La corrección fraterna: "Si alguno fuere hallado en falta, vosotros los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre” (Gál 6,1)
(cfr. evangelio de la Dominica XV post Pentecostem, en la Misa según el misal de 1962)
Hace muchos años, cuando era niño, mi madre nos había llevado a misa dominical.
Al final de la misa, nos llevó a los cuatro hijos varones a saludar al cura en el atrio. Luego de agradecerle al sacerdote por el sacramento, comenzó a darle una reprimenda en público y a tratarlo de “progresista” y “comunista”.
Nosotros no entendíamos nada; sólo recuerdo que la cosa subió de tono y mi madre se fue a los gritos ante la gente que intentaba calmarla.
- “¡A esto ya lo viví en mi juventud!” – decía. “¡Usted es un cura liberal!”.
¿Qué había sucedido? El sacerdote, había dicho una enorme cantidad de herejías desde el ambón y mi madre le había hecho una corrección fraterna en público.
Nunca más fuimos a esa parroquia.
* * *
Pues de eso trata hoy la Epístola a los Gálatas que acabamos de oír: del dificilísimo arte de corregir al que se equivoca o, lo que en moral se llama la “corrección fraterna”.
“Hermanos -dice San Pablo- Si alguno fuere hallado en falta, vosotros los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre”.
Pero, ¿qué es la corrección fraterna?
Es no sólo un mandato evangélico sino una obra de misericordia espiritual, aquella que nos manda, con caridad y prudencia, corregir al que se equivoca.
Es un “remedio” que debe emplearse contra el pecado del prójimo.
“¿Y quién soy yo para juzgar al prójimo?” – podrá decir alguno. Pues no se trata aquí de “juzgar” en el sentido de “condenar”, sino de juzgar el bien o el mal hecho por un hermano para que, si corresponde, ayudarle a llegar al cielo por medio de la corrección de nuestras faltas. Es un acto de caridad.
Y esto porque, nos parezca o no todo pecado es algo nocivo para quien lo comete, pero también es un perjuicio para los demás que, si es público, puede causar escándalo y hasta dañar el bien común.
Es una “limosna espiritual” que busca el bien más grande, el bien del alma.
Ahora bien, el problema está en que es de las artes más difíciles que existen, porque muchas veces corregimos con ira, a destiempo, cuando no nos corresponde, a quien no corresponde, etc.; por eso conviene saber hacerlo.
1 ¿Y cómo hacer la corrección fraterna entonces?
En primer lugar, no siempre; porque a diferencia de los preceptos negativos, que siempre nos obligan (no mentir es no mentir nunca), los preceptos positivos deben ser tenidos en cuenta según las circunstancias (por ejemplo, “dad el dinero a los pobres y tendréis un tesoro en el cielo”, implica ver cuándo darlo, cuánto, a quién, etc.).
Por eso, la corrección fraterna se puede omitir en algunos casos, como por ejemplo, como dice San Agustín en su libro “La Ciudad de Dios: “porque se espera ocasión más oportuna, o porque se teme que con ello puedan empeorar los pecadores” (I De civ. Dei).
Y así, a veces, es mejor esperar a que pase el tiempo para que la ira o el enojo se atemperen.
O cuando, a veces, conviene que quien haga la corrección sea otra persona y no uno mismo (porque a veces tomamos mejor las correcciones que algunos nos hacen pero tomamos peor las que nos hacen otros…).
¿Y quién puede corregir? ¿sólo los “espirituales”, como los llama San Pablo, es decir, los virtuosos?
Pues hay dos tipos de corrección:
a) Una, que procede de la caridad y cuyo objetivo principal es la corrección del delincuente con sencilla amonestación y esta le corresponde a cualquiera: sea súbdito, igual o superior.
b) Y otra que es acto de justicia, en el que está implicado el bien común, que no sólo corrige sino que castiga al culpable, y esto le corresponde a los que tienen un cargo, en la Iglesia, en la Patria o en la familia. Por ejemplo: el Papa debe castigar a los herejes públicos para evitar que la confusión en la Fe se mantenga.
2. ¿Y se puede corregir a los superiores?
San Agustín en su Regla dice corre mayor riesgo quien más alto puesto ocupa. Y es verdad.
