo».

Dejando de lado los que hablan como si fueran incrédulos, vayamos a lo que Dios nos ha revelado. Vaya por delante que, aunque yo creo que lo es, no podemos asegurar con certeza absoluta que la actual pandemia es un castigo de Dios en el sentido de que ha sido enviada por Él. Ahora bien, no se puede negar que, como poco, la ha permitido.

Lo que debemos preguntarnos hoy no es tanto si estamos o no ante un castigo de Dios, sino cómo debemos obrar, movidos por su gracia, en medio del actual sufrimiento y el que vendrá como consecuencia de la pandemia. La Escritura nos da la respuesta. Tomemos como ejemplo una situación en la que el castigo de Dios fue anunciado por un profeta: Nínive.

Estuvo Jonás deambulando un día entero por la ciudad, predicando y diciendo:
-Dentro de cuarenta días Nínive será destruida.
Las gentes de Nínive creyeron en Dios. Convocaron a un ayuno y se vistieron de saco del mayor al más pequeño. Cuando llegó la noticia al rey de Nínive, se levantó de su trono, se quitó el manto, se cubrió de saco y se sentó en la ceniza. Y mandó pregonar y decir en Nínive, por decreto del rey y de sus magnates, lo siguiente. 
-Hombres y bestias, vacas y ovejas, que no prueben nada, ni pasten ni beban agua. Que hombres y bestias se cubran de saco y clamen a Dios con fuerza. Que cada uno se convierta de su mala conducta y de la violencia de sus manos. ¿Quién sabe si Dios se dolerá y se retraerá, y retornará del ardor de su ira, y no pereceremos nosotros? 

Dios miró sus obras, cómo se convertían de su mala conducta, y se arrepintió Dios del mal que había dicho que les iba a hacer, y no lo hizo.
Jon 3,4-10

Fíjense ustedes en la secuencia de los hechos. El profeta anuncia el castigo divino. La gente cree en Dios y se pone ipso facto a hacer penitencia. Por su fuera poco, el rey decreta que la penitencia ha de ser realizada todos y pide la conversión. Se convirtieron, hicieron penitencia y Dios no los castigó.

Si el Señor hizo eso con un pueblo que no era el suyo, ¿qué no haría si su pueblo actual, la Iglesia, siguiera los pasos de los ninivitas y cumpliéramos lo que predicaba San Pablo a todos? A saber, «que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de penitencia (arrepentimiento)» (Hch 26,20). 

Leamos también la oración del profeta Daniel intercediendo a Dios por el pueblo pecador que había sido castigado. Está en el capítulo 9 de su libro. Así explica el profeta lo que hizo:

Después me dirigí al Señor Dios, implorándole con oraciones y súplicas, con ayuno, saco y ceniza.
Dan 9,3

Merece la pena leer toda la oración de Daniel.

Es cosa buena, por tanto, clamar a Dios y hacer penitencia. Como individuos y como pueblo. ¿Qué nos impide hacerlo en las actuales circunstancias? Nada. 

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12.04.20

Fray Raniero Cantalamessa predica con errores sobre la Pasión de Cristo

Como es costumbre en el Vaticano en los últimos años, el franciscano Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, pronunció el pasado viernes la homilía en la ceremonia de la Pasión del Señor, celebrada en la Basílica de San Pedro. El texto entero de la mima se puede consultar en este enlace.

En homilía de este año del P. Cantalamessa se vierten afirmaciones que no se pueden conciliar con la doctrina católica. Cito y comento:

La cruz de Cristo ha cambiado el sentido del dolor y del sufrimiento humano. De todo sufrimiento, físico y moral. Ya no es un castigo, una maldición. Ha sido redimida en raíz desde que el Hijo de Dios la ha tomado sobre sí…

Y no sólo el dolor de quien tiene la fe, sino de todo dolor humano… Gracias a la cruz de Cristo, el sufrimiento se ha convertido también, a su manera, en una especie de “sacramento universal de salvación” para el género humano.

No hay una sola evidencia en la Escritura ni en el Magisterio de la Iglesia que avale semejantes afirmaciones. El sufrimiento del hombre que lo sufre rebelándose y blasfemando contra Dios no es un “sacramento de salvación".

¿Cómo puede decir que es igual el sufrimiento del cristiano, sea por castigo que busca su corrección y santificación o por cruz o prueba, que puede ofrecer al Señor con carácter expiatorio, tiene el mismo efecto que el de quien no tiene fe?, ¿Acaso los sufrimientos de los condenados en el infierno son “sacramento universal de salvación"? ¿es lo mismo el sufrimiento del que está en el purgatorio que el del que está en el infierno?

