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26.06.24

O tempora, o mores

Cito de la obra Apologia pro vita sua de San Juan Enrique Newman. Habla de lo que era la Iglesia Católica del siglo XIX y establece una comparación con lo que era en tiempos patrísticos:

En conjunto, pues, tenemos razones para decir que si hoy día existe una forma de cristianismo que se distingue por su organización cuidadosa y el poder que se deriva de ella, si está extendida por todo el mundo, si destaca por el celoso mantenimiento de su propio credo, si es intolerante hacia lo que considera erróneo, si está ocupada en una guerra incesante con todos los demás cuerpos llamados cristianos; si, y sólo ella es llamada “católica” por el mundo, más aún, por aquellos mismos cuerpos, y si tiene en estima dicho título, si los llama heréticos y les previene del infortunio que se acerca, y los llama uno a uno para que se conviertan a ella, sobrepasando cualquier otro vínculo. Y si, por otra parte, ellos la llamaran seductora, ramera, apóstata, Anticristo y demonio, si la consideran su enemiga a pesar de lo mucho que difieren unos de otros, si se esfuerzan en unirse contra ella y no pueden, si solo son locales, si continuamente se subdividen y ella permanece una, si ellos caen uno tras otro, y preparan el camino para nuevas sectas y ella permanece la misma, esa comunión religiosa no es diferente al cristianismo histórico tal y como se nos presenta en la Era Nicena.

Y:

Luego, si ahora existe una forma de cristianismo tal que se extiende por todo el mundo, aunque con medidas diversas de importancia o de prosperidad en lugares distintos. Que se halle bajo el poder de soberanos y magistrados ajenos a su fe de diversos modos. Que naciones florecientes y grandes imperios, que profesan o toleran el nombre de cristiano se sitúen en contra suya como adversarios. Que escuelas de filosofía y de estudio apoyen teorías y lleven a cabo conclusiones hostiles a ella, y establezcan un sistema exegético subversivo sobre sus Escrituras. Que haya perdido iglesias enteras a causa del cisma y se le oponen hoy día comuniones poderosas que una vez fueron parte suya. Que haya sido del todo o casi desterrada de algunos países. Que en otros esté oculta su línea de enseñanzas, su grey oprimida, sus iglesias ocupadas, sus propiedades ostentadas por la que podría llamarse una sucesión duplicada. Que en algunos de sus miembros sean degenerados y corruptos, sobrepasados en diligencia, en virtud y en dones intelectuales por los mismos herejes a los que condena. Que abunden las herejías y haya obispos negligentes sin la autoridad propia. Y que entre sus desórdenes y sus temores haya una sola voz cuyas decisiones espera con confianza el pueblo, un nombre y una sede a la que miran con esperanza, y aquel nombre sea Pedro y aquella sede la de Roma, tal religión no es distinta del cristianismo de los siglos V y VI.

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23.06.24

De la resistencia debida a la necedad absoluta

Cualquiera que tenga fe católica y un poco de conocimiento de la Escritura y la Tradición sabe que Cristo llama adúlteros a los divorciados vueltos a casar, san Pablo enseña que los adúlteros y fornicarios no entrarán en el reino de los cielos y advierte que comulgar en estado de pecado acarrea condenación. Obviamente, y parece mentira que haya que explicar esto, uno no puede obtener el perdón de Dios si no se arrepiente de su vida de pecado. Trento convirtió todo eso en cánones.

Cualquiera que se llame cristiano sabe que las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo son abominables a los ojos de Dios, además de contrarias a la ley natural.

Cualquiera que, cristiano o no, tenga un poco de sentido común, sabe que no se puede bendecir el mal, sea de la naturaleza que sea.

Pues bien, resulta que cualquiera también sabe que el Obispo de Roma ha «autorizado» la comunión de adúlteros y fornicarios, la bendición de parejas homosexuales -que obviamente son parejas en cuanto que viven en pecado- y, de hecho, ha abierto la puerta a cualquier barbaridad en el ámbito moral desde que dijo que aunque alguien conozca la ley de Dios, puede incumplirla sin pecar. Así se indica en el punto 301 de Amoris Laetitia:

Por eso, ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada «irregular» viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante. Los límites no tienen que ver solamente con un eventual desconocimiento de la norma. Un sujeto, aun conociendo bien la norma, puede tener una gran dificultad para comprender «los valores inherentes a la norma» o puede estar en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una nueva culpa.

Podría señalar muchas otras cuestiones que atentan contra el bien común de los fieles y la salvación de las almas, pero esto es un artículo en un blog y no un ensayo.

