InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Archivos para: Noviembre 2008, 21

21.11.08

A los judíos italianos hay que decirles las cosas bien claras

Y no sólo a ellos. A todos los judíos habidos y por haber en la faz de la tierra. La libertad religiosa consiste, entre otras cosas, en poder predicar la fe propia al resto de la humanidad. Y aunque tal libertad no estuviera reconocida en la famosa declaración de la ONU, da lo mismo. La Iglesia de Cristo, si en verdad es Iglesia, no puede dejar de intentar hacer discípulos a hombres y mujeres de toda clase, raza, nación o cualquier condición. Entre ellos, por supuesto, a los hijos de Abraham en la carne y seguidores de los preceptos de la Torah y el Talmud.

San Pablo dijo de sí mismo “Ay de mí si no predicara el evangelio” (1ª Cor 9,16). Y aunque su ministerio estaba dedicado especialmente a los gentiles, lo primero que hacía cuando llegaba a una nueva población era predicar el evangelio a los judíos. Tanto quería la salvación de su pueblo que llegó a decir “…pues desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne, los israelitas, de los cuales es la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas, y los patriarcas; de los cuales también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén” (Rom 9,3-5). Y es que, tanto si lo entienden como si no, el amor por el pueblo de Israel se manifiesta por encima de todo predicándole a su Mesías y Salvador.

Los judíos italianos se sienten molestos porque el Papa ha introducido un cambio en la liturgia del rito extraordinario, por el que se invoca a Dios para que “ilumine” los corazones de los judíos y “reconozcan a Jesucristo salvador de todos los hombres". Pues miren señores, tanto si les gusta como si no, vamos a rezar porque ustedes se conviertan a Cristo. Porque si rechazan a Cristo como lo rechazaron buena parte de los judíos que vivieron en su época, su salvación está ciertamente en peligro, y eso diciéndolo de forma suave. Si lo decimos en palabras del propio Jesucristo, su condenación es segura si le rechazan como su Mesías (Jn 3,18).

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