Cuando el México revolucionario cazaba a los indios

Grupo de apaches fotografiados por Edward S. Curtis (1868-1952) en 1903. Los llamados apaches broncos se rebelarían contra un destino de sometimiento en las reservas estadounidenses, lugares insalubres en los que vivían hacinados bajo la tutela agentes tan corruptos como ineficientes, la constante fricción entre las autoridades civiles y las militares, los inútiles intentos por sedentarizar a los indios y la progresiva usurpación por granjeros y mineros blancos. No es de extrañar que muchos decidieran abandonarlas para tratar de recuperar sus modos de vida tradicionales, aunque les costara la muerte. Fuente: Library of Congress.


Mientras Diego Rivera pintaba los impresionantes murales llamados Epopeya del pueblo mexicano (1929-1935), en los que se mostraba la conquista de México por los españoles y se ensalzaba el pasado indígena, el mismo régimen que financiaba su obra daba fin a la última y cruel fase de la Guerra del Yaqui (1876-1929)

, en la que docenas de miles de indios yaquis, pimas, mayos y ópatas fueron asesinados o deportados como trabajadores forzados al Yucatán, y ello a la par que consentía y alentaba el exterminio de los últimos apaches libres de América. La historia de estos últimos y del implacable acoso al que fueron sometidos por mexicanos y estadounidenses, contra los que mantuvieron una guerra a muerte, merece ser contada y recordada.


En septiembre de 1886 los jefes Gerónimo y Naiche se entregaban con sus escasos seguidores al general Nelson Miles del Ejército de los Estados Unidos y con ello se ponía fin oficial a las llamadas Guerras Apaches. Pero en lo más agreste de Sierra Madre, en las llamadas montañas Jaguar y en las demás serranías igualmente quebradas e inaccesibles que se alzan en los límites entre Sonora y Chihuahua, quedaron pequeños grupos de apaches que, refugiados en los bosques de coníferas, siguieron llevando una vida independiente y libre. Eran llamados apaches broncos, esto es, “sin domar”, y hasta sus hermanos de las reservas norteamericanas –chiricauas, tontos, mescaleros, jicarillas, aravaipas, lipanes, etc.– los temían. Pues los apaches broncos no se habían aculturado como ellos y seguían usando el arco y vistiéndose con pieles de venado. Cazaban ciervos y cultivaban pequeños huertos de maíz y calabazas. Puede que algunos de ellos fueran apaches lipanes y que otros tuvieran parientes entre los mescaleros y los chiricauas, pero a fines del siglo XIX los broncos constituían por sí mismos un subgrupo apache cuya principal seña de identidad era su feroz determinación a seguir viviendo libres, así como su refractaria tozudez a la aculturación. En efecto, a fines del siglo XIX y durante el primer tercio del XX, los broncos siguieron siendo guerreros temibles y, cuando los inviernos eran duros y la nieve los obligaba a bajar de las alturas en donde habían tenido que refugiarse, asaltaban ranchos, granjas y pequeños poblados. El mundo había cambiado, pero ellos no.

Para esas pequeñas bandas de apaches broncos, los mexicanos o los estadounidenses no eran ciudadanos de países poderosos, sino vecinos molestos que les habían usurpado sus mejores tierras de caza y cultivo. Los apaches, divididos en diminutas bandas, no podían entender que los mexicanos de tal rancho o tal poblado formaran parte de la misma “banda” que los que habitaban a cien kilómetros del lugar. Por eso, podían llegar a convivir con algunos de sus vecinos, pero a la par hacer la guerra contra otros, sin tener conciencia alguna de que atacar a unos era desatar un conflicto contra todos ellos.

Además, los apaches broncos no olvidaban. No olvidaban años, décadas de acoso y exterminio. El Gobierno mexicano venía pagando una prima por cabellera de indio bravo, hombre, mujer o niño, desde que se convirtió en un país independiente en 1821. Atraídos por esas recompensas, muchos ganaderos, pistoleros y hasta mercenarios, mexicanos y estadounidenses por igual, se habían dedicado durante todo el siglo XIX a una brutal y despiadada cacería humana fruto de la cual fue que hacia 1887 poco más de trescientos apaches siguieran viviendo en la Sierra Madre mexicana.

Hay que reconocer que su integración era difícil. Los apaches, desde los días en que se vieron desplazados de las Grandes Llanuras por la presión de los comanches, habían constituído un pueblo belicoso y duro que veía a menudo a sus vecinos como una fuente de recursos. Todavía en la década de 1920, el “Indio Juan”, uno de los últimos jefes de los apaches broncos, gritaba a los desgraciados vaqueros y campesinos mexicanos a los que dejaba con vida tras robarles: “No os mato para que podáis seguir criando ganado para mí.” Evidentemente, este rasgo depredatorio de la cultura apache atraía el odio y el encono de la población mexicana y estadounidense que sufría las incursiones de los broncos y justificaba ante la opinión pública de la época que se les tratara de exterminar a toda costa.

Como fieras

Como fieras. Así fueron tratados los apaches broncos y, justo es decirlo, así trataron a sus enemigos mexicanos y estadounidenses. A través de las noticias que los periódicos de Estados Unidos y México recogieron podemos ir esbozando su historia desde 1887 hasta su completo exterminio hacia 1940. Es una historia sangrienta y amarga.

Los apaches broncos, recluidos en sus boscosas y casi desconocidas montañas, evitaban en lo posible el contacto con los mexicanos. De tanto en cuanto, sin embargo, una partida de guerra, espoleada por el hambre o por el deseo de venganza, bajaba de sus refugios serranos y realizaba larguísimas expediciones que a veces los llevaban hasta Texas, Nuevo México y Arizona, aunque por lo general solían limitarse a los territorios de los estados mexicanos de Chihuahua y Sonora. A menudo, el único indicio, la única evidencia de que tal o cual minero, trampero, viajero, ranchero o campesino había sido asesinado por ellos o de que el ganado de tal o cual rancho lo habían robado los apaches broncos, eran las singulares y extrañas huellas que dejaban sus caballos calzados con botines de piel de venado.

La mayoría de estos apaches usaban rifles, pero también llevaban arcos y flechas. Por ejemplo, en 1892, un grupo de vaqueros norteamericanos que había sufrido el robo de ganado por parte de una partida de apaches broncos, persiguió y dio muerte a uno de ellos y comprobó que iba armado con un “excelente arco” y con una aljaba que contenía cuarenta flechas.

