Philip Trower, La Iglesia docta y la rebelión de los eruditos -4A

(Véanse en este blog los tres capítulos anteriores).

Capítulo IV. El existencialismo —el intruso feo

Las filosofías que eran modernas en 1910 y a las que se le había dicho a la Iglesia que ella debía adaptarse ya no eran tan modernas en 1940. Varios recién llegados habían hecho su aparición. Pero el existencialismo alcanzó rápidamente el primer lugar.

Es casi imposible exagerar la importancia de esta filosofía, que ha transformado el pensamiento religioso en todas partes —dentro y fuera de la Iglesia Católica. Si la forma de la fe cristiana te pareció clara una vez, pero ahora parece borrosa y sin sustancia; si tu sacerdote te habla de la fe cristiana, las situaciones de vida, el compromiso, el encuentro o las experiencias significativas, sin que estés seguro de si él cree en la Encarnación y la Resurrección, en el más allá o incluso en Dios, el existencialismo es en gran parte responsable.

Esta filosofía, que fue armada en Alemania en los años ‘20 y ‘30 del siglo XX, principalmente por Martin Heidegger (1889-1976), con contribuciones de Karl Jaspers (1883-1969) y algunos tecnicismos filosóficos tomados del austriaco Edmund Husserl (1859-1938), representa las mismas tendencias filosóficas que mencioné anteriormente en esta serie de artículos, pero con algunas diferencias. Se lo podría llamar un primo del vitalismo y el pragmatismo de Bergson y James; no un descendiente directo, sino un miembro de la misma familia filosófica. La ocupación alemana de París lo popularizó en Francia, y después de 1945 fue presentado al mundo en general por Sartre, Camus, Samuel Beckett y una gran cantidad de otros escritores exitosos. Hacia 1950 puede haber habido pocos intelectuales católicos que se respetaran a sí mismos, ortodoxos y heterodoxos, que no hubieran sumergido sus mentes en esta turbia primavera.

Aunque algunos de sus devotos lo han puesto recientemente al servicio del comunismo, en realidad es el último grito desesperado por la libertad, dado que el intelectualismo occidental se siente succionado para siempre, así lo teme, por la omnipotente sociedad colectiva. También es la culminación de la revuelta romántica contra la imagen del hombre de Descartes como sólo una mente como de computadora, y contra la objetividad en el pensamiento religioso y filosófico. Los existencialistas, como sus predecesores, dan por sentado el supuesto de Kant de que la realidad exterior a nosotros es esencialmente incognoscible. Sólo a través de la autoconciencia tenemos contacto directo con la naturaleza interior de lo real. La realidad, por lo tanto, sólo puede ser entendida analizando nuestros sentimientos internos y estados de conciencia. Éstos, en cierto sentido, constituyen la realidad.

En el trasfondo del existencialismo están los escritos de dos pensadores que en los años ‘20 habían muerto hacía mucho: Kierkegaard (fallecido en 1855), un luterano danés talentoso pero muy excéntrico; y Nietzsche (fallecido en 1900), el también talentoso pero desequilibrado ateo alemán que eventualmente perdió la cordura.

Kierkegaard es un pensador eminentemente subjetivo y su visión de la realidad, la religión y la naturaleza humana se deriva de la experiencia de su conversión —había perdido sus creencias en la universidad y las recuperó cuando tenía unos 25 años— y de sus reacciones neuróticas a ciertos episodios relacionados con su padre y su prometida; su padre había maldecido a Dios una vez, y el hijo pensó que compartía su culpa.

UN ESTADO DE IGNORANCIA

La visión de Kierkegaard de su conversión y de los fundamentos de la fe es extremadamente protestante. La fe es un acto ciego, básicamente irracional —un salto en la oscuridad. Un hombre “se compromete” con Cristo sin tener ninguna razón para hacerlo; es impulsado a dar el salto por lo que ha experimentado emocionalmente de antemano. El vacío de la vida sin Dios y la conciencia de su propia nada lo han llevado del pavor, a través de de la angustia, a la desesperación. El dolor y el terror de la desesperación lo empujan a saltar más allá de sí mismo, y al hacerlo él “encuentra” a Dios.

(Es verdad que Dios a veces usa la infelicidad para hacernos pensar en Él. Pero eso es diferente. Pensar, bajo la atracción de la gracia, conduce al conocimiento (y al amor), no a saltar de un acantilado).

