Philip Trower, La Iglesia docta y la rebelión de los eruditos -3C

(Véanse en este blog los dos capítulos anteriores y las partes anteriores del Capítulo III).

EL NUEVO MENSAJE DE SALVACIÓN

El progreso merece ser considerado, a pesar de que escribí bastante sobre él en un artículo anterior [falta la referencia]. Como el Père Teilhard, en un estudio general de la formación del modernismo, el progreso es demasiado importante para dejarlo de lado.

La fe en el progreso como una fuerza de alguna manera inmanente en la naturaleza y que la impulsa hacia un estado de perfección, un paraíso terrenal, es, como sabemos, el nuevo mensaje de salvación, que ha ido creciendo en poder e influencia desde que fue predicado por primera vez hace 250 años —con la libertad, la igualdad y la fraternidad reemplazando a la fe, la esperanza y la caridad como los tres requisitos absolutamente necesarios para la bienaventuranza. En una de sus ramas o en todas, marxista, humanista secular o liberal utópica, es el principal rival religioso de la Iglesia, cuyas enseñanzas ella tiene que tener en cuenta y con las que se enfrenta a cada paso.

Desde 1900, a medida que cristianos de todo tipo, con rapidez creciente, se han apartado de su religión y se han unido a los que creen en algún tipo de religión del progreso, la influencia de la religión del progreso sobre los cristianos restantes se ha vuelto proporcionalmente mayor. Su poder también parece crecer con la prosperidad.

Hacia los años ‘50 cada vez más clérigos occidentalizados sentían claramente sus atractivos. Así como la religión del progreso es el corazón del pensamiento moderno, así también, cuando se quite la tapa del caldero, se encontrará que la religión del progreso es el corazón del neomodernismo —y será predicada por eclesiásticos enfurecidos como “teología de la liberación” y por los sosegados y respetables como “promoción humana” y “hacer un mundo apropiado para que los humanos vivan en él".

Lo que la Iglesia quiere decir con expresiones como éstas es algo bastante diferente. Aunque debemos comprometernos de todo corazón en todas las buenas obras y hacer de ello lo mejor que podamos, dice el Concilio, “la forma de este mundo, distorsionada por el pecado, está desapareciendo” (Gaudium et Spes, N° 39).

Todas las referencias ambiguas a la “esperanza” y la “salvación” que abundarán en el catecismo venidero [Nota del Traductor: no se refiere al Catecismo de la Iglesia Católica], tendrán en mente el paraíso terrenal, no el celestial.

Entre 1956 y la apertura del Concilio los corazones de muchos obispos y sacerdotes, así como de laicos, se volvieron aún más decididamente en esta dirección al leer atentamente los libros del Père Teilhard El fenómeno humano, El medio divino y El himno del universo, y al usarlos como su lectura espiritual. Los dos primeros fueron los libros para los que el Père Teilhard, en vida, trató con mayor esfuerzo de conseguir el permiso de publicación, y en los que adaptó sus ideas para hacerlas lo menos inaceptables posible para los censores eclesiásticos. Ellos convirtieron a un gran número de clérigos influyentes a su “cristianismo” semi-pagano y semi-materialista.

BIENAVENTURADOS LOS EXITOSOS

En la versión del Père Teilhard de la religión del progreso, la realidad y los efectos de la Caída son negados o ignorados. El mal moral ha sido más o menos abolido, al igual que la necesidad de la gracia. El pecado y el mal han sido más o menos identificados con el dolor y el sufrimiento (las consecuencias del pecado) o con cualquier otra cosa que limite y oprima a los hombres: todo lo cual los hombres con su ingenio deben abolir. (Los hombres han reemplazado ahora a Dios en la dirección de la evolución y son responsables de su desarrollo ulterior). La causa del pecado y el mal no es la iniquidad en el corazón humano o la rebelión contra Dios; ni la muerte es un castigo por el pecado. Todas estas cosas se deben a los accidentes estadísticamente inevitables de la evolución (que Dios es incapaz de impedir) o a la falta de cooperación de los hombres con ella. La cosmovisión cristiana predicada durante 2.000 años, comenzando con los Apóstoles, y prefigurada en la cosmovisión judía, está completamente equivocada. No somos una raza caída, sino una ascendente. Este mundo no es sustancialmente un “valle de lágrimas", un paraíso dañado. El propósito de la vida no es ante todo la santificación personal a través del servicio de Dios y del prójimo en medio de pruebas y tribulaciones en la esperanza de una recompensa eterna. Somos la fuerza laboral en un negocio de contratación en auge. La tarea de los cristianos es dominar la naturaleza y transformar el mundo en un suburbio jardín bien organizado lleno de ciudadanos sanos, felices (¿e inmortales?), que el Señor, cuando vuelva, encontrará humanamente apto para habitar. Entonces Él se hará cargo de esta propiedad deseable. Aparentemente no habrá un Juicio, que sería una afrenta a la dignidad humana. (El fin de la historia, sin embargo, es ambiguo. Cuando el Père Teilhard habla de nuestro Señor como la culminación de la historia humana o la cumbre del proceso evolutivo —su punto Omega— uno nunca puede estar seguro de si él cree en una Segunda Venida o incluso que nuestro Señor todavía existe y es Dios. El nombre Cristo en este contexto a menudo parece ser simplemente una palabra simbólica para la futura raza de superhombres que él espera con ansia. Lo mismo puede decirse de muchos de sus seguidores). En ningún momento se reconoce ningún conflicto entre la santidad y el éxito mundano: se asume que la “emancipación económica y social” produce automáticamente la virtud; la santidad y la prosperidad son vistas como avanzando de la mano. “Bienaventurados los ocupantes del Hotel Ritz". Estamos tratando con una religión para profesionales exitosos.