Desde 1889 los apaches broncos pasaron a formar parte de una suerte de “psicosis colectiva y nostálgica.”  Sus ataques eran puntuales y espaciados: un goteo diminuto de violencia en un área gigantesca que entre Estados Unidos y México sumaba más de un millón de kilómetros cuadrados y que se podría haber “disuelto” entre los innumerables actos de violencia que los propios ciudadanos mexicanos y estadounidenses de la época cometían, sino fuera por el exotismo, la fascinación y el encono que los apaches atraían sobre sí desde hacía generaciones. En efecto, entre 1889 y 1935, los apaches broncos mataron a unas trescientas personas en el área antes indicada, pero durante esos mismos años y en la misma región, Arizona, Nuevo México, oeste de Texas, Sonora y Chihuahua, las muertes violentas causadas por ciudadanos estadounidenses y mexicanos pueden contarse por millares. Pero, sin embargo, cada ataque apache, y la mayoría no pasaban de robos puntuales de ganado o causaban una o dos víctimas mortales, atraía la histérica atención de los periódicos y de los gobiernos locales y regionales, mientras que los asesinatos e incluso matanzas perpetradas por ciudadanos mexicanos o estadounidenses no merecían semejante cobertura.

Así, el 2 de mayo de 1889 se reportaba que los broncos habían atacado una explotación minera cerca de Dee Creek, Arizona, capturando a un hombre al que habían herido y al que habían dado muerte torturándolo salvajemente mediante el horrible método de asarlo vivo sobre una estufa. Mientras que los días 30 y 31 de mayo de 1890 el diario Ephita de Tombstone, Arizona, publicaba la noticia de que diez apaches habían atacado a un grupo de agrimensores y que la misma partida de guerra, dos días más tarde, asaltó una caravana en la que dieron muerte a un hombre e hirieron a otro, completando su incursión en Arizona con el ataque lanzado el 24 de mayo, en los montes Chiricaua, sobre un reputado abogado local y su cuñado, dando muerte al primero y persiguiendo sin éxito al segundo. El Ephita de Tombstone aprovechó para clamar contra los apaches y denunciar la supuesta pasividad del Ejército estadounidense.

¿Pero qué podía hacerse? Ese mismo año, 1890, los apaches broncos realizaron más incursiones en Arizona y durante toda la década de 1890 atacaron establecimientos en todo el norte de México. Esta belicosidad apache se explica porque su territorio estaba siendo más y más limitado por los rancheros y granjeros euroamericanos. Por ejemplo, muchos colonos mormones se estaban mudando al norte de México y se establecían en las proximidades de los últimos asentamientos de los apaches libres. Estos se veían más y más empujados hacia las cumbres de las montañas más inaccesibles y sus recursos en caza y tierras fértiles disminuían obligándoles a depender más y más de las periódicas y ahora cada vez más frecuentes incursiones de saqueo.

Por otro lado, los apaches eran guerreros despiadados: en septiembre de 1892, una partida de guerra de ocho broncos cayó sobre un rancho mormón, Cliff Ranch, a unos 50 km al oeste de Colonia Juárez, dando muerte a un hombre y a su anciana madre y robando el ganado y cuantos enseres domésticos lograron cargar.

Un factor a tener también en cuenta es que los apaches broncos se veían a menudo reforzados por la llegada de apaches fugados de las reservas norteamericanas, algunos de ellos tan célebres como Massai o como el conocido “Apache Kid”. Estos “refugiados” solían guardar un fuerte rencor contra los blancos y un considerable desprecio contra los apaches que preferían seguir malviviendo en las reservas. De hecho, en cierta manera eran la prueba viviente para los broncos de cuál era el destino que podían esperar si cesaban en su guerra contra los euroamericanos. Quizá por todo ello, la hostilidad de los broncos y de los apaches norteamericanos que se les sumaron en la década de 1890 se dirigía también contra los apaches de las reservas de Arizona y Nuevo México, a los que hostigaban con frecuencia y que aprendieron a temerlos.

Apache Kid

Apache Kid (Haskay-bay-nay-ntayl) posa desafiante en el centro de esta fotografía tomada en la década de 1880, escoltado por Massai a su izquierda y un apache llamado Rowdy a su derecha. En su más tierna infancia, Haskay-bay-nay-ntayl (c. 1860-1894/1930) había sido capturado por los indios yuma, y posteriormente liberado por soldados estadounidenses. Al Sieber, jefe de exploradores del Ejército, acogió bajo su protección al por entonces adolescente, que unos años después se alistó como explorador indio, alcanzando el rango de sargento. Un desgraciado incidente truncaría su carrera y le empujaría a una vida de forajido que alternaría con periodos en prisión. Tras su última fuga, en 1899, Apache Kid se esfumó. Es en ese momento cuando su historia se trenza con la leyenda, y con el paso del tiempo sus supuestas fechorías se entretejen con las historias de los varios pistoleros que aseguraron haberle dado muerte y de los testimonios de los que juraban haberlo visto aún con vida. Fuente: Wikimedia Commons.

Para 1896 los ataques de los apaches broncos de México habían causado tanto temor y revuelo que el 6 de junio de ese año los gobiernos de México y Estados Unidos firmaron un acuerdo que permitía a los ejércitos de ambos estados cruzar la frontera para perseguir a las partidas de guerra apaches.

En aquel momento y muy particularmente, destacaban los ataques encabezados por “Apache Kid”, un antiguo explorador del Ejército estadounidense que había terminado por huir a México y que ahora encabezaba una banda mixta de apaches broncos de las montañas mexicanas y de refugiados aravaipas, chiricauas y mescaleros de Arizona y Nuevo México. Hartos de sus ataques, Estados Unidos y México destacaron fuerzas contra la banda de “Apache Kid” y contra otras partidas de broncos. Concretamente fueron enviados contra ellos un pelotón de Rurales mexicanos, y por parte de Estados Unidos, dos compañías del famoso 7.º de Caballería, su última misión contra los indios, apoyadas por un destacamento de exploradores apaches. En total unos trescientos hombres que, sin embargo, no lograron ni atrapar ni dar muerte a “Apache Kid” ni a su banda de salteadores.

