Poner la otra mejilla no es permitir una nalgada
En el Evangelio de hoy (Mt 5,38-42) el Señor nos dice: “no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra”, frase conocida y hasta repetida por los ateos hacia los católicos para decirnos que nunca y en ninguna circunstancia debemos defendernos.
Y esto es “irenismo” o “estupidismo”.
La enseñanza del Señor es clara y así lo ha marcado siempre la sana teología: se trata de recibir las humillaciones personales y aprovecharlas para crecer en la humildad, cosa que nada tiene que ver con el pacifismo o la inacción de un cristiano.
- El mismo Jesús, el que acaba de decir esto, alabó al centurión romano, un militar y hasta mandó a armarse en ciertas circunstancias: “el que tenga bolsa que la tome y lo mismo alforja, y el que no tenga que venda su manto y compre una espada” (Lc 22,36).
- Quien mandó a poner la otra mejilla, al ser abofeteado frente al Sumo Sacerdote, no sólo no colocó la otra, sino que confutó al esbirro diciéndole: “si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?” (Jn 18,23); ¿y por qué? Porque veía que su silencio podía causar escándalo.
- Asimismo, al menos en dos oportunidades, usó de la una violencia justa para echar a los mercaderes del Templo (Mt 21,13 y Jn 2,15).
Porque… ¿qué haríamos en otros casos?
Si una joven va acompañada por su novio y, al pasar junto a un grupo de degenerados, uno le da una nalgada en su costado derecho… ¿Qué debería decir el novio: “Amor mío: pasemos de nuevo que falta el izquierdo”?
No señor; más vale perder un par de dientes y no el honor debido de una mujer.
Porque uno puede aguantar una ofensa personal siempre y cuando sea necesario, pero ante la afrenta o el ataque a un tercero inocente, a la familia, a la Patria o a Dios, no hay mejilla que valga porque ya no es la nuestra.
Este es el mismo principio que se utiliza para la legítima defensa o la guerra justa (Catecismo, nro 2263-2317 y sgtes.).
Amen, pero amen católicamente.
Amén.
P. Javier Olivera Ravasi, SE
7 comentarios
En el caso que nos ocupa, hace bien el titular del blog en traer a colación los "actos" concretos que ayudan a poner en su sitio las dudas. El Maestro nunca se "amilanó" ante nada ni ante nadie, ni siquiera en los peores momentos. Ahora bien, ¿con qué armas?.
De hecho el derecho a la defensa propia para mi es irrenunciable.
Agradeciendo, una vez mas al Padre Javier Olivera Ravasi ,
sus valiosos aportes tan aclaratorios que hacemos circular a través de las Listas del Instituto Nuestra Señora de las Américas
enrique Cheli Pedraza
educador
Laico, servidor de la comunión
Argentina
No significa literalmente poner la otra mejilla evidentemente, sino que el gesto debe ser precisamente evidenciar el mal mediante la no resistencia, cuanto más imitemos a Cristo, más facilidad tendremos para que el que hace el mal vea nuestro bien y termine dando marcha atrás.
El que se busque excusas de "claro, pero si ocurre esto puedo blandir la espada", que nunca olvide lo que le dijo Jesús a Pedro cuando cortó la oreja al criado. El arma debe utilizarse como medio de disuasión, pero jamás de ataque bajo la doctrina de nuestro Maestro.
Y que Jesús emplease la violencia en el Templo no indica que nosotros podamos vengarnos, pues solamente de Dios es la venganza.
¿Qué a un tercero le dan un "nalgada"?, existe en primer lugar una gran "espada" la palabra, podemos con firmeza defender a esa persona, pero no llegar a la violencia gratuita, si la conducta es reiterada o peligrosa, hemos de avisar a las autoridades.
Es para mucho más que el crecimiento personal en humilidad, es en primer lugar para la coredención del mundo, el sufrimiento de poner la otra mejilla es muy "heavy"
1. El precepto evangélico de "si alguien te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la otra" hay que enmarcarlo dentro del contexto de la misión principal evangelizadora de la Iglesia: la salvación de las almas.
2. Cuando el interés de tu corazón de piedra está en la idolatría de lo creado, pierdes la paciencia fácilmente, tu corazón está inquieto, y si recibes un golpe en la mejilla, primero es en la cara izquierda, porque caminas en la mentira con soberbia, transitas el camino fácil y cruzas la puerta ancha, de la venganza, de devolver mal por mal.
3. Así actúa el hombre viejo: ojo por ojo y diente por diente en la ciudad del mundo. Pues, el corazón perverso y desviado tiene puesta su felicidad en las cosas humanas, con atención a la criatura, el dinero y el esplendor de lo creado, y no a la ruina de su alma. Miseria y culpa moral que construye suntuosos teatros y mina los cimientos de las virtudes.
4. El clérigo, monje y laico es apóstol misionero llevando, sin ser del mundo = reino de Satanás, en medio del mundo, el Reino de Dios al corazón del prójimo, amigo o enemigo, la Buena Noticia con luz y sal a su paso temporal por la tierra.
5. Con paciencia y mansedumbre, con hambre y sed de justicia, con pobreza de espíritu, caminando en humildad en la Verdad.
6. Por eso, cuando el hombre nuevo evangelice, soportará la humillación, la injuria, la burla, el ridículo, el desprecio, la persecución, el golpe en la mejilla derecha -prohibiendo el golpe en la izquierda si ha evangelizado bien-, porque en su corazón reina la Paz, advierte de la miseria y culpa moral a quien se atreve a golpear en el mejilla izquierda, porque tiene la Fuerza de la Caridad y la virtud de la devoción por la Verdad.