San Juan Pablo II enseña en la Carta Apostólica Salvifici Doloris:

Cuando se dice que Cristo con su misión toca el mal en sus mismas raíces, nosotros pensamos no sólo en el mal y el sufrimiento definitivo, escatológico (para que el hombre « no muera, sino que tenga la vida eterna »), sino también —al menos indirectamente— en el mal y el sufrimiento en su dimensión temporal e histórica. El mal, en efecto, está vinculado al pecado y a la muerte. Y aunque se debe juzgar con gran cautela el sufrimiento del hombre como consecuencia de pecados concretos (esto indica precisamente el ejemplo del justo Job), sin embargo, éste no puede separarse del pecado de origen, de lo que en San Juan se llama « el pecado del mundo», del trasfondo pecaminoso de las acciones personales y de los procesos sociales en la historia del hombre.
Salvifici Doloris, 15

De hecho, el sufrimiento punitivo, el castigo incluso en forma de muerte física, puede ser provocado expresamente por Dios. Que nos explique Fr. Cantalamessa qué hacemos con el relato de Ananías y Safira del capítulo 5 del libro de Hechos. Si Dios llega a obrar así con quienes son parte de su Iglesia, ¿qué no podrá hacer con los incrédulos?

¿Ha dejado de tener vigencia lo que enseña el apóstol San Pablo cuando indica que Dios paga con “ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo” (Rom 2,8-9)?

¿Quizás ya no tiene sentido preguntarse con el Catecismo Romano (Trento) lo siguiente?

¿De qué castigo seremos dignos, si después de haber entrado en la Iglesia, conocido la voluntad y leyes de Dios, y haber recibido la gracia de los Sacramentos, viviéremos según las leyes y máximas del mundo y demonio, como si al ser bautizados nos hubiéramos dedicado al demonio y mundo, y no a Jesucristo Señor y Redentor nuestro?
Catecismo romano 64

¿Y qué no decir respecto a la profanación del Santísimo Sacramento que está siendo promovida por quienes enseñan que pueden acceder al mismo los que viven en adulterio? ¿quedará sin castigo? Cito de nuevo el Catecismo romano en su artículo 393:

Así como entre todos los sagrados misterios que como instrumentos ciertísimos de la divina gracia instituyó nuestro Señor y Salvador, ninguno hay que se pueda comparar con el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, así tampoco hay que temer de Dios castigo más severo por alguna maldad, como de que no se trate por los fieles santa y religiosamente un sacramento lleno de toda santidad, o más bien que contiene en sí al mismo Autor y fuente de la santidad. Con gran perspicacia advirtió esto el Apóstol, y nos lo previene con igual’ claridad. Porque habiendo declarado de cuán grave maldad se hacían reos los que no discernían el Cuerpo del Señor, añade al punto: “De aquí es que hay entre vosotros muchos enfermos y sin fuerzas, y muchos que mueren”.

Se refiere a estas palabras de San Pablo en su primera epístola a los corintios:

Porque cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga. Así pues, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, por tanto, cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; porque el que come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación. Por eso hay entre vosotros muchos enfermos y débiles, y mueren tantos.
1 Cor 11,26-30

El Predicador de la Casa Pontificia niega tajantemente que los sufrimientos provocados por la pandemia del coronavirus puedan ser un castigo de Dios, con argumentos ciertamente peculiares Dice:

Si estos flagelos fueran castigos de Dios, no se explicaría por qué se abaten igual sobre buenos y malos, y por qué los pobres son los que más sufren sus consecuencias. ¿Son ellos más pecadores que otros?

¿Qué hacemos con las palabras de Benedicto XV: quien en la Cuaresma de 1917 dijo que “los flagelos públicos son expiaciones de las culpas por las cuales las autoridades públicas y las naciones se han alejado de Dios”? ¿Es casual que, a día de hoy, dos de las naciones que más están sufriendo la pandemia son precisamente Italia y España, que apostataron desechando el Reinado Social de Cristo bajo el que no hace tanto tiempo se gobernaban?

Por otra parte, ¿dejaremos de creer que es doctrina católica que los sufrimientos de los justos que vive en gracia pueden satisfacer las deudas contraídos por otros?