Pero al cabo, siempre en guerra, siempre perseguido, “Apache Kid” fue abatido en Nuevo México, en el cañón de San Juan, en 1907, por un grupo de furiosos ganaderos estadounidenses que habían organizado una “partida de caza” contra los apaches. Su muerte era la demostración de que, por duros y rebeldes que fueran los apaches broncos, antes o después, serían aniquilados.

Pero mientras tanto, como si el siglo XX no pudiera con ellos, los broncos se aferraban a sus refugios montañeses y combatían con fiereza a cuantos se acercaban a ellos. Su historia, una historia olvidada, parece fuera del tiempo e imposible de estar sucediendo en el México y en los Estados Unidos de los felices años veinte y de la Gran Depresión de los años treinta. Si en aquellos años hubo unas verdaderas “uvas de la ira”, sin duda las cosecharon los broncos.

Cazadores de apaches

Lenta, pero inexorablemente, las hasta ese momento inaccesibles montañas de los últimos apaches libres se vieron violadas por exploradores, tramperos, mineros, ganaderos y granjeros en busca de riquezas, una vida mejor o, simplemente, aventuras y emociones fuertes. Los apaches broncos llegarían a ser objeto de lo que hoy llamaríamos “turismo de riesgo” y eso, si cabe, hace todavía más patético y terrible su final.

Así, por ejemplo, en 1929, H. White, un explorador y buscador de oro estadounidense guió a una partida de vaqueros hasta el corazón de las montañas Jaguar, el último santuario de los apaches broncos y asaltó su campamento principal. Los sorprendidos apaches se retiraron a los bosques circundantes y vigilaron a sus atacantes. White contó unas cuarenta y cinco chozas junto a un fuerte de adobe y tras recoger algunos objetos del abandonado poblado, se retiró ante el temor de que los apaches los cercaran. Según su informe, ampliamente replicado, los apaches broncos contaban aún con unos sesenta y cinco guerreros. De ser así, el grupo contaba con entre ciento ochenta y doscientos miembros.

La expedición de White tenía como principal objetivo proporcionar a sus participantes la emoción y la celebridad de los “auténticos combatientes de indios”. No era barato conseguir formar parte de una partida que se adentrara en las montañas de la Sierra Madre Occidental en busca de los últimos apaches libres. Pero la expedición de White también era en cierta medida una respuesta a las incursiones apaches en territorio mexicano y estadounidense  llevadas a cabo incesantemente por los broncos durante la década de 1920. En efecto, tras una década, la de 1910, en la que se reportaron pocas incursiones apaches, en la de 1920 estas se multiplicaron.

mapa últimos apaches broncos México Sonora Arizona

Reservas y contexto geográfico del norte de México y sur de Estados Unidos donde moraron los últimos apaches broncos. Pincha en la imagen para ampliar. © Desperta Ferro Ediciones

Durante sus últimos años, los apaches broncos seguían divididos en varias bandas, aunque dos de ellas, las encabezadas por el llamado “Apache Blanco”, un misterioso renegado anglonorteamericano, y la del “Indio Juan” se hicieron especialmente célebres por sus violentas correrías en Sonora, Arizona y Nuevo México.  Así, por ejemplo, en 1924 la partida del “Apache Blanco”, formada por tan solo seis guerreros, cruzó la frontera y robó ganado en un rancho de Nuevo México, dando muerte, además, en otro rancho, a un vaquero. Los apaches broncos fueron perseguidos hasta las montañas mexicanas por un grupo de vaqueros norteamericanos que no lograron atraparlos.

Sus últimos refugios, los de las montañas Jaguar, se veían cada vez más estrechados por el crecimiento de la colonización del área. Las comarcas de Bavispe y Nácori Chico, en los límites de Sonora con Chihuahua, fueron a menudo el escenario de sus últimas correrías en las que destacó por su crueldad el “Indio Juan”.

Estas incursiones apaches causaron varias docenas de víctimas durante la década y culminaron en 1930 cuando un grupo de apaches, que según se decía iban encabezados por un nieto de Gerónimo, atacó cerca de Nácori Chico a un grupo de vaqueros y mató a tres de ellos.

Ataques como el arriba mencionado provocaban las correspondientes expediciones de represalia mexicanas. A veces esas expediciones eran oficiales y otras las encabezaban particulares. Una de estas últimas fue la que capitaneó un ranchero de los alrededores de Douglas, Arizona, Francisco Fimbres, quien hacia 1925 se adentró en la sierra con dos de sus vaqueros con los que sorprendió a un poblado apache dando muerte a algunos broncos, recuperando parte del ganado robado y capturando a una niña que resultó ser una bisnieta de Gerónimo y que fue adoptada por la familia de Fimbres, que la bautizó como Lupe.

Pero la frontera había sido siempre tierra de venganza y lo siguió siendo hasta el último de sus días. En octubre de 1927, una partida de guerra apache bajó de las montañas, cruzó la frontera y cayó sobre el rancho de Francisco Fimbres degollando a su mujer, dando muerte a uno de los hijos mayores del matrimonio y llevándose como cautivo al menor. Ojo por ojo.

El ataque al rancho de Fimbres fue para los apaches broncos el comienzo de su fin. Francisco Fimbres resultó ser un hombre consumido por el deseo de la venganza y a ella dedicó su vida y su dinero. Contrató pistoleros estadounidenses y alistó a sus vaqueros y con este “ejército privado” batía incansablemente las montañas en busca de la banda apache que había raptado a su pequeño y matado a su mujer y al mayor de sus hijos.

No solo apaches, Fimbres también acosaba a los escasos yaquis que aún no habían sido exterminados o deportados por el Gobierno mexicano. Así, el 12 de febrero de 1931, desde Ciudad de México se reportaba la siguiente noticia publicada en el Arizona Daily Star de Tucson, con el siguiente titular en grandes letras: “FIMBRES TIENE ÉXITO EN CAMPAÑA YAQUI.“ y que decía así:

«Despachos de Guaymas informaron hoy de que Francisco Fimbres había entrado a caballo en el pueblo con tres cabelleras de indios Yaquis como evidencia del éxito de su larga campaña de venganza contra los indios que mataron a su mujer y a su hijo hace tres años. Fimbres dijo que él había seguido la pista de la banda hasta las montañas y había matado a tres de los guerreros. Ha sido su segunda expedición de venganza y ha durado varios meses. Dijo que pensaba que los indios aún mantenían cautivo a su otro hijo.»