Un obispo, un sacerdote o un Papa, tendrán un juicio más duro por el cargo que Dios les ha dado; por eso, si corresponde, también deben ser corregidos con mansedumbre y respeto.
En la corrección del súbdito hacia su superior debe guardarse la debida moderación, o sea, no debe hacerlo ni con maldad ni con dureza, sino con mansedumbre y respeto. Por eso dice San Pablo en la primera carta a Timoteo “No increparás al anciano, sino exhórtale como a un padre” (1 Tim 5,1).
¿Y se lo podrá hacer en público? Pues en principio, si el error fue privado, la corrección deberá ser en privado pero si fue pública, salvo que él mismo corrija su error antes, es necesario hacerla en público.
Es lo que sucedió en el famoso incidente de Antioquía (Gál 2,11) cuando San Pablo le reprochó cara a cara y en público a San Pedro su doblez de corazón al mostrarse de una manera con los cristianos venidos del judaísmo y de otra con los venidos del paganismo.
“Pero acaso -dirá alguno- ¿podré yo corregir que también soy un pecador?¿acaso no se me dirá aquello que dijo Cristo de “quítate la viga de tu ojo para que puedas ver la paja en el ojo ajeno”?.
Pues no es estrictamente necesario, pero sí que es muy conveniente; no es necesario que el médico oncólogo tenga cáncer para curar al paciente, pero en el ámbito moral, nuestras acciones y nuestros hábitos sí que nos dan más autoridad al momento de corregir, pues, como dice el refrán, “nadie da lo que no tiene” o el antiguo adagio latino: “medice, cura te ipsum”.
Por eso dice San Agustín en el libro De Serm. Dom.: “Acusar los vicios es oficio de varones buenos… Por ello, cuando la necesidad nos obliga a reprender a alguno, preguntémonos si nosotros no hemos cometido la misma falta, y tengamos en cuenta que somos hombres y la hemos podido cometer. O quizás la tuvimos y ya no la tenemos, y entonces acordémonos de nuestra común fragilidad, para que a la corrección preceda no el odio, sino la misericordia. Y si tenemos conciencia de vernos sumergidos en el mismo vicio, no se lo echemos en cara, sino lloremos con él, y mutuamente invitémonos al arrepentimiento…
Por último: ¿Cuándo ya no conviene corregir a un hermano? Pues cuando tenemos la certeza moral de que, corregido, no se enmendará, sino que simplemente nos encontraremos con una obstinación más grande. Aquí se aplica aquello del Evangelio de no tirar perlas a los cerdos.
Por eso: “¡Ay de nosotros si nunca nos corrigen!”. Porque santos aún no somos y, si no lo hacen, es porque ya hemos pasado a ser “incorregibles”.
* * *
Pidamos en esta Santa Misa que el don de la prudencia vaya siempre acompañado de la virtud de la caridad y la humildad, para poder hacer y, sobre todo, recibir las correcciones que el prójimo nos haga en vistas a nuestro bien espiritual.
P. Javier Olivera Ravasi, SE
San Francisco, 21 de Septiembre de 2025
[1] S. Th., II-IIae, q. 33.
4 comentarios
Me da la impresión de que su madre también sabía esto y no volvió más.
Es como incomodarse por las misas modernas mal celebradas, el cura no va a cambiar, es un problema profundo que probablemente nazca de su malformación en el seminario.
Usted insiste en incluso elevar la debida queja al obispo e insistir. El feligres no va a arreglar nada, esto es un problema capital de modernismo en la Iglesia que solo tiene arreglo desde la cúspide, como desde la cúspide se permitió el desastre.
La inmensa mayoria de los fieles no se enteran, no va con ellos. Los que buscan la verdad, haran como su madre, cambiarán de parroquia... y así seguriremos espectadores de la apostasía con la misa moderna.
2. La corrección fraterna puede ser pública o privada como ha explicado el Padre Javier, y también a quien afecta.
3. La corrección fraterna puede ser con dulzura y/o con santa ira, siempre es obra en la Caridad, y también con humildad y prudencia.
