17.10.15

16.10.15

Evolucionismo y progresismo liberal: una alianza de conveniencia

Enrique de Zwart

Es fácil señalar los errores, y horrores, del evolucionismo darwinista. Desde el mágico comienzo de la vida a partir de la materia inerte hasta el improbable surgimiento del hombre desde el mono, pasando por la quimérica evolución de todas las especies a partir de organismos unicelulares. En este foro se ha puesto el dedo en la llaga más de una vez.

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13.10.15

Una vida nerviosa

gritoComo antídoto a lo que el autor plantea con certeza, invito a que descubramos la hermosura de una capilla silenciosa, un sillón, un libro y un buen café.

P. Javier Olivera Ravasi


Una vida nerviosa

Por Juan Manuel de Prada

Un profesor universitario amigo me confiesa desolado que una amplia mayoría de sus alumnos son por completo incapaces de leer un libro; y que, entre los pocos que afrontan su lectura, sólo un puñado puede comprenderlo. Aunque recomienda a lo largo del curso diversas lecturas que complementan sus apuntes, cuando llegan los exámenes comprueba que casi nadie ha seguido su recomendación; y los pocos alumnos que le comentan los libros recomendados suelen ser pícaros que recopilan en interné cuatro reseñas birriosas, en un esfuerzo estéril por camelarlo. Pero nada ha conturbado tanto a mi amigo como un episodio que le aconteció recientemente: un alumno le solicitó permiso para grabar en vídeo sus clases; como mi amigo se resistía a aceptar, temeroso sobre todo del destino que luego pudieran correr tales grabaciones (que ya imaginaba divulgadas en youtube y, por supuesto, utilizadas para escarnecerlo), el alumno le confesó atribulado que era incapaz de estudiar sus apuntes, porque apenas se ponía a leerlos perdía la concentración. Sólo contemplando el vídeo de sus clases podía llegar a aprender y memorizar las lecciones. Asustado, mi amigo preguntó a su alumno cómo lograba, entonces, estudiar las demás asignaturas; y el alumno le confesó que mediante el mismo método, asegurando que por interné se pueden encontrar numerosos vídeos y presentaciones de PowerPoint que permiten ir aprobando a cualquier universitario remolón, aunque sea sin excesiva brillantez.

Mi amigo no es hombre abstruso ni alambicado; se expresa en un español correctísimo, incluso levemente ‘didáctico’, y apenas recurre a las oraciones subordinadas cuando expone sus lecciones. Sucedía, sin embargo, que su alumno era incapaz de mantener la atención fija; era incapaz de entender los razonamientos más elementales; era incapaz de seguir el hilo de un relato escrito. Mi amigo se quedó perplejo y horrorizado ante su confesión; y al principio no supo si expulsarlo de clase con cajas destempladas o concederle que grabase su lección. Pero pensó que ambas soluciones eran improductivas; así que citó al alumno en su despacho, en un intento de comprender mejor las causas de su deterioro cognitivo. El alumno acudió contrito al despacho de mi amigo, como quien acude al confesionario, y en varias conversaciones le reconoció que toda su vida, desde que se levantaba hasta que se acostaba, estaba ligada a los diversos cacharritos y artilugios que le permitían mantenerse on line con amigos y allegados: guasapeando, tuiteando, intercambiando vídeos, hablando por el skype, a veces con varios a la vez, en un intercambio excitante.

Inevitablemente, el cerebro de aquel muchacho había acabado por acompasarse a esta vida nerviosa y aturdidora, entretejida de impresiones fugaces y asediada de estímulos cambiantes. Su atención se había acabado convirtiendo en un pájaro enjaulado que salta a cada instante de uno a otro balancín, por no detenerse nunca a considerar que está encerrado. Su repudio de la letra impresa era una consecuencia natural de ese aturdimiento; no podía entender un razonamiento mínimamente complejo por la sencilla razón de que su cerebro se exasperaba tratando de hilvanar sus proposiciones, tratando de desentrañar el significado de sus palabras, y buscaba los mensajes inmediatos, netos, ramplones: las consignas, los apóstrofes, los enunciados más sencillos que le permitiesen saltar de inmediato a cualquier otra simpleza que irrumpiese, a modo de relámpago fugaz, en su cerebro. Todo ello envuelto en una especie de ansiedad eufórica, como si el acopio incesante de estímulos fuese la droga que su cerebro necesitaba para no perecer del todo, o para vivir esa vida sin poso ni reposo, sin cognición ni discernimiento, una vida a modo de incesante carrusel de novedades huidizas en la que no hay tiempo para leer, ni para meditar, ni para conversar, ni para rezar, ni para amar, ni para hacer ninguna de las cosas que hasta hace poco nos distinguían como humanos. Una vida descerebrada y desalmada, ligada a una pantalla táctil, que tal vez sea el paso previo (y tal vez sin retorno) a nuestro internamiento en la trituradora, allá donde formaremos la papilla humanoide que conviene a los nuevos tiranos.

Porque cada vez resulta más evidente que esta vida nerviosa es el cimiento de una nueva esclavitud, mucho más aberrante que ninguna otra que la haya precedido: una esclavitud de esclavos eufóricos, ansiosos de su droga, felices con su droga… ¡Y con título universitario!

Juan Manuel de Prada,

11 de octubre de 2015

Fuente

12.10.15

Feminismo medieval, cinturón de castidad y derecho de pernada (3-3)

Cinturón de castidad

Entre los innumerables «clichés» pseudo-históricos que pueden leerse en internet se encuentran aquellos que hacen de la mujer medieval, una «esclava del hombre» con una «sexualidad reprimida» o bien una simple compañera que se utilizaba a despecho y para satisfacer los bajos instintos masculinos. Olvidan sin embargo quienes esto piensan, que no sólo esta opinión daría risa a cualquier historiador serio, sino incluso a aquellos que mínimamente tuviesen acceso al arte de la época.

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9.10.15

Feminismo medieval, cinturón de castidad y derecho de pernada (2-3)

La libertad de las hijas de Dios

Como venimos viendo, el papel de la mujer en tiempos de las catedrales estaba completamente ligado a la función y dignidad que Dios le había dado en el principio de los tiempos: «carne de su carne y hueso de sus huesos» (Gén 2,23), igualmente hija y, por tanto, igualmente digna y, por más que sus fuerzas físicas no fuesen las del hombre, no por ello su vigor moral era acallado.

Para mostrar el valor de la palabra femenina, vale la pena reco

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