Guaymas, Sonora, está a unos 600 km al sur de Douglas y a más de 400 km de los refugios de los apaches broncos. Fimbres conocía bien el territorio y debía de saber sin lugar a dudas que no hallaría apaches broncos en Guaymas, sino yaquis, y sabía lo suficiente de indios como para tener plena conciencia de que los yaquis no habían tenido nada que ver con el asesinato de su esposa e hijo mayor, ni con el secuestro de su pequeño. Aun así, nadie pidió explicaciones a Francisco Fimbres por el asesinato de los inocentes y desgraciados yaquis. La venganza de Fimbres era indiscriminada: simplemente, odiaba a todos los indios y los perseguía y mataba allí donde podía hallarlos y la gente, tanto los estadounidenses de Arizona como los mexicanos de Sonora, aplaudían y admiraban sus “cacerías” y su determinación por vengarse.

Francisco Fimbres atrae nuestra piedad por su desgraciada historia y al mismo tiempo, su implacable venganza nos asombra por su crueldad. Los yaquis, por ejemplo, no poseían una cultura depredatoria como los apaches. No lanzaban incursiones de saqueo contra sus vecinos si no eran atacados y su único crimen era el de haber constituido, junto a otros grupos como los mayos o los ópatas, pacíficas y prósperas comunidades que no consintieron en plegarse sin más a las disposiciones del Gobierno que los privaban de parte de sus tierras o que favorecían descaradamente los intereses de los grandes propietarios mexicanos que expoliaban las tierras indígenas.

indios yaquis

«Indios yaquis linchados por mexicanos», dice la leyenda que acompaña a esta macabra fotografía tomada en torno a 1900. Este pueblo, oriundo del territorio del estado mexicano de Sonora, sufriría la continua hostilidad del Gobierno, la sustracción de sus tierras y su deportación masiva como fuerza de trabajo al Yucatán. En 1910 este pueblo apoyó activamente la Revolución mexicana con la promesa de que sus tierras les serían restituidas, pero de nuevo fueron engañados y no se puso fin al acoso de Gobierno y colonos hasta los acuerdos suscritos por el presidente Lázaro Cárdenas a finales de la década de 1930. No será hasta una fecha tan reciente como septiembre de 2021 cuando un presidente de Gobierno mexicano, Andrés Manuel López Obrador, pida perdón y condene «las guerras de exterminio» de pueblos indígenas llevadas a cabo por el Porfiriato. Fuente: Library of Congress.

¿Por qué entonces atacar a los ya de por sí acorralados yaquis? La respuesta es desalentadora: porque se podía. Se podía matar indios que hubiesen sido señalados como “bárbaros” o “bravos” y para un hombre desquiciado por el dolor y el deseo de venganza, como lo era Fimbres, eso era suficiente. Lo que se debe de denunciar es ante todo que un Gobierno supuestamente moderno, como lo era el del México surgido de la revolución, lo permitiera.

Para 1930 Fimbres no solo contaba con una veintena de hombres armados a su servicio, sino que había logrado el apoyo de influyentes hombres de negocios estadounidenses de Douglas, Arizona, y con su ayuda dio pie a una disparatada campaña publicitaria que recorrió todos los Estados Unidos promocionando abiertamente la que fue denominada como “la última cacería de apaches” y como “la última oportunidad de penetrar en las últimas regiones vírgenes e inexploradas de México”. Con semejante campaña en los medios de comunicación de la época, no es de extrañar que se reunieran más de un millar de “cazadores” estadounidenses equipados con las armas más modernas y asistidos incluso por una avioneta que debía de localizar desde el aire los campamentos apaches para señalizarlos y conducir hasta ellos a los “cazadores”.

El Gobierno mexicano, alarmado por el número de estadounidenses armados que entraba en su territorio, terminó abortando aquella “cacería” pero a la par, apoyó a Francisco Fimbres en sus expediciones contra los apaches broncos dotándolo de cobertura oficial y facilitándole medios.

El exterminio de los últimos broncos de Sierra Madre

Fue así como en marzo de 1931 Francisco Fimbres volvió a internarse en las montañas en busca de los últimos y acosados apaches libres. En marzo tendió una emboscada a una partida y mató a tres guerreros a los que arrancaron el cuero cabelludo. Con sus cabelleras posaron, días más tarde, para un fotógrafo del Daily Star de Arizona, que publicó a bombo y platillo la imagen acompañándola de una melodramática crónica en la que se resumía la particular guerra de Fimbres contra los apaches:

«Trayendo consigo la sobrecogedora evidencia de que una sombría venganza ha tenido lugar, Francisco Fimbres, ranchero asentado cerca de Douglas, Arizona, ha regresado de las regiones salvajes del norte de México, con las cabelleras de tres indios apaches a los que Fimbres y su expedición mataron mientras buscaban a su hijo secuestrado hace tres años y mantenido como prisionero por los indios. La esposa de Fimbres fue asesinada por los indios cuando estos huyeron con el niño. Esta es su segunda expedición de venganza y aquí aparece (arrodillado, a la derecha) con sus macabros trofeos y con parte de su fuerte banda. Fimbres cree que el niño, ahora de unos ocho años de edad, sigue todavía con vida.»

La fotografía, publicada en la página 6 del Daily Star del 13 de marzo de 1931, es impactante y ocupa la parte superior de la página. En ella podemos ver de pie, con sus modernos rifles de repetición apoyados en el suelo, a diez de los pistoleros al servicio de Francisco Fimbres. Todos ellos posan orgullosos y apuestos, como si en vez de haber estado acechando y asesinando a seres humanos, hubiesen estado en la Sierra Madre occidental cazando venados o antílopes. Fimbres, en el centro de la fotografía, está arrodillado, y exhibe sus recién cobradas cabelleras apaches, mientras que en cuclillas y a la izquierda, otro de sus hombres posa junto a un niño apache capturado por Fimbres en su expedición y que fue separado a la fuerza de su familia, puede que asesinada, para ser entregado a una familia mexicana.

