Demagogia

Un pueblo virtuoso y bien informado es una condición necesaria para el buen funcionamiento de la democracia.
El DRAE indica dos acepciones de la palabra “demagogia". La segunda proviene de la teoría política de Aristóteles: “Degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder.” Según Aristóteles, en una verdadera democracia tanto los gobernantes como los gobernados procuran realizar la virtud de la justicia (y, agrego, el bien común). En otras palabras, la democracia requiere que el pueblo sea virtuoso. La virtud, en sentido clásico, es un hábito operativo bueno; podría decirse que es la costumbre de hacer el bien. En este sentido, una persona virtuosa es una buena persona, una persona cabal, “hecha y derecha".
Las primeras democracias modernas se establecieron sobre la base de pueblos cristianos más o menos comprometidos con la moral tradicional. En la medida en que esos pueblos practicaron las virtudes morales (prudencia, justicia, fortaleza, templanza, honestidad, laboriosidad, fidelidad, generosidad, abnegación, obediencia, solidaridad, patriotismo, etc.), sus naciones tendieron a crecer y prosperar.
¿Cómo es posible que una democracia degenere en una demagogia? En 1981 el filósofo británico-estadounidense Alasdair MacIntyre, en su famoso libro “Tras la virtud", sostuvo que la sustitución de la moral clásica (teleológica) por la moral moderna emotivista (subjetivista), debido a la influencia de pensadores como Kant y Nietzsche, está en la raíz de la crisis actual de la civilización occidental. La sociedad democrática moderna ha dejado de ser una comunidad de personas comprometidas con la práctica y la transmisión de la virtud moral, y tiende a convertirse cada vez más en un conjunto de individuos centrados en la búsqueda de la utilidad, entendida en un sentido estrecho, a menudo solo material. MacIntyre afirma que los personajes más característicos de nuestra época son el manager, el terapeuta y el vividor rico. El manager y el terapeuta típicos se limitan a aplicar las técnicas empresariales o terapéuticas requeridas para que su empresa o sus pacientes “funcionen”, alcanzando de forma eficaz y eficiente los objetivos, buenos o malos, que ellos mismos se hayan propuesto. El vividor rico elige sus propios fines en términos igualmente amorales, buscando maximizar su placer, riqueza o poder individual.
Cuando ese subjetivismo moral predomina en una democracia, la mayoría de los ciudadanos ya no busca ante todo cumplir sus deberes, sino que reclama de un modo incesante y cada vez más estridente sus “derechos", olvidando que los derechos no son otra cosa que la contracara de los deberes (tengo derecho a algo si y solo si otro u otros me lo deben). Por ende, esos ciudadanos ya no votan buscando sobre todo el bien común, sino su propio beneficio individual o grupal. Y como, por supuesto, los políticos no son inmunes al influjo del subjetivismo moral, en una sociedad subjetivista tampoco ellos, en su mayoría, actúan sobre todo en función de la justicia, sino en función de la obtención y conservación del poder.
¿Cómo se obtiene y conserva el poder en esas circunstancias? Simple: prometiendo a la mayoría de los votantes lo que quiere, aunque no sea lo que necesita. De ahí la desmesurada importancia de las encuestas de opinión en las democracias actuales. En lugar de proponer al electorado lo que creen mejor para su país, muchos políticos primero averiguan qué es lo que la gente quiere y luego adaptan su propuesta política de modo de captar la mayor cantidad posible de votos. Esa práctica demagógica tiene muchas consecuencias malas, de las que enunciaré tres.
1. Por miedo a perder las elecciones, muchas medidas políticas que son justas y necesarias pero impopulares, porque suponen sacrificios de parte de la mayoría de los ciudadanos, no llegan siquiera a ser mentadas durante las campañas electorales; y, por miedo a perder la siguiente elección, a menudo los ganadores tampoco intentan ponerlas en práctica desde el gobierno.
2. Una clase política enfocada sobre todo en la obtención y conservación del poder adquiere necesariamente el grave defecto del cortoplacismo. Si mi interés principal es ganar la próxima elección dentro de cinco años, no me preocuparé mayormente por lo que pasará en mi país dentro de 20 o 50 años. Del largo plazo se ocuparán otros más adelante…; pero tal vez entonces ya sea tarde para evitar ciertas consecuencias negativas.
3. La demagogia tiende a incrementar el intervencionismo estatal y por lo tanto, en última instancia, conduce a la tiranía socialista. Los ciudadanos que han abandonado la práctica de las virtudes no piensan en qué pueden aportar ellos a su país sino en qué puede aportarles su país a ellos. Ante cualquier problema, su reacción instintiva es, en vez de procurar una solución “desde abajo” (desde la sociedad civil), reclamar al Estado una solución “desde arriba". Por su parte, la mayoría de los políticos acoge solícitamente esos reclamos, porque un aumento del poder y de las competencias del Estado implica un aumento de su propio poder en cuanto gobernantes, actuales o potenciales. Así el gasto público, la deuda pública y los impuestos tienden a crecer, lo cual debilita cada vez más a la sociedad civil y la hace depender cada vez más del Estado: un círculo vicioso.
La solución a esta situación dramática no es difícil de entrever pero es difícil de llevar a cabo: convertirnos, personal y comunitariamente, en practicantes de las virtudes morales. Para esto necesitamos una ayuda de lo Alto: y no me refiero al Leviatán estatal.
Daniel Iglesias Grèzes
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10 comentarios
Estaba yo leyendo estas cosas cuando vino un ensemble e interpretó el "Ordo Virtutum" de Santa Hildegarda de Bingen en las que las virtudes combatían al mismo demonio. No entiendo como en la actualidad se pretende combatir al pecado sin hablar de las virtudes. Las virtudes son eminentemente prácticas, se aprenden por imitación, no teorizando, pero no viene mal recordarlas. Recuerdo que mis abuelos y mis padres las reconocían y calificaban a las personas por su virtud más visible: Hombre probo, mujer prudente, etc...pero ahora pregunto a alguien si las reconoce en los demás y no saben de lo que les hablo, dicen de alguien que es bueno, simpático o amable pero nunca justo, fuerte, humilde, cabal o templado.
Busca información del Beato Francisco Palau y Quer, y su "Escuela de las Virtudes".
Por predicarlas, lo desterraron varias veces, acusándolo (sin demostrar, claro) de meterse en política.......
Democracia y Demagogia son inseparables, ¿o es que alguien puede poner algún ejemplo de una democracia sin demagogia?
La democracia ha experimentado muchos cambios desde Clístenes y Pericles, pero la ideología que la soporta es la misma.
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DIG: Eso es solo una cuestión de terminología, muy secundaria frente a la cuestión de fondo discutida en el post.
No hablo de los que, desde fuera, ignoran las virtudes sino de los que desde dentro no las predican.
Que un beato del S. XIX predicara sobre eso no es raro, ya he dicho que mis abuelos nacidos en 1893 y 1895, respectivamente, las distinguían porque las virtudes desaparecieron con la Gran Guerra y España, al no tomar parte en ella, las conservó por más tiempo. Si tomas como marco el S. XX verás que la Virtud está ausente en las predicaciones.
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DIG: Eso implica que ningún pueblo puede ser más o menos virtuoso, lo cual no es verdad. No estamos hablando de utopías, sino de realidades humanas imperfectas.
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