Ante esa realidad caben varias actitudes:

1- Aplaudir porque se está de acuerdo. Dentro de ese sector, hay dos grupos:

  • Los que aplauden y piden ir más allá de forma inmediata, desmontando por completo lo que queda de la fe y moral católica tradicional. 
  • Los que aplauden y esperan que más adelante, una vez todo el mundo asuma los cambios actuales, se pueda avanzar en la revolución. Estos son muy inteligentes porque saben cuál es la verdadera esencia del conservadurismo.

2- Aplaudir aunque no se esté del todo de acuerdo por la sencilla razón de que el Papa es Papa y hay que obedecerle siempre. Este gente es la misma que defiende con ardor una doctrina (p.e, Familiaris consortio) y exactamente la contraria (p.e Amoris Laetitia), siempre que el Papa de turno así lo disponga. Para ellos la Iglesia es una secta que sigue a su líder aunque dé bandazos de un lado para otro. Entre ellos hay algunos que se empeñan en convencer al personal que no hay contradicción entre enseñar una cosa y la contraria. Estos son especialmente peligrosos, porque quitan las defensas a los fieles contra el error, dejándolos en manos del padre de toda mentira. Y, créanme, llevan décadas actuando.

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11.06.24

La gran farsa

La archidiócesis de Madrid acaba de hacer un gran favor a los fieles católicos de todo el mundo, o al menos a los de España. Nos ha mostrado el verdadero rostro de la sinodalidad.

No sé bien cuál es el número de católicos de misa dominical, pero si hacemos caso al CIS, la cosa debe de andar entre trescientos mil y seiscientes mil. Pues bien, el número de participantes madrileños en las respuestas al cuestionario para la segunda sesión del sínodo sobre sinodalidad que se va a celebrar, si Dios no lo remedia, en octubre de este año, llega a la asombrosa cifra de 856. O sea, no llega ni al 0,3% y seguramente esté por debajo del 0,2%.

Que con una cifra así se hable del “dinamismo sinodal que ha implicado a todo el Pueblo de Dios” es una tomadura de pelo. Si extrapolamos esas cifras a toda España, y me huelo que en la mayoría de las diócesis el porcentaje de participación ha sido menor, estaríamos hablando de alrededor de 17.000 fieles. ¿Ese es todo el pueblo de Dios en España?

En realidad, todo lo relacionado con este sínodo mantiene los principios que ya se marcaron en sínodos anteriores. A saber, se monta un escenario artificial en el que ya se tiene predeterminado el resultado, para dar la imagen de que hay una verdadera iglesia sinodal y no una iglesia en manos de grupos de poder que quieren reformarlo todo para convertir nuestra Iglesia en un instrumento más del Nuevo Orden Mundial masónico. Y si algo no sale como lo tienen pensado, da igual. Ahí aparecen los resortes del poder para cambiar las cosas por las bravas. Es exactamente lo que ha pasado con Fiducia supplicans. Es lo que pasó con el cambio sobre la marcha de las normas sobre la Relatio Final en la primera sesión del sínodo sobre la Familia.

Otro ejemplo de esta gran farsa es la reunión cuasi secreta -como toda buena tenida- que tiene lugar en Roma a la que acuden 20 teólogos, de quienes no sabemos ni el nombre ni la procedencia, para “discernir” y preparar el sínodo. 

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22.09.20

El verdadero cisma

Una parte tanto del sector ilustrado radical del catolicismo -vulgo “progre"- como del ilustrado conservador (*) -vulgo “neocón"- anda exhibiendo últimamente el espantajo de un cisma visible ante el evidente estado de descomposición de la unidad de la Iglesia. Ambos sectores se han tomado en serio el famoso “hagan lío” del actual Pontífice, Francisco, quien decidió que en vez de dedicarse a cumplir el ministerio de “confirmar a los hermanos en la fe", era hora de poner prácticamente todo patas arriba, especialmente en lo relacionado a la moral y los sacramentos. Como bien señaló a principios de este año Alonso Gracián:

Amoris laetitia es la constatación de la insana «creatividad» situacionista, conforme a la asimilación irresponsable del alma de la Modernidad. Amoris laetitia es consecuencia del personalismo y de la Nueva Teología.

Se puede hablar de otro sector de la Iglesia, el tradicionalista, muy minoritario pero reactivado últimamente por plumas seglares de reconocida popularidad e incluso por un par de obispos, caso de Mons. Schneider y Mons. Viganò. Este último, conocido en el mundo entero por el caso McCarrick, está “resucitando” el debate sobre el CVII. Debate, curiosamente, al que no prestan apenas atención los radicales, pues dan por amortizado dicho concilio y se disponen a ir más allá del mismo. Las reacciones, en no pocos casos furibundas, contra el cuestionamiento del CVII están llegando de filas conservadoras. Por su parte, el sector lefebvrista del tradicionalismo, protagonista precisamente del último pseudo-cisma oficial (incompleto según el cardenal Castrillón Hoyos) que fue “solucionado” por Benedicto XVI, está “contemplando los toros desde la barrera", supongo que experimentando una especie de deja-vu. O sea, “esto ya lo hemos vivido".