El periódico confundía algunos datos, por ejemplo, situaba el ataque apache al rancho de Fimbres en 1926 cuando realmente tuvo lugar en octubre de 1927, pero el éxito de su noticia, replicada en otros medios, muestra hasta qué punto era popular Francisco Fimbres y, sobre todo y de forma más siniestra, hasta qué punto, en plena década de 1930, pervivían las aptitudes de rechazo, exterminio, racismo  y demonización esgrimidas por estadounidenses y mexicanos contra los indios y, muy particularmente contra los no sometidos y aculturados, así como hasta qué grado esas aptitudes eran no solo admitidas y reconocidas públicamente y sin pudor, sino también aplaudidas, tanto en los democráticos y capitalistas Estados Unidos, como en el revolucionario y socialista México.

FRancisco Fimbres cacería de apaches

Francisco Fimbres y sus vaqueros posan con sus macabros trofeos (fotografía restaurada y coloreada por Federico Caracuel Armada). Abajo, página 6 de la edición del Arizona Daily Star del 13 de marzo de 1931 en la que fue publicada la fotografía y la crónica de la cacería humana de apaches de Fimbres, bajo el título «Padre vengativo regresa con cabelleras indias». Pincha en la imagen para ampliar.

Y la cacería continuaba. Ese mismo año de 1931, Fimbres volvió a penetrar en Las montañas y esta vez logró hallar a la partida del “Indio Juan” sorprendiéndola y dando muerte a este último y a dos docenas de apaches entre guerreros y mujeres. Los supervivientes, en venganza y durante su huida, dieron muerte al cautivo hijo de Francisco Fimbres. El ranchero juró continuar con su venganza hasta dar muerte al último apache de Sierra Madre.

Mientras, el Gobierno mexicano llevaba a cabo su propia política de exterminio. De forma encubierta contrató a varios “cazadores” y así, lenta pero inexorablemente, fueron cayendo los últimos broncos. Al cabo, el propio Francisco Fimbres formó parte de esos “cazadores gubernamentales”, logrando así la aniquilación de la principal banda de apaches broncos.

Para 1934, el antropólogo estadounidense Greenville Goodwin calculaba que no debían de quedar más de una treintena de apaches broncos. En una carta que escribió ese mismo año a su colega, el doctor Opler, reflexionaba así sobre el inexorable destino de los apaches libres: “Están librando una batalla perdida en México y solo es cuestión de tiempo que sean exterminados.” Tenía razón.

Goodwin trató de contactar con los últimos apaches libres pero estos, en palabras del antropólogo, eran “tan primitivos” y tan desconfiados y belicosos que ningún hombre blanco podría acercarse a ellos con vida y en cuanto a los apaches de Arizona y Nuevo México que colaboraban con Goodwin, “Ninguno se atreve a aproximarse a ellos, pues les tienen mucho miedo.”

Sse podría haber intentado una aproximación a los apaches broncos? ¿Se podría haber contactado con ellos y haberles dado la oportunidad de sobrevivir como pueblo? Por los mismos años, en Brasil, el coronel Rondón lo hizo con tribus no menos belicosas y hostiles que los apaches broncos. Todavía hoy se hace con algunos grupos “no contactados” en Brasil, Perú, Paraguay o Ecuador. Pero en el México de los años 30 faltó la voluntad política de hacerlo y sobró hipocresía y violencia.

Así que Goodwin tenía razón: los apaches libres estaban condenados. El año anterior, 1933, una partida de rancheros mexicanos había tendido una emboscada a una banda de apaches broncos y mató a dos docenas de ellos. Los asesinos advirtieron entonces que la mayoría de sus víctimas eran mujeres y niños, pues pocos guerreros quedaban ya entre el pueblo de los apaches. Los rancheros se llevaron con ellos a tres bebés que fueron adoptados por familias mexicanas. Otra superviviente de la matanza, una niña adolescente de doce o trece años, fue capturada días más tarde y encerrada en la cárcel del pueblo de Nuevo Casas Grandes en donde la niña, a quienes los campesinos contemplaban por los barrotes de la celda como si fuera una fiera, cayó en una fuerte depresión y se dejó morir de hambre y sed.

La treintena de apaches que seguían vagando libres por los bosques más recónditos de las montañas y los despeñaderos más apartados no hallaron, sin embargo ni piedad, ni reposo. Cada vez que los vaqueros mexicanos avistaban a uno le disparaban y las cacerías de apaches eran todo un acontecimiento permitido y alentado por el Gobierno.

En noviembre de 1935, obligados por las fuertes nevadas de aquel año, una pequeña banda de apaches broncos bajó de Sierra Madre y fue emboscada por Francisco Fimbres y sus cazadores, que dieron muerte a todos: dos guerreros y ocho mujeres.

Aún quedaron, aislados, acosados, solitarios, aquí y allá, algunos broncos. Fueron cayendo durante los siguientes años. Para 1940 los bosques de las montañas Jaguar estaban en silencio. El único testimonio que quedaba de la libertad de los apaches broncos era el de sus abandonados huesos. El último pueblo indígena libre de México había sido total y sistemáticamente exterminado en pleno siglo XX.

Bibliografía

  • Arizona Daily Star: jueves 13 de febrero de 1931 y viernes 13 de marzo de 1931. Tucson, Arizona. El periódico se sigue publicando hoy día bajo la cabecera de Tucson.com.
  • Chicago Tribune: 27 de julio de 1997: «Ghosts of a Vanished Frontier.” Con testimonios de un sobrino de Francisco Fimbres, Pedro Fimbres, y de un anciano de 82 años que vivió las últimas expediciones contra los broncos.
  • Flagler, Edward K. (2006): “Después de Gerónimo:los apaches broncos de México.” Revista española de Antropología americana. Vol. 36, pp. 119-128.
  • Meet, Douglas V. (1993): They Never Surrendered: Bronco Apaches of the Sierra Madre, 1890-1935. Tucson.
  • Opler, Morris E. (ed.) (1973): Grenville Goodwin among the Western Apache. Tucson.
  • Worcester, Donald E. (2013). Los apaches. Barcelona.
  • Roberts, David (2008): Las guerras apaches. Barcelona.

