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25.07.17

Jansenismo y progresismo en la conciencia cristiana actual (2-2)

El placer, la pureza y el pecado

Una última observación sobre este tema capital. Es inevitable que si se convierte la aspiración natural a la pureza en una obsesión patológica (es un síndrome neurótico bien conocido por la psicología actual, como mecanismo típico de presiones “morales” inconscientes), todo lo vinculado a la vida sexual se hace sospechoso o repugnante. Pero el gozo sexual no sólo es bueno, sino creado y permitido por Dios; no es algo “permitido” a nuestra debilidad, sino puesto por el Creador en la naturaleza. Dios creó al hombre adámico así; el pecado de Adán lo que introduce es un desorden en el apetito humano, un exceso de voluptuosidad que hace que no obedezca al dominio de la razón.   Se desordena lo que debe estar sujeto a la libre voluntad racional, al espíritu. Pero no es la intensidad del placer, ni su carácter carnal lo que lo hacen malo.  Es que en el estado de naturaleza caída, el hombre no domina perfectamente el ciertos sectores de sí mismo, la voluptuosidad de sexo y otras emociones violentas. Puestos en la ira extrema, o en le exaltación sexual, o bajo el terror, la razón queda presa de su torbellino. Tal desorden pasional es malo, no la concupiscencia como tal.

Como vemos, una distorsión de esta doctrina ha arrojado una sombra de duda y de vergüenza sobre el amor humano[1].

El puritanismo se presenta así como una desordenada aspiración a una pureza angélica.

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