En mi opinión el cisma real fue gestado y alumbrado hace ya bastante tiempo. La unidad de la Iglesia es desde hace décadas como la vida del toro al que el torero acaba de entrar a matar eficazmente. Todavía se tiene de pie, pero está más muerto que vivo. Solo hace falta un leve toque en la cabeza para que se desplome. Y si no, el descabello.

Ni obispos ni sacerdotes ni religiosos ni seglares de todos los sectores señalados profesan la misma fe. No la profesan en materia moral. No la profesan a nivel litúrgico. No la profesan a nivel de muchos dogmas (¿cuál no ha sido cuestionado?). Es decir, del catolicismo se ha apoderado el espíritu de división típico del protestantismo. Cada cual cree lo que le parece y actúa en consecuencia. Y sin embargo, se ha ido manteniendo una especie de ficción de unidad visible en torno a la figura del papado. 

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23.08.20

Razones liberales para no votar al PP

En estos días ha sido portada y objeto de editoriales, artículos de opinión y análisis muy sesudos la destitución de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz del grupo parlamentario popular. El presidente del PP, Pablo Casado, ha puesto en su lugar a Concepción Gamarra (Cuca), ex alcaldesa de Logroño.

La diferencia entre ambas es que Cayetana es una liberal jacobina de manual. La segunda es una rajoyista/sorayista, igualmente de manual. La primera cree que hay que dar alguna batalla cultural a la izquierda, aun partiendo de principios liberales. La segunda asume gran parte de los principios culturales de esa izquierda. De hecho, se plantó en la última manifestación feminista cuando la pandemia ya estaba causando estragos. Y es autora de uno de esos mensajes en Twitter que sirven para que se entienda bien cuál es la ideología de una persona (*):

51 años de lucha a favor de la igualdad, de la diversidad, del respeto, de la libertad; 51 años luchando por normalizar lo que es normal. 51 años desde que, en Stonewall, se iniciará el movimiento #LGTBI. Ama a quien quieras. #DiadelorgulloLGTBI #Orgullo2020

Eso sí, ambas son partidarias de la despenalización del aborto, con todos los matices que se quieran (vean el de Cayetana, vean el de Cuca)-.

Cayetana aboga por dejar libertad de voto en temas moralmente delicados, Cuca es hija fiel y aplicada del sistema político del 78, en el que la disciplina de partido está por encima de cualquier consideración.

El que quizás sea el liberal más influyente en la opinión pública española, Federico Jiménez Losantos, ha escrito un artículo que deja bien a las claras por qué la causa del liberalismo pata negra está perdida, otra vez, en el PP. 

De dicho artículo tomo una cita sobre una frase de Pablo Casado, actual lider de la “¿oposición?” en España:

“Un partido no puede pretender que una sociedad se parezca a él por mucha razón que tenga. Lo que debe hacer es parecerse a esa sociedad”

Como ven ustedes, el “no somos nadie” alcanza en Casado la perfección. En la Alemania de Hitler, el PP de Casado sería nazi, por eso de identificarse con la sociedad. Y en el Irán de los ayatollas, el PP de Casado sería la sección burguesa de los hijos de Jomeini.

Obviamente alguien así no se opone a nada. Es un mero ectoplasma russoniano que hace de tonto útil para el gobierno social-comunista.

La democracia, según Casado y el PP, es un mercado de votos. Por tanto, el cliente siempre tiene razón. Ese es su único principio. Ni valores ni nada. El que paga/vota, manda. Y si hay que cambiar, se cambia. Solo hay una excepción: cuando el cliente es católico. Entonces da igual sostener exactamente lo contrario de lo que se supone que quiere dicho cliente. 

Y sin embargo, millones de los españoles que van a Misa seguirán haciendo un acto de apostasía votando ese engendro de partido y de ideología vacua e inane. 

Concluyo. En el artículo de Losantos tienen ustedes argumentos para que un liberal no apoye a ese partido. De las razones católicas tradicionales, hoy ninguneadas y/o atacadas por la mayor parte de aquellos que deberían defenderlas y difundirlas, ya he escrito mucho. Hoy no toca.

Luis Fernando Pérez Bustamante

(*) Como en todas partes cuecen habas, conviene recordar que la estrella emergente de Vox, Macarena Olona -una especie de Cayetana bis-, tuvo a bien echar en cara a un sacerdote católico que escribiera algo contra la bendición de parejas “homosexuales".