 


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21 comentarios

  
Fuenteovejuna
Qué trágico destino el de estos broncos apaches, qué historia tan triste. La conclusión que se puede sacar de todo esto es la enorme hipocresía de López Obrador exigiendo que el Papa y el Rey de España pidieran perdón por el exterminio de los indios mexicanos durante la conquista. ¿De qué habla López Obrador, no conoce esta terrible persecución ordenada por el propio gobierno mexicano?
09/11/21 1:23 PM
  
SS
Los juicios de residencia, y las leyes de Indias, castigaban los abusos, todo se terminó con las " independencia s "
09/11/21 2:18 PM
  
Ramón montaud
EE.UU., hizo 104 tratados con los Indios y no cumplió ninguno y aún asi hay carta blanca para hablar mal de la colonización de otro país.
Tristemente pasó en Europa y en América, el que el hombre blanco consideró incivilizados tanto a los africanos, como a los asiáticos y a los indios americanos y por los tanto sus derechos se los dábamos los blancos.
El ejemplo de esta noticia es un ejemplo, aunque aquí se acentúa con la venganza.

09/11/21 2:57 PM
  
maru
Lo que tendría que hacer el innombrable presidente de Méjico, sería lavarse la lengua y con lejía. Valiente hipócrita!!!
09/11/21 3:34 PM
  
África Marteache
Padre, usted es argentino y sabe muy bien que hubo tres áreas, nominalmente de la Corona Española, por dónde no se podía transitar: la Gran Chichimeca en México, donde vivían yaquis y apaches, las zona al sur del río Bio-Bio en Chile, tierra de araucanos, y la pampa argentina habitada por pampas y ranqueles. Los que acabaron con esos indios y los sometieron fueron los respectivos países: México, Chile y Argentina, no los españoles. Lo que pasa es que a río revuelto ganancia de pescadores y, ya puestos, se los apuntamos que la Leyenda Negra lo aguanta todo y nadie sabe la suficiente historia como para darse cuenta de eso.
Los únicos indios patriotas que encontré estaban en una región fronteriza que no sé si luego fue Bolivia (creo que sí) o el Noroeste de la Argentina. Por allí andaban Manuel Ascensio Padilla y Juana Azurduy y con ellos había indios honderos, entre ellos el poeta en lengua quechua Juan Huallparrimachi Mayta, que era potosino. Pero, en general, los indios o no tomaron parte en las Guerras de Independencia o fueron realistas.
La gente que les explotaba estaba allí y eran criollos, el rey estaba en España y sus leyes protegían sus ayllus y ejidos.
"Con l´arma en la mano defiendan su ejido" les decía Emiliano Zapata, pero el antiguo ejido había salido a la venta en tiempos de Benito Juárez (que era un indio zapoteca para más inri), así que allí andaban desenterrando los antiguos mojones que delimitaban la antigua propiedad comunal.
Cuando el Gobierno de EE.UU en el S. XX quiso desalojar a los seminolas de los Everglades de la Florida por ser un parque natural, un abogado avispado les dijo que, probablemente, en España encontraran documentos de propiedad comunal. Vinieron al Archivo de Indias de Sevilla y allí estaban. Resulta que aquellos indios eran propietarios de sus tierras mucho antes de que los norteamericanos llegaran.
09/11/21 5:23 PM
  
pedro de Madrid
De la misma manera los ingleses enviaron a criminales y otros de pésima conducta salidos de cárceles a Australia y estos intentaron eliminar por todos los medios habidos y por haber a los aborígenes.. Lo cuenta el difunto padre benedictino fray Rosendo Salvado, cuyos libros fueron prohibidos en ese continente hasta 1.970. A Inglaterra no se le hace la "leyenda negra" como tampoco las monstruosidades de la instaurción del comunismo en paises europeos, asiáticos y senderos luminosos americanos. ¿Dónde esta difundica su leyénda terrorífica? . ¿Quiénes le dicen a los comunistas que pidan perdón?, ¿La Comunidad Económica Europea? ¿La ONU?
09/11/21 7:05 PM
  
Claudio
¿Pero a nosotros no nos habían enseñado que los malvados eran los españoles?
¡Pero cuánta hipocresía! Y a López Obrador debieran pincharle la lengua para que aprenda a no decir disparates.
09/11/21 11:08 PM
  
África Marteache
La Historia demuestra que la Corona Española no concedió patente de corso a nadie para que atacara por mar las costas de otros países, ni autorizó a paramilitares para que lucharan contra los negros alzados ni contra los indios, como consecuencia de eso los lugares donde el ejército no pudo llegar permanecieron salvajes.
Muy distinto fue el comportamiento de Portugal, con mucho menos ejército que España, que sí consintió y dio permiso para que los bandeirantes paulistas organizaran bandeiras con dinero de particulares y dirigidos por aventureros que se dedicaban a atacar las misiones jesuitas del Guairá y los quilombos de negros cimarrones para conseguir esclavos. Esas bandeiras hicieron rico a Sao Paulo y el hermoso monumento que tienen en esa ciudad lo demuestra. Muchos creen, porque la película "La Misión" así lo da a entender, que los que atacaban las misiones eran militares portugueses. Nada más lejos de la realidad ya que los portugueses no disponían de un ejército regular que permitiera hacer eso: eran aventureros acompañados de indios tupíes, que odiaban a muerte a los guaraníes y vivían de la rapiña. El que quiera saber más que mire en internet quiénes formaban una bandeira, de dónde sacaban el dinero para las armas, etc...
El pirata Drake estaba al servicio de Inglaterra y las bandeiras de Portugal, pero no encontraran nada parecido en la América Española porque la Corona Española jamás consintió que civiles armados o piratas lucharan por España, ni para atacar ciudades y repartirse después el producto de la rapiña, ni para extender sus dominios. Por eso, al llegar la independencia, quedaban muchos territorios donde los indios vivían sin ser molestados más que por patrullas de soldados que acompañaban a los civiles cada vez que necesitaban transitar por un territorio hostil.
Al formarse las naciones americanas ni Chile pudo permitirse no controlar todo su territorio, ni Argentina, ni México y entonces empezaron las "guerras patrias" contra los araucanos, los pampas, los ranqueles, los yaquis y los apaches con funestas consecuencias para los indios en todos los casos.
España no contemplaba las reservas para indios, ni los desplazaba de su habitat natural, como sí hicieron los norteamericanos. Solo se permitió a las órdenes religiosas asentamientos con el fin de educarles, pero allí nunca entraban militares. Los presidios californianos estaban cerca de las misiones para protegerlas, con un pequeño contingente de soldados, pero no estaba permitido a los militares entrar en la misión.

