InfoCatólica / Reforma o apostasía / Categoría: Liturgia Tiempos

9.03.24

(365) Santidad-8. Conversión: propósito y expiación

Joven orante

–Total, uno lo intenta y no lo consigue… Casi no merece la pena ni intentarlo.

–Ándese con ojo, que Jesús nos avisó: «si no os convertís, todos moriréis igualmente» (Lc 13,3). Cada uno, pues, ha de decirse: sin Cristo no puedo nada (Jn 15,5), pero «todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Flp 4,13).

Examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de la enmienda y expiación de obra. Conversión completa.

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–Propósito de enmienda

El propósito penitencial es un acto de esperanza, que se hace mirando a Dios. El es quien te dice: «vete y no peques más» (Jn 8,11). Él es quien nos levanta de nuestra postración, y quien nos da su gracia para emprender una vida nueva con fuerza y esperanza.

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26.12.23

(526) Navidad. Nació Jesús, el Salvador del mundo

La Tour, 1640 -Jesús recién nacido

–Estamos en Navidad: paz, alegría, solidaridad, ayuda a los pobres, presos, inmigrantes…

–Todo eso es digno, equitativo y saludable. Y oración, Eucaristía, perdón de ofensas, reconciliación sacramental con Dios, y sobre todo anuncio de Jesús, único Salvador del mundo pecador, gratitud a la Santísima Trinidad y a la Santísima Virgen María…

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¿Hay en la raza humana un pecado original que la enferma en su propia naturaleza, es decir, a todos? Quedan no muchos que lo crean

–Los judíos del Antiguo Testamento se sabían pecadores: «mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre» (Sal 50,7). Lo sabían desde el principio, desde el Génesis. Creían en el pecado original. El pecado de los protoparentes, porque degrada profundamente la misma naturaleza del hombre –mente, voluntad, sentidos y sentimientos–, se transmite por generación a toda la humanidad. Todos los nacidos del hombre y de la mujer han de reconocer ante el Señor: «contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces» (ib. 8).

Los paganos antiguos y modernos, en todas sus religiones, han conocido y reconocido su condición de pecadores, practicando oraciones y ritos de expiación por el pecado. Y no sólo los pueblos más incultos y primitivos; también los cultos y pensantes conocían su condición de pecadores. El poeta romano Ovidio (43 a. C.–17 d. C.) declara: «Video meliora, proboque, deteriora sequor»: veo lo mejor, lo aprecio, y hago lo peor.

Los cristianos mantienen la convicción de los judíos: «por la desobediencia de uno [Adán] muchos fueron hechos pecadores, y así también por la obediencia de uno [Jesús, nuevo Adán] muchos serán hechos justos» (Rm 5,19; muchos que significa todos, 5,18). Y coinciden también con los paganos:

«El querer el bien está en mí, pero el hacerlo no. No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace: es el pecado que habita en mí» (Rm 7,18-19; como Ovidio).

«Me deleito en la Ley de Dios, según el hombre interior; pero siento otra ley en mis miembros, que repugna a la ley de mi mente y me encadena a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias a Dios, [que nos libra] por la gracia de Dios» (Rm 7,22-25).

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2.12.23

(468) El Adviento en el Apocalipsis

Ven, Señor Jesús

–Mucha falta hace recordar lo que hoy nos dice.

–El P. Castellani veía en el olvido de la Parusía una de las causas principales de la descristianización. Apenas se predica nunca del Adviento definitivo de Cristo. Y está en el centro de nuestra fe y de nuestra esperanza.

–Estamos en una gran Guerra invisible

El Apocalipsis es realmente el quinto Evangelio, que tantos cristianos de hoy ignoran. En esta Revelación de Jesucristo, entre el fulgor de liturgias cósmicas y celestiales, y el ale­gre anuncio de las victorias de Dios omnipotente, al mismo tiempo se nos manifiesta e interpreta esa «dura batalla contra los poderes de las tinieblas que atra­viesa toda la historia humana, y que, ini­ciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día, según dice el Señor» (Vat.II, GS 37b; +Catecismo 409). En contra de esto leí en un buen teólogo hace unos años:

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15.01.23

(702) Navidad y Epifanía, liturgia de hechos históricos

–No entiendo la necesidad de este artículo. Si los Evangelios que narran los hechos que veneramos en Navidad y Epifanía no fueran hechos históricos, la Liturgia no podría celebrarlos. 

–Así es, como usted dice. Pero quizá no entienda usted la necesidad del artículo porque ignore que muchos niegan la historidad cierta de esos hechos.

 

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5.01.22

(669) Adoremos con los Reyes Magos al Niño-Dios

–Aunque se moleste Bulman.

Rudolf Karl Bultmann (1884-1976), el  teólogo protestante alemán que más influyó en la “desmitologización” de los Evangelios, negando la historicidad de todo lo que tuviera signos de sobrenaturalidad. 

Resumo en este artículo otro mío anterior (528) como ayuda para celebrar la solemnidad litúrgica de la Adoración de los Reyes Magos. Me apoyo sobre todo en el cardenal Ratzinger-Benedicto XVI y en René Laurentin.

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–Historicidad de los Evangelios de la Infancia de Jesús

De los cuatro evangelistas, son dos los que refieren datos sobre la infancia de Jesús, San Mateo (1-2) y San Lucas (1-2). La Iglesia siempre creyó en la historicidad de los Evangelios, y esa fe se mantuvo firme hasta la aparición del protestantismo liberal y de su filial modernismo, que pusieron en duda la historicidad de los Evangelios, o al menos de muchos de sus relatos, milagros y de cualquier lugar de ellos que estimaban increíbles.

Una degradación de la exégesis era previsible desde Lutero. El principio del libre examen de las Escrituras conduce al protestantismo liberal, eclosionado sobre todo en el siglo XIX, cuando la exégesis se vio dominada por el pensamiento filosófico y teológico iniciado en el siglo XVIII, en el marco de la Ilustración.

Fue entonces cuando la Sagrada Escritura dejó de ser sagrada para aquellos exegetas que comenzaron a corroerla desde dentro como termitas

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–Card. Ratzinger-Benedicto XVI

Los dos volúmenes del “Jesús de Nazaret” de Joseph Ratzinger, están publicados cuando ya era el papa Benedicto XVI (Jesús de Nazaret. I parte. Desde el Bautismo hasta la Transfiguración, La Esfera de los Libros, Madrid 2007: y Jesús de Nazaret. II parte. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, Encuentro, Madrid 2011). Mientras leía yo esta obra excelente, no dejaba de lamentar que comenzara en el Bautismo del Jordán. Manía que se puso de moda cuando se generalizó la negativa de la historicidad de los Evangelios de la Infancia.

Pero, gracias a Dios, poco después publicó Ratzinger La Infancia de Jesús (Planeta, Barcelona 2012), advirtiendo que «no se trata de un tercer volumen, sino de algo así como una antesala a los dos volúmenes precedentes sobre la figura y el mensaje de Jesús de Nazaret» (proemio).

Bendigamos al Señor. En este precioso estudio, admirable en erudición, argumentación y teología, confiesa el Autor su fe en la historicidad de los Evangelios de la Infancia. Confirma la realidad de los «Reyes Magos», que por supuesto ni eran reyes ni eran magos, sino hombres procedentes del Oriente, seguramente de Babilonia, centro de astronomía y religiosidad, como hombre cultos y religiosos, filósofos y astrónomos. Confirma también la realidad sobrehumana de «la estrella» conductora de sus pasos hasta el portal de Belén. Y lo hace con numerosos argumentos, alegados sobre todo en los últimos cincuenta años, por escrituristas y científicos.

«¿Es verdaderamente historia acaecida, o es sólo una meditación teológica expresada en forma de historia? A este respecto [el cardenal] Jean Daniélou… llega a la convicción de que se trata de acontecimientos históricos, cuyo significado ha sido teológicamente interpretado por la comunidad judeocristiana y por Mateo… Ésta es también mi convicción» (pg. 123).

Cita Ratzinger también, entre otros, a Klaus Berger en su Kommentar zum Neuen Testament (Gütersloher Verlagshaus, 2011):

«Aun en el caso de un único testimonio [el de Mateo]… hay que suponer, mientras no haya prueba en contra, que los evangelistas no pretenden engañar a sus lectores, sino narrarles los hechos históricos… Rechazar por mera sospecha la historicidad de esta narración va más allá de toda competencia imaginable de los historiadores» (pg. 124; pg. 20 del Kommentar).

 

–René Laurentin

De este teólogo (1917-2017), especializado en mariología, cito un interesante testimonio publicado en su obra Les Évangiles de l’Enfance du Christ. Vérité de Noël au-delà des mythes (Desclée, París 1982).

«Me he pasado medio siglo estudiando los Evangelios de la infancia (Mt 1-2 y Lc 1-2, y el resto). Siempre he entrevisto la riqueza de estos Evangelios, nutridos de todo el A. T. … Y, sin embargo, seguía yo seducido por la actitud iconoclasta cultural del ambiente, una actitud procedente del racionalismo liberal: estos primeros capítulos eran leyendas tardías, theologumena, es decir, relatos ficticios fabricados para expresar ideas teológicas entrañables a los creyentes, se repetía. Mis primeros trabajos, que manifestaban la riqueza bíblica de estos Evangelios, consiguieron una amplia estima en el mundo exegético a escala ecuménica. Caracterizaba yo estos Evangelios como midrashim. De ahí se inducía que yo los tenía por fábulas, lo que se ponía en mi activo de progresista. De hecho, yo no me atrevía demasiado a plantear el problema de la historicidad, ampliamente puesto en duda…

«Fue en 1980 cuando me atreví a abordar el estudio específicamente histórico de estos Evangelios. Con él se disiparon las dudas nocivas… Este retorno a la evidencia ha sido un perjuicio para mi reputación. Me encontré etiquetado de fundamentalista: como autor a desaconsejar». Después de innumerables viajes e investigaciones, Laurentin descubrió el Mediterráneo: las narraciones del Evangelio son verdaderas, son históricas, también las de la Infancia de Jesús. Bendigamos al Señor que le abrió los ojos del alma.

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Quiera el Señor, en este día de la Epifanía, abrir también la mente, el corazón y los labios de todos los predicadores y de todos los fieles de la Iglesia, para que confiesen la fe católica en la historicidad de la adoración de aquellos Reyes Magos, quizá ilustres personajes astrónomos, que procedentes del Oriente, fueron guiados por una estrella misteriosa hasta el portal de Belén, donde, postrándose y ofreciendo sus regalos, adoraron a Jesús recién nacido, mostrado humildemente en el regazo-trono de su santísima Madre, la Virgen María.

José María Iraburu, sacerdote

 

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