7. Este mandamiento de paciencia se ha de retener en la disposición del corazón circuncidado, para que de esta benevolencia se cumpla siempre la voluntad de no devolver mal por mal. Pues, el Enemigo pone en el camino de la vida de la Gracia el obstáculo de romper la paciencia del alma para que se pierda y evangelice mal. Que nuestro ejemplo de vida cristiana sea un Evangelio abierto al prójimo, aunque sirva al Enemigo. Pues, el mismo Señor Jesús, ejemplo singular de paciencia, al ser golpeado en el rostro, respondió: Si he hablado mal, repréndeme por el mal; y si bien, ¿por qué me hieres? Parece que el Verbo se contradice con el Sermón de la Montaña, pues no cumple Su propio precepto. No Ofrece la otra mejilla al que le golpeaba, sino que más bien se lo Prohíbe para que no aumentase la injuria. Y, sin embargo, venía dispuesto no sólo a dejarse golpear, sino también a dejarse crucificar y matar por aquellos que le hacían padecer, pues por ellos dijo pendiente de la cruz: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Si alguien te quita lo mejor que tienes, ofrécele también lo peor, no sea que, preocupándote de la venganza más bien que de la paciencia, desprecies lo eterno por lo temporal, cuando se ha de desdeñar lo temporal por lo eterno. Tal fue siempre la intención de los santos mártires, porque sólo se espera la venganza justa y última cuando ya no queda lugar de corrección, a saber, en el supremo Juicio Final. Por tanto, el hombre justo y piadoso debe estar preparado para tolerar con paciencia la malicia de aquellos a los que quiere convertir en buenos, para que el número de éstos crezca, antes que unirse él con igual malicia al número de los malos.
"¿Debe el hombre sufrir los ultrajes que le sean inferidos?
Objeciones por las que parece que nadie debe sufrir los ultrajes que le sean inferidos:
1. El que soporta la contumelia que se le infiere propicia la audacia del que le ultraja. Mas esto no debe hacerse. Luego el hombre no debe soportar la contumelia que le es inferida, sino más bien responder al que le afrenta.
2. El hombre debe amarse más a sí mismo que a los demás. Ahora bien: nadie debe tolerar que se ultraje a un prójimo, según consigna Prov 26,10: Quien al necio impone silencio, aplaca la ira. Luego tampoco debe nadie sufrir los ultrajes que le sean inferidos.
3. A nadie es lícito vengarse por sí mismo, según aquello de Hebr 10,30: ¡A mí la venganza!, yo retribuiré. Pero una persona se venga si no repele los ultrajes, según aquella expresión del Crisóstomo: Si quieres vengarte, guarda silencio, y habrás infligido un terrible golpe a tu enemigo. Luego no debe nadie soportar las palabras ultrajantes callando, sino más bien contestando.
Contra esto: está Sal 37,13-14, que dice: Los que me buscaban males, proferían falsedades; y después añade: Mas yo, como si fuera sordo, no oía, y era como mudo que no abre su boca.
Respondo: Así como la paciencia nos es necesaria en los actos que contra nosotros se hacen, así también lo es en las palabras que contra nosotros se profieren. Ahora bien: el precepto de la paciencia en aquellas cosas que se realizan contra nosotros debe ser referido a la disposición habitual del alma, que hemos de conservar, según expone Agustín, en el libro De serm. Dom. in monte, aquel precepto del Señor (Mt 5,39): Si alguien te golpeare una mejilla, muéstrale la otra. Es decir, que el hombre debe estar dispuesto a obrar así si fuese necesario, pero no siempre está de hecho obligado a proceder de tal manera, puesto que ni el mismo Señor lo hizo, sino que, después de haber recibido una bofetada, preguntó: ¿Por qué me hieres?, como recoge Jn 18,23. Todo esto es también aplicable a las palabras afrentosas que contra nosotros se profieran. Estamos, en efecto, obligados a tener el ánimo dispuesto a tolerar las afrentas si ello fuere conveniente. Mas algunas veces conviene que rechacemos el ultraje recibido, principalmente por dos motivos. En primer lugar, por el bien del que nos infiere la afrenta, a fin de reprimir su audacia e impedir que repita tales cosas en el futuro, según aquel texto de Prov 26,5: Responde al necio según su necedad, para que no se crea un sabio. En segundo lugar, por el bien de muchas otras personas, cuyo progreso espiritual pudiera ser impedido precisamente por los ultrajes que nos hayan sido inferidos; y así dice Gregorio, en la homilía 9 del Super Ezech., que aquellos cuya vida ha de servir de ejemplo a los demás, deben, si les es posible, hacer callar a sus detractores, a fin de que no dejen de escuchar su predicación los que podrían oírla y no desprecien la vida virtuosa permaneciendo en sus depravadas costumbres.
A las objeciones:
1. La audacia del hombre que insulta con ultrajes debe reprimirse con moderación, esto es, por deber de caridad y no para satisfacción del propio honor, por lo que advierte Prov 26,4: No respondas al necio según su necedad, a fin de que no te hagas semejante a él.
2. En reprimir los ultrajes dirigidos contra el prójimo hay menos peligro de buscar la satisfacción del propio honor que cuando se rechazan las afrentas inferidas a uno mismo, y más bien parece que aquello proviene del sentimiento de caridad.
3. Si alguien calla con el fin de provocar con su silencio la ira del que le afrenta, incurre en una venganza; pero, si una persona calla queriendo dejar que pase la ira (Rom 12,19), realiza un acto laudable, y así se consigna en Eclo 8,4: No tengas litigio con hombre deslenguado y no eches leña en su fuego".
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