09/11/21 11:45 PM
  
Sofía Elisa
Que interesantísimo y aclaradora resulta ser la verdad de la historia, mis abuelos paternos de la tribu pimeria alta no fueron tan atacados como los apaches, recuerdo algunas anécdotas de mis abuelos sobre la bravura de los apaches al llegar los jesuitas y franciscanos a evangelizar a esos lugares en Sonora, la parte norte del rio Sonora, tenemos un gran historiador que público un libro: a raíz de la Misión,(Rafael Murrieta) donde hay mucha información de las faenas que tuvieron que lidiar los mismos para ganarse la confianza de estas tribus algunas más broncas que otras. Gracias padre Javier, siempre tan interesante sus publicaciones.
10/11/21 12:13 AM
  
Keparoff
Me parece que los dos bandos buscaron lo mismo, lo que se buscaba en las guerras hasta hace cuatro días: el total exterminio del enemigo.
Solo que uno de los bandos era muy superior militarmente al otro.
No creo que los apaches fueran muy piadosos con las tribus rivales más débiles militarmente.
10/11/21 12:16 AM
  
Adriana
África Marteache: Lo mismo pasó en Colombia, hacia el sur, en el departamento de Nariño, limítrofe con Ecuador, los indígenas no participaron de la guerra de independencia, solo los criollos. Y tanto es así, que al negarse, Simón Bolivar los mandó matar porque no estaban a favor de la campaña libertadora. Esa es la razón por lo que en la capital de dicho departamento (Pasto), NO hay estatua ecuestre del libertador.
Por otra parte, en nuestro país los criollos no fueron con los indios indulgentes, y les robaron muchas tierras, y esclavizaron después de la guerra de independencia. Es por esto que se explica la labor de Santa Laura Montoya (1874 - 1949), esta fundadora de comunidad religiosa se dedicó a internarse en las selvas a evangelizar indios, a ir a haciendas y zonas donde los maltrataban para evangelizarlos y ayudarles con su comunidad. Pienso que esto pone al descubierto que muchas de las ruinas de las comunidades indígenas ha venido por parte de población civil criolla y gobiernos criollos permisivos.
10/11/21 12:33 AM
  
limes
Y los cristeros, tan alabados aquí, ¿no hicieron nada por evitar estas masacres?
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Si conociera algo de la historia no preguntaría eso...; los Cristeros estaban siendo también masacrados luego de los "arreglos"; tanto que, por esa época, comenzaría la llamada "Segunda" (la segunda Cristiada, menor a la anterio, va de 1934 a 1938). Entiendo que fue ignorancia lo suyo. Bendiciones. PJOR
10/11/21 12:45 AM
  
limes
Gracias por sus halagos. Pero estamos hablando también del primer cuarto del siglo XX y los cristeros tenían fuerzas y recursos, incluso un ejército entero. ¿De verdad conoce vd.tan bien su historia? porque si hablamos de masacres tampoco los seguidores de Santa María de Guadalupe salen del todo bien parados.
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Bueno. Me doctoré en historia con una tesis doctoral en los cristeros, estando ni más ni menos que Jean Meyer como presidente de esa mesa... Algo del tema conozco... En 1935 ya los cristeros estaban acabados e intentando apenas sobrevivir y retomar las armas, sin apoyo de la Iglesia. Por lo de que hubo excesos también del lado católico nadie lo ha dudado. Bendiciones. PJOR
10/11/21 1:20 AM
  
Jorge Cantu
Gracias, Padre por hacer público este tema tan importante y poco conocido, prácticamente tabú, ocultado por la 'historia oficial'.

Otra tribu afectada por el exterminio por parte del gobierno mexicano en esa época fueron los kikapú en le noreste del país (principalmente el estado de Coahuila).
10/11/21 2:21 AM
  
África Marteache
limes: Dios perdone la ignorancia. La guerra cristera fue una guerra religiosa, no racial. Había indios y mestizos entre los cristeros y también entre los soldados de Calles. Ninguna de las facciones mataba indios así que no sé por qué los cristeros tenían que organizarse a favor de ningún indio ni a favor de ningún blanco teniendo en cuenta que no eran políticos, no pretendían derrocar al gobierno, si el gobierno entraba en razones con respecto a su asquerosa constitución y a su no menos asqueroso código penal que mencionaba continuamente a la Iglesia pero que no tiene ningún artículo que mencione a los indios. ¿Cómo puede aprender historia alguien con las ideas tan revueltas? En México una persona podía morir por ser indio o por ser cristero y el concepto era distinto. Cuando hablamos de cristeros no estamos hablando de conceptos raciales ni tribales.
Si los cristeros se hubieran organizado a favor de los indios ya no se llamarían cristeros ni su grito sería ¡Viva Cristo Rey! sino ¡Viva el Indio Manuel!.
Legalmente la Constitución y el código penal podía castigar por practicar la religión católica pero de ninguna manera se podía condenar a nadie por ser indio. Fimbres actuó como un paramilitar cosa que ya he explicado antes, si es que uno puede entender algo de historia.
Todas las guerras que se organizaron contra los indios, en el S. XIX o XX eran ajenas a la ley escrita porque nadie deja rastros en ella de exterminio racial, en cambio si se puede ilegalizar la fe o, al menos, su práctica, como demuestra la Constitución Mexicana de 1917 (la original porque después le han hecho tantos remiendos que ya está irreconocible).
Además, como ya ha dicho el Padre Javier, después de la muerte del General Gorostieta el llamado ejército cristero decayó y aunque hubo algunos otros generales como Degollado Guízar, por ejemplo, estaban más a la defensiva y escondidos que otra cosa.
El que digas que los cristeros tenían "fuerzas y recursos" después de "los Acuerdos" ya indica lo ignorante y torticero que eres.
10/11/21 8:42 AM
  
Jordi
1. Se mezcla la persecución penal de los criminales junto con el respeto de los derechos individuales (juicio justo, respeto a los familias, mujeres y niños) y colectivos (tierras) indios, lo que aún no ha sido estudiado con profundidad y necesita de tesis doctoral: ¿cómo podría haberse solucionado?

2. La Corona española era también un régimen federal en cuanto respetaba el estatuto personal y territorial de los de cada una de las tribus indias. El respeto por los estatutos personales y territoriales procede a su vez del Imperio Romano cuando se establecían los foedus con las respectivas tribus europeas, africanas y asiáticas, lo que da lugar a los foederatus (plural foederati), aliados federados de los romanos.