Estas ideas ingenuas y, en cristianos, asombrosas, fueron expresadas claramente en el Concilio por un arzobispo filipino, y ahora son predicadas total o parcialmente con franqueza embarazosa por figuras públicas como el arzobispo Hurley de Durban (véase el discurso del arzobispo a un congreso médico en Bombay reimpreso en el Tablet de Londres el 20 de mayo, el 27 de mayo y el 3 de junio de 1978).

BIENAVENTURADOS LOS LIBERADOS

Paso ahora a la libertad; el summum bonum [sumo bien] para los liberales auténticos. Yo diría que en los lugares donde las necesidades básicas están satisfechas, la igualdad y la fraternidad están, como objetos de deseo, muy en segundo lugar. Habiendo estado ahora en el aire durante varios siglos, la libertad como el ideal supremo es ahora el aire para las civilizaciones occidentales, su oxígeno indispensable.

Pero esta libertad está, en aspectos importantes, en desacuerdo con el concepto cristiano de libertad, la libertad de los hijos de Dios. Es comprensible que todos los hombres valoren su libertad como una posesión muy preciada. Pero para los cristianos el objetivo más alto no es la libertad: es la búsqueda de la verdad y el bien, y la libertad sólo es valiosa en la medida en que sirve a ese fin. Como ingredientes de la felicidad, la amistad de Dios y una conciencia recta están infinitamente por encima de ella. Si estamos abusando de nuestra libertad para peligro de nuestra salvación, es una bendición que [nuestra libertad] sea recortada. Por eso la pobreza y el sufrimiento son llamados estados bienaventurados. En ningún otro sentido lo son. En el Cielo todos seremos ricos.

El culto occidental a la libertad, por mucho que alguna vez tuviera en él de bueno y razonable, ahora está más cerca de la pasión cuasi-neurótica por el camino propio y el resentimiento por la moderación de los adolescentes frenéticos y los niños malcriados, que consideran a toda autoridad como un mal y la subordinación como una afrenta. Uno no puede evitar pensar que Eric Fromm debería haber escrito un estudio complementario a su famoso El miedo a la libertad y llamarlo El aborrecimiento de la autoridad. Es también una enfermedad occidental y parece que puede conducir a la pérdida de las libertades que tenemos.

Durante los últimos 50 años, la idea no cristiana de la libertad se ha filtrado en cada vez más corazones católicos, y para muchos miembros de la intelectualidad católica se ha convertido claramente en el bien supremo, más precioso, más necesitado de protección y preservación que la fe misma. Ahora domina todo su pensamiento, y en verdad es a menudo el único tema de su pensamiento. Como idea, es quizás ésta más que cualquier otra cosa la que ha vaciado las casas religiosas, secularizado la vida de los seminarios y producido el caos doctrinal. Las autoridades eclesiásticas de casi todo tipo están, al parecer, tan aterrorizadas de desafiarla, tan aparentemente inseguras de lo que tiene de objetable, que la mayoría se siente impotente cuando ella hace sus demandas.

Tanto la religión del progreso como el culto a la libertad son componentes mucho más importantes del neomodernismo que del modernismo temprano. En ese primer drama ellos sólo tenían un papel secundario.

Sin embargo, dejando estas nociones generales que viven en las autopistas públicas de la vida moderna, volveremos en la próxima entrega a los estudios y bibliotecas de los eruditos y veremos al recién llegado más importante allí: el existencialismo.

(FIN DEL CAPÍTULO; CONTINUARÁ).

Copyright © Estate of Philip Trower 1979, 2019.

Fuente: http://www.christendom-awake.org/pages/trower/church-learned/church-learned-chap-3.htm (versión del 05/03/2019).

Traducido al español por Daniel Iglesias Grèzes con autorización de Mark Alder, responsable del sitio Christendom Awake.


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1 comentario

  
Néstor
Últimamente la libertad como que viene perdiendo prensa a medida que se afianza el prestigio del "modelo chino", donde aquella brilla y resplandece por su ausencia. Las actuales, y Dios no permita, las futuras medidas "sanitarias" amenazan con convertirla en una chanza.

Saludos cordiales.
15/12/21 4:04 AM

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