4. El Evangelio nos enseña muchas correcciones fraternas del Señor Jesús a Sus Apóstoles, a los fariseos, saduceos y maestros de la ley, y a Su rebaño.
5. La corrección fraterna más extrema es denominar a quien quiere asesinar a Cristo como serpientes, sepulcros blanqueados, hijos del padre de la mentira que hacen su obra de perder almas desde Su Iglesia; hacer un látigo de cuerdas para expulsar a los que comercian y trafican con la Religión en el Templo de Dios; y expulsar al que llamándose hermano actúa como lo que era antes de su bautismo.
6. Hemos olvidado con el CV II la excomunión como medida de corrección fraterna. Y esto ha devenido como consecuencia de la baja hombría del Sacerdocio. Se ha afeminado al padre párroco y al padre de familia, que ya no es cabeza: el que más tiene que corregir por ser motor de generación. Por lo eclesial el CV II y por lo civil el divorcio, aborto, ideología género, wokismo, etc.
7. Y hemos aceptado el Ecumenismo sin la corrección fraterna, pues con el hereje nada hay que hablar excepto de su conversión por el daño de muerte eterna que produce su herejía. Si hubiese verdadera Caridad el Papa Francisco sería excomulgado por hereje: canonizar santos que no lo fueron, la pastoral de boca de dragón: "dos personas que se aman (del mismo sexo)", pachamama, jubileo LGTB, contra la familia, la doctrina y moral católica: Amoris Laetitia, Fiducia Supplicans, ... Fíjense San Ignacio de Loyola la corrección fraterna que hace ante el hereje católico: "los pastores, católicos ciertamente en la fe, con su mucha ignorancia y mal ejemplo de públicos pecados que pervierten al pueblo de Dios, más vale estar la grey sin pastor que tener por pastor a un lobo. Pues, deberían ser muy rigurosamente castigados y privados de su renta por su Obispo o, al menos, separado de la cura de almas, porque la mala vida e ignorancia de éstos metió a Alemania en la peste de las herejías." Sigue San Ignacio de Loyola, por el mal que acarrea la aceptación y adaptación del espíritu protestante dentro de la Iglesia Católica: "ojalá quedase asentado y fuese a todos manifiesto que en siendo uno convencido o cayendo en grave sospecha de herejía no ha de ser agraciado con honores o riquezas, sino antes derrocado de estos bienes. Y si se hiciesen algunos escarmientos castigando a algunos con pena de la vida o con pérdidas de bienes y destierro de modo que se viese que el negocio de la religión se tomaba de veras, sería tanto más eficaz este remedio. (…) Sería bien se publicasen en todas partes que los que dentro de 1 mes desde el día de la publicación de ser herejes, se arrepintiesen, alcanzarían benigno perdón en ambos foros y, pasado este tiempo, los que fueren convencidos de herejía serían infames e inhábiles para todos los honores. Y aún pareciendo ser posible tal vez fuese prudente consejo penarlos con destierro, con cárcel y hasta alguna vez con la muerte. Pero, del último suplicio y del establecimiento de la Inquisición no hablo, porque parece ser más de lo que puede sufrir el estado presente de Alemania." La herejía es necesaria como nos dice San Pablo, para advertir del peligro para el alma que encierra, corregir al hereje sin respeto alguno a su error, pues no tiene ni derecho ni libertad de propagar el error para perdición de las almas dentro de la Iglesia. La cuestión y problema fundamental hoy día, tras el Concilio Ecuménico Vaticano II, es que nadie pone el cascabel al gato, o se tarda demasiado en identificar y afrontar la herejía y corregir y amonestar al hereje. Un mes decía San Ignacio, pero la revolución del espíritu del Concilio ha multiplicado a los herejes, que campan a sus anchas y propagan sus herejías para perdición de las ovejas, las cuales están recibiendo gato por liebre en la pastoral de los lobos vestidos con piel de cordero.
2. Pues, el obispo de Urgell está a punto de aprobar una ley abortista para Andorra con el aval del Vaticano.
3. El Papa León XIV va camino de superar a Bergoglio.
4. ¿Hallará Fe cuando regrese?
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(cfr. evangelio de la Dominica XV post Pentecostem, en la Misa según el misal de 1962)