3. Por lo que voy observando la historia de México y Argentina parece que fue bastante dura con sus propios indios.

Pero en México, debido a la supervivencia de docenas de tribus y millones de personas, me parece que esa mala conciencia está generando un gravísimo perjuicio a la verdad histórica y a la propia convivencia mexicana, pues una nación no puede estructurarse ni convivir bajo la mentira.

En México observo una gran confusión:

- se quiere reivindicar los 700 años del nacimiento de la capital de los aztecas cuando estos oprimieron bárbaramente a docenas de tribus

- se quiere meter la culpa de todos los males a los 300 años de soberanía española, y de otro lado

- se olvidan los 200 años de independencia mexicana con sus muy graves problemas:

. la pérdida de territorios ante los Estados Unidos

. las guerras civiles entre federalistas y centralistas

. las divisiones entre indios y criollos

. el narcotráfico, la pobreza...

4. En definitiva, me parecen todavía sociedades que les falta estructuración y cohesión interna,. Psicológicamente todavía no han cerrado el asunto de su propia construcción nacional, y a la vez tienen una enorme confusión histórica entre sus tres ejes históricos principales:

- la América prehispánica

- la América hispánica

- la América poshispánica.
10/11/21 12:56 PM
  
África Marteache
Los mexicanos tienen un problema de identidad gravísimo que si no lo resuelven no hará más que aumentar.
La misma letra de esta canción de Gabino Palomares, que hizo famosa Amparo Ochoa, ya es una contradicción viviente:

Maldición de Malinche

Del mar los vieron llegar
Mis hermanos emplumados
Eran los hombres barbados
De la profecía esperada
Se oyó la voz del monarca
De que el Dios había llegado
Y les abrimos la puerta
Por temor a lo ignorado
Iban montados en bestias
Como demonios del mal
Iban con fuego en las manos
Y cubiertos de metal
Solo el valor de unos cuantos
Les opuso resistencia
Y al mirar correr la sangre
Se llenaron de vergüenza
Porque los dioses ni comen
Ni gozan con lo robado
Y cuando nos dimos cuenta
Ya todo estaba acabado
Y en ese error entregamos
La grandeza del pasado
Y en ese error nos quedamos
300 años esclavos
Se nos quedó el maleficio
De brindar al extranjero
Nuestra fe, nuestra cultura
Nuestro pan, nuestro dinero
Y hoy les seguimos cambiando
Oro por cuentas de vidrio
Y damos nuestra riqueza
Por sus espejos con brillo
Hoy, en pleno siglo 20
Nos siguen llegando rubios
Y les abrimos la casa
Y los llamamos amigos
Pero si llega cansado
Un indio de andar la sierra
Lo humillamos y lo vemos
Como extraño por su tierra
Tú, hipócrita que te muestras
Humilde ante el extranjero
Pero te vuelves soberbio
Con tus hermanos del pueblo
Oh, maldición de malinche
Enfermedad del presente
¿Cuándo dejarás mi tierra?
¿Cuándo harás libre a mi gente?

Es decir, ellos se comportan así contra sus indios porque alguien les echó mal de ojo. Son víctimas y verdugos a la vez. Pura esquizofrenia mental. Los mexicanos que no la padezcan deben de pasarlo como yo lo pasé con ETA, conozco el percal de todo un pueblo creyéndose sus propias mentiras.
10/11/21 5:23 PM
  
África Marteache
Son los sucesivos gobiernos mexicanos los que han fomentado esta historia inventada con sus constituciones, sus leyes, su ministerio de educación, su radio y su televisión. Son sus artistas mintiendo con murales en los que se ve una conquista sangrienta pero no una sangrienta historia precortesiana que ha sido idealizada. Este tipo de confabulaciones las he visto yo en mi tierra por otras causas y en Alemania por razones distintas. Los pueblos pueden enfermar los mismo que las personas individuales.
Es ahora cuando veo en Youtube determinados videos hechos por mexicanos diciendo: esto no fue así, lo otro no fue así y lo demás allá tampoco. A ver si despiertan de una vez de esa pesadilla.
10/11/21 5:34 PM
  
Jorge Cantu
limes:

"...los cristeros tenían fuerzas y recursos, incluso un ejército entero. ¿De verdad conoce vd.tan bien su historia? porque si hablamos de masacres tampoco los seguidores de Santa María de Guadalupe salen del todo bien parados".

Los cristeros eran una guerrilla de defensa de muy limitado alcance, no un ejército omnipresente que pudiera hacer frente al ejército oficial al tú por tú. Supongo por tus expresiones que eres masón o comunista, tus planteamientos son erróneos por completo y te ciegan tus prejuicios anticatólicos.
10/11/21 7:42 PM
  
África Marteache
Otra cosa apabullante de los mexicanos es que ni siquiera identifican los nahuatlismos que utilizan, que son muchísimos, y se creen que es una variante del castellano que se han inventado. Teniendo en cuenta que el español de México se vio desde el principio mediatizado por ellos, hasta tal punto que el mismo Bernal Díaz del Castillo, que era de un pueblo castellano famoso por su mercado, llama a éste "tiangui" sin saber náhuatl y por contagio ambiental, el que quiera leer las Crónicas de Indias, sobre todo si son de historiadores mestizos como Alva Ixtlilxóchitl Alvarado Tezozómoc y mucho más Chimalpahin (que creía saber castellano, pero hay que entenderlo), tiene que memorizar unas cien palabras en náhuatl si no quiere estar consultando diccionarios todo el tiempo, además de incentivar el proceso deductivo al que obliga una lengua aglutinante. Así que me pregunto hasta que punto menosprecian su propia cultura y si eso también es efecto de la "Maldición de Malinche" que a ellos les afecta y a mí no porque me pasé treinta años con ello y, además, siendo autodidacta.
La necesidad que yo tenía de tratar de entender a los indios era nula, fue un mero interés personal, pero para el Señor López Obrador es una obligación. De verdad que no les entiendo.
10/11/21 9:19 PM
  
África Marteache
La falta de una coma hace que no se identifiquen bien los dos antiguos alumnos del colegio de Santa Cruz de Tlatelolco: el texcocano Fernando de Alva Ixtlilxóchitl y el mexicano Fernando de Alvarado Tezozómoc, ambos historiadores mestizos.
10/11/21 9:59 PM

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