Pero en lo que debemos engrandecer con sumas alabanzas y acciones de gracias la inmensa bondad y clemencia de Dios, es en haber concedido á la fragilidad humana, que pueda uno satisfacer por otro. Esto únicamente conviene a esta tercera parte de la penitencia. Pues tocante a la Contrición y Confesión ninguno puede dolerse ni confesarse por otro, pero todos los que están en gracia de Dios pueden satisfacer unos lo que otros deben a su Majestad, y de este modo vienen a llevar unos las cargas de los otros 
Catecismo Romano, 598.

El asombro que produce semejante alejamiento de la doctrina católica por parte del P. Cantalamessa aumenta considerablemente cuando vemos lo que afirma sobre el sacrificio de Cristo en la Cruz:

Dios participa en nuestro dolor para vencerlo. “Dios —escribe san Agustín—, siendo supremamente bueno, no permitiría jamás que cualquier mal existiera en sus obras, si no fuera lo suficientemente poderoso y bueno, para sacar del mal mismo el bien”

. ¿Acaso Dios Padre ha querido la muerte de su Hijo, para sacar un bien de ella? No, simplemente ha permitido que la libertad humana siguiera su curso, haciendo, sin embargo, que sirviera a su plan, no al de los hombres.

¿Cómo se puede decir que Dios Padre no ha querido la muerte del Hijo en la Cruz para sacar de ella el mayor de todos los bienes, que es la salvación de nuestras almas? ¿acaso la Cruz fue fruto de la libertad del hombre y no de la voluntad expresa de Dios? ¿En dònde deja el P. Cantalamessa la oración de Cristo en Getsemaní? ¿Acaso no fue el mismo Cristo quien dijo “no se haga mi voluntad sino la tuya"? ¿cómo se atreve a afirmar que la Cruz no fue voluntad del Padre? 

De hecho, dado que hace esa pregunta blasfema tras una cita de San Agustín, en la que el santo obispo de Hipona dice que Dios no permite ningún mal en sus obras, ¿debemos pensar que la muerte de Cristo es un mal que no forma parte de las obras de Dios? ¿se puede considersar un mal la obra de la salvación por la muerte de Cristo en la cruz?

Recordemos la advertencia de San Pablo:

Porque —como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos— hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo.
Fil 3,18

Sobre la doctrina de la Cruz como parte de la voluntad divina recomiendo la lectura de estos dos artículos del P. José María Iraburu:

 La Cruz gloriosa –I. El Señor quiso la Cruz

La Cruz gloriosa –II. Por qué Dios quiso la Cruz 

No es de extrañar que quien se separa tanto del evangelio de Cristo, acaba atribuyendo a la naturaleza una cualidad personal:

Esto vale también para los males naturales como los terremotos y las pestes. Él no los suscita. Él ha dado también de la naturaleza una especie de libertad, cualitativamente diferente, sin duda, de la libertad moral del hombre, pero siempre una forma de libertad.

Decir que la naturaleza inanimada tiene una cierta forma de libertad es obviamente una gran falsedad. Que no todas las catástrofes naturales, pestes y epidemias son voluntad positiva de Dios no se discute. Pero que pueden serlo tampoco cabe discutirlo, a menos que queramos abolir toda la Biblia. Desde el Pentateuco (Diluvio, plagas de Egipto, etc), hasta el Apocalipsis. Lo realmente patético es pretender que la naturaleza sea un sujeto con capacidad volitiva para obrar así. A menos, claro, que consideremos a la naturaleza como esa Pacha Mama a la que se rindió culto en los jardines del Vaticano el año pasado, como si fuera un ser con alma. Entonces sí es un sujeto: concretamente Satanás.

¿Qué cabe hacer ante quien predica ideas ajenas o contrarias al Evangelio? Cumplir el mandato de la Escitura:

Rechazarles:

Pues bien, aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os predicara un evangelio distinto del que os hemos predicado, ¡sea anatema! Lo he dicho y lo repito: Si alguien os anuncia un evangelio diferente del que recibisteis, ¡sea anatema!
Gal 1,8-9

Combatirles:

Queridos míos, al poner todo mi empeño en escribiros acerca de nuestra común salvación, me he visto en la necesidad de hacerlo animándoos a combatir por la fe transmitida de una vez para siempre a los santos.
Jud 3

Que la Virgen María, Destructora de todas las herejías, interceda por nosotros ante el Señor para que se nos conceda llevar adelante eficazmente esa tarea.

Laus Deo Virginique Matri

Luis Fernando Pérez Bustamante