Incluso después de su conversión, sin embargo, el cristiano de Kierkegaard continúa viviendo en un estado de angustia y pavor parcial porque diariamente se enfrenta a la necesidad de tomar decisiones sin tener forma de saber lo que Dios requiere de él. Él tiene total libertad y total responsabilidad por sus actos, pero ninguna guía sobre lo que estará bien o mal en circunstancias determinadas, o cuáles serán las consecuencias de sus actos.

Al igual que los otros filósofos que hemos considerado, también Kierkegaard sentía una aversión apasionada por la metafísica y por la objetividad en la filosofía, y su trabajo estaba lleno de diatribas contra ambas. Él sentía una aversión similar por la doctrina y por los principios morales universalmente aplicables en la religión. La forma en que las cosas se ven para el individuo, la forma en que las siente o las experimenta, es el criterio de verdad, que es así diferente para cada uno. En cuanto a la elección moral, cada una de estas decisiones debe regirse por la situación en la que debe tomarse. Debemos tomar nuestro coraje en nuestras manos, dice Kierkegaard, sin saber si el resultado será la salvación o la condenación.

Los fuertes sentimientos y la brillantez intelectual de Kierkegaard, el hecho de que sus escritos contienen mucho de verdadero y psicológicamente penetrante, de que proporcionan argumentos útiles contra el racionalismo crudo y el materialismo de lo que se llama “la perspectiva científica", y de que él estaba tratando de hacer que sus contemporáneos se dieran cuenta de que creer en Cristo y seguir a Cristo debería ser una cuestión de convicción profunda más que de conformidad social, lamentablemente han llevado a los pensadores más influyentes de la actualidad en el campo religioso a ignorar sus profundos errores. Creo que el elemento de melodrama en su enfoque religioso también ha sido una atracción. Ha sido en gran parte responsable de la forma dolorosamente pretenciosa de hablar y de escribir —la notable falta de modestia con la que la gente habla de sí misma como cristianos solidarios, cristianos comprometidos, cristianos angustiados— que es en la actualidad un rasgo tan característico del panorama religioso.

Los escritos de Kierkegaard tuvieron poco impacto fuera de Dinamarca hasta aproximadamente 1918, cuando fueron traducidos por primera vez al alemán. A partir de entonces, sin embargo, su influencia sobre la intelectualidad europea, religiosa e irreligiosa, fue tremenda —alcanzando incluso a España, donde Unamuno y Ortega y Gasset lo recogieron. Fue leído por sí mismo, no sólo como un libro fuente de la nueva filosofía, y de esta manera directa modificó profundamente casi todas las formas del protestantismo europeo.

Suficiente sobre Kierkegaard. El mensaje de Nietzsche fue diferente. Los hombres occidentales, así dice el mensaje, saben “que Dios ha muerto", es decir que no existe. Pero ellos se esconden del hecho, o más bien de sus consecuencias lógicas. Se debe hacer que ellos las enfrenten. El hombre es totalmente libre. Ninguna ley lo ata. Puede hacer cualquier cosa. Por lo tanto, debe atreverse y lograrlo.

(De este aspecto del pensamiento de Nietzsche, Bonhoeffer, el pastor alemán condenado a muerte por los nazis, tomó sus ideas de que los hombres modernos “han alcanzado la mayoría de edad", son incapaces de entender lo sobrenatural o lo sagrado y han asumido el rol que antes se atribuía a la Providencia, y que los cristianos ahora deben vivir y actuar como si Dios no existiera —en otras palabras, lo que se llama “cristianismo secularizado").

Las ideas principales de Kierkegaard y Nietzsche juntas proporcionaron las bases sobre las que Heidegger y otros construyeron el existencialismo.

TODOS EQUIVOCADOS EXCEPTO HEIDEGGER

Heidegger fue un ex-seminarista católico que apostató y fue profesor de filosofía primero en Marburgo (1923) y luego en Friburgo (1929-1945), y se vio obligado a retirarse en el último año debido a sus conexiones con los nazis. Él creyó, y afirmó públicamente, que desde Platón en adelante todo el enfoque de la filosofía había sido erróneo. Todos los filósofos, hasta él mismo, habían entendido mal la naturaleza de los problemas y cómo resolverlos; él había encontrado el método correcto e iba a poner a la filosofía en el camino correcto por primera vez. Como Karl Marx, él encontró que sus ambiciones eran mayores que sus capacidades. Nunca pudo terminar su obra principal (Sein und Zeit [Ser y Tiempo], 1927), que iba a establecer sus afirmaciones.

En el existencialismo, la mente no sólo es destronada; es, de hecho, abolida. Usarla para pensar de la manera normal distinguiendo un objeto de otro (un gato de un ratón, y la cola del ratón del cuerpo del ratón), o los objetos del mundo exterior de los pensamientos en la mente propia (el objeto del sujeto) es tratado como si fuera un pecado. Este tipo de pensamiento normal —aunque claramente fue diseñado para nosotros por Dios, y ha estado en uso desde la creación de Adán— supuestamente fue introducido por el perverso “intelectualismo griego", y se dice que falsifica la realidad, que no consiste en criaturas separadas con naturalezas distintas, sino que es concebida como un continuo líquido como la melaza o la sopa. Hacer afirmaciones sobre la naturaleza de Dios, por ejemplo, como lo hizo Nuestro Señor —diciendo que Él es un Padre, o que el Hijo existió desde toda la eternidad— debería estar prohibido porque convierten a Dios en un “objeto", y Dios no puede ser considerado como un objeto en medio de una variedad de otros objetos (incluso si somos indiscutiblemente objetos para Dios).

Para comprender la realidad, debe haber un abandono total del yo a la experiencia, un sumergirse uno mismo en la melaza o la sopa (siendo el yo parte de la sopa, aunque posiblemente la sopa, o la experiencia de estar en la sopa, es sólo una extensión del yo —las visiones difieren y no siempre son claras). A esto se le llama “apertura” o “apertura al Ser” y es una de las virtudes existencialistas. Por supuesto, hay muchas experiencias en la vida a las que no deberíamos estar “abiertos".

En la filosofía posterior de Heidegger, el intento de comprender la vida y la realidad de esta manera —mediante la inmersión del yo en la experiencia o el Ser— se asemeja a las prácticas místicas orientales. Influenciado por el poeta alemán Rilke, él ha desarrollado un misticismo ateo de la naturaleza. En lugar de pensar, el filósofo, a través de su “apertura” pasiva, busca la comunión con el Uno —o el Todo.

La falacia en la raíz de todo pensamiento existencialista, como mencioné en otro artículo, es la idea de que la “experiencia” puede ser un camino hacia el conocimiento por sí misma, separada del uso de la mente, y en cierto sentido en rivalidad con él. En realidad, la experiencia es simplemente la materia de la que se deriva el conocimiento. A menos que analicemos o pensemos acerca de lo que hemos experimentado (lo que necesariamente involucra el uso de ideas y proposiciones abstractas), nuestras experiencias no nos dirán nada o nos engañarán. La forma en que nos sentimos acerca de las cosas no es necesariamente la forma en que ellas son.

El existencialismo también asume, junto con Kierkegaard, que todos experimentamos la realidad de manera diferente; cada uno tiene su propia versión de la “verdad". Por eso, a cada uno se le debe permitir “hacer lo suyo"; todo lo que encuentre “significativo” o “relevante". La palabra “significativo” en el habla existencialista no significa verdadero, correcto o inteligible, sino lo que da satisfacción al individuo.

DE QUÉ SE TRATA LA VIDA

De hecho, como era de esperar, Heidegger y los existencialistas, habiendo destronado a la mente (aunque, como sus predecesores, sólo para la filosofía y la religión) y exaltado la “experiencia", luego proceden a usar sus mentes de la manera normal (empleando ideas abstractas y términos como el resto de nosotros) a fin de llevar a cabo su análisis de los estados de ánimo humanos, los estados de conciencia y lo que se considera la situación vital básica del hombre, y de construir su imagen de lo que un ser humano es esencialmente y de qué se trata la vida.

Es en realidad una imagen de cómo parece la vida, después de leer demasiado a Kierkegaard y Nietzsche, a un ateo infeliz y lleno de culpa.

El hombre se encuentra “arrojado al mundo” sin saber cómo ni por qué está allí y sin una forma real de averiguarlo. Sus estados básicos son los de Preocupación (él está condenado a preocuparse por tareas mundanas sin sentido) y el Miedo (como Kierkegaard, él tiene que tomar decisiones constantemente, pero cada situación es diferente y no hay reglas que lo guíen. Al mismo tiempo es responsable de las consecuencias más remotas de sus actos más pequeños). Por lo tanto él se mueve por la vida, obsesionado por la huida del tiempo, agobiado por la culpa, tratando de alcanzar la “auto-comprensión” a través de la experiencia de su “situación presente” y “proyectándose hacia el futuro” mientras se esfuerza por “realizar sus posibilidades", hasta llegar a la muerte, la última de sus “posibilidades", que le pondrá fin a él. Como su situación actual nunca es la misma hoy que la que fue ayer, él siempre tiene que cambiar su comprensión de las cosas y comenzar de nuevo. No es sorprendente que el existencialista decida que la vida no tiene sentido y es absurda.

La literatura existencialista está llena de conversaciones bastante pretenciosas sobre la muerte —como si su existencia fuera un descubrimiento reciente. Hay muchas quejas y fingimientos sobre la trágica situación en la que el carácter ineludible de la muerte pone a un hombre, y sobre su angustia al encontrarse allí. El hombre existencialista está enojado y no poco apenado por sí mismo porque no puede tener dos cosas a la vez, el ateísmo y la inmortalidad. Incluso teólogos “católicos", que se supone que creen en el Cielo, hablan de la muerte como si fuera una indignidad lúgubre.

En todas estas ideas vemos las raíces de la revelación continua. Imitando al existencialista, el cristiano neomodernista busca realizar sus posibilidades y comprender su existencia siempre cambiante y sus necesidades espirituales y materiales a la luz de su “situación presente” también siempre cambiante. A través de la revelación continua Dios envía mensajes sobre cómo hacerlo. Los mensajes de Dios son recibidos internamente a través de la “experiencia religiosa” y externamente a través de las circunstancias del momento. No ha habido otra revelación.

Lo anterior es el aspecto del existencialismo que enfatiza la experiencia y el estado de ánimo, y describe la condición humana. Es principalmente la contribución de Heidegger.

(CONTINUARÁ).

Copyright © Estate of Philip Trower 1979, 2019.

Fuente: http://www.christendom-awake.org/pages/trower/church-learned/church-learned-chap-4.htm (versión del 07/03/2019).

Traducido al español por Daniel Iglesias Grèzes con autorización de Mark Alder, respon


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2 comentarios

  
Néstor
Notable, efectivamente el golpe dado por el existencialismo a la filosofía y la teología católicas ha sido abrumador. La vivencia, la experiencia, la vida y entidades similares han asolado al pensamiento católico. El concepto se ha convertido en el enemigo público número uno, y la doctrina ha llegado a ser claro síntoma de tendencias sociópatas. En una particular coincidencia de ésas que no existen acabo de publicar un "post" sobre un intento de diálogo con el existencialismo, justamente. A ver si nos entendemos: no es que ahora nos hemos dado cuenta de todo lo de antes era desastroso, sino que recién nos estamos poniendo en pie luego de haber caído desde diez pisos de altura.

Saludos cordiales.
16/12/21 2:01 PM
  
Ramón Montaud
Simone de Beauvoir fue una existencialista de renombre y una de las principales fundadoras de la segunda ola del feminismo. De Beauvoir examinó el papel subordinado de la mujer como el "Otro", forzado patriarcalmente a la inmanencia en su libro, El Segundo Sexo, que algunos dicen ser la culminación de su ética existencial.​ El libro incluye la famosa frase "Uno no nace, sino que se convierte en mujer", que introduce lo que se ha venido a llamar la distinción entre sexo y género. El Segundo Sexo de De Beauvoir proporcionó el vocabulario para analizar las construcciones sociales de la feminidad y la estructura para criticar esas construcciones, que se usó como herramienta liberadora al atender a las formas en que las estructuras patriarcales utilizaban la diferencia sexual para privar a las mujeres de la libertad intrínseca de sus cuerpos "que pueden hacer".Algunos dicen que de Beauvoir es de mayor alcance que Sartre, a pesar de que a menudo se pasa por alto en muchos trabajos exhaustivos sobre el feminismo existencialista.

De la famosa frase hoy día tenemos la ideología de genero
No se nace mujer, se llega a serlo. Esto quiere decir que el género (masculino o femenino) es una construcción no biológica que determina cómo nos comportamos dentro de la sociedad.
17/12/21